Hna. María Esperanza,
llegó el día tan esperado. Tu espera tuvo momentos de obscuridad, de
debilidades propias de todo ser humano; pero no estuviste sola en esta espera,
“El Señor me llamó desde el vientre de mi madre, desde el vientre de mi madre
pronunció mi nombre” Lo pronunció con cariño y con fuerza transformadora:
Liliana, Hna. María Esperanza.
Llegó el momento de tu
profesión, de tu entrega a Dios y a esta comunidad de Ntra. Sra. de la
Esperanza.
En toda profesión
monástica son tres los que prometen, son tres los que se comprometen: Dios, la
profesanda y la comunidad que recibe.
Dios. Él elige, llama y
dice: “Pondré mis ojos sobre ustedes y mis oídos oirán sus preces y antes de
que me invoquen les diré: aquí estoy” (RB P18)
La profesanda. Le
promete a Dios “estabilidad, conversión de costumbres y obediencia”, pero sobre
todo le promete dejarse obrar por Dios, “operantem in se Dominum magnificant”
(P30) y se prepara para descubrir cada día hasta su muerte, esas maravillas que
Dios va haciendo en ella y en la comunidad monástica.
La comunidad que recibe
a la nueva profesa. La recibe como madre en su seno. La Ratio Institutionis
(26) explicando el sentido del voto de estabilidad le dice al que ingresa: “Que
asume (a la comunidad) tal como es con sus virtudes y defectos, con sus
carencias y sus aspiraciones, aceptando su condición presente, dispuesto
siempre a contribuir con su esfuerzo a su próspera evolución futura”. Pero la
comunidad tiene que recibir también al que ingresa “tal como es con sus
virtudes y defectos, con sus carencias y aspiraciones, aceptando su condición
presente, dispuesta a contribuir con su esfuerzo a su próspera evolución
futura.”
Leía hace unos días que
tratando sobre el matrimonio alguien recordaba que los esposos tienen que
decirse mutuamente: “Me comprometo a quererte porque te he elegido”. Esto no se
aplica a la vida monástica. ¡No nos hemos elegido! Los monjes y las monjas
podemos y debemos decirnos: “Me comprometo a quererte porque Dios nos ha
elegido”.
De los tres que en el
día de la profesión prometen y se comprometen, el único que no fallará, el
único que será siempre fiel es Dios. El profesando y la comunidad van a fallar,
van a ser infieles. Panorama desalentador, los dos tercios fallan… ¿Y entonces?
No huyamos despavoridos. San Benito desde su Regla nos dice: “No tengan miedo.
Mi monasterio es un monasterio de pecadores, pero pecadores llamados por Dios a
la conversión personal y comunitaria”. Y Jesús nos dice: “Yo he venido a buscar
a los pecadores”. El Señor presente y actuante en toda comunidad monástica
invita al abad y a la comunidad a “alegrarse con el crecimiento del buen
rebaño.” (RB 2,32).