Homilía del Padre Marcelo
Maciel, osb.
+La Palabra de Dios.
+Dios en su
Palabra.
+Hoy-Aquí.
+Nosotros.
Si tenemos en cuenta estos cuatro puntos recién
dichos vemos que se relacionan, y esto mismo, es asombro que nos sobreeleva en
nuestro modo de pensar, predisponiéndonos en el de actuar no de cualquier
manera.
Si es que vamos viendo la relación existente entre
estos puntos de:
Asombro por algo poseído - el creer- que da el
poder moverse, atravesar las distintas situaciones, comprenderlas desde otro
ángulo más completo en su fin.
Y el sustrato desde el cual brota ese creer es la
misma fe.
Es por esto que estamos acá. Ya sé que no he dicho
nada nuevo, y que es evidente que es así. Pero es necesario afirmarlo, decirlo
expresamente, nuestra misma forma de ser lo pide, y es algo tan natural como
aquellos que estando de novios se digan mutuamente que se quieren: ya lo saben,
no expresan nada nuevo, pero, de manera simple, hacen vida actualizando lo que
ya viven. Así también nosotros hoy aquí.
Veíamos el creer como movimiento de la fe, y de esta
manera nos queda como la impresión que Dios nos regala la fe, y luego, durante
el camino cada uno se tiene que arreglar como pueda. Pero si recordamos la Escritura volverá a
nuestro corazón que Dios es ‘origen, medio y fin’: no estamos entonces tan solos
como pensábamos, también se nos asiste en el camino de diversas maneras.
Hoy en particular san Pablo nos decía: ‘No
entristezcan al Espíritu Santo de Dios... , eviten la amargura, los arrebatos,
la ira, los gritos, los insultos y toda clase de maldad’. Lo de evitar todo lo
recién dicho, es mucho más que una cuestión de modales o algo moral, no digo
que no lo sea sino que lo que se apunta aquí es algo mucho mayor. Ética y moral
por supuesto que se encuentran aquí, como así también el sustrato de conducir una
vida sana –ya sabemos que la amargura, los arrebatos y demás cuestiones nos
avejentan y producen quebraduras en nuestra psiquis-; lo que aquí se señala es
que todo eso va opacando, entristeciendo esa Vida que se da entre nuestro
espíritu y el Espíritu Santo que dice ‘Padre’. Vamos algo así como escuchando
más los gritos que pronunciamos que aquella voz que nos llama a estar en ese
profundo centro; y al venir a ser sordos a tan buen Huésped, entristeciéndolo
nos entristecemos.
La propuesta de san Pablo es esa Vida en Espíritu,
que obtiene su profundidad en ese ser mutuamente buenos, compasivos y en el
perdón en Cristo. Y nuevamente, bueno, compasivo, perdón mutuo, es mucho más
que la cuestión ética y moral, llena todo este espacio y lo sobrepasa ya que el
ser bueno o compasivo es el modo participativo de Aquel que lo es en sí y no
por otro: forma de ser de Dios. El perdonar unos a los otros como Dios nos ha
perdonado en Cristo, es acción del Espíritu en su inmenso amor de redención que
se hace Palabra que vivifica diciendo ‘te perdono’.
Esta Vida de este modo es la que se hace partícipe
–por gracia- de aquella ofrenda y sacrificio agradable a Dios.
Vida en el Espíritu que nos introduce más y más en
la Vida en
Cristo. Vida en Cristo a la que nos llama el Padre, por eso es que podemos
‘venir’ a Cristo, creer, comer. De aquí que sepamos ya, como aquel que vive en
la verdad, que ‘el que coma el pan
viviente vivirá’.
Texto patrístico:
Después de
estar saciados, dad gracias de esta manera:
Nosotros te
damos gracias, Padre Santo,
Por tu Santo
Nombre
Que has
hecho habitar en nuestros corazones,
Y por el
conocimiento, la fe y la inmortalidad
Que Tú nos
has revelado por Jesús tu Servidor.
¡Gloria a Ti por los siglos!
Eres Tú,
Señor todopoderoso,
Quien has
creado el universo por causa de tu Nombre
Y quien has
dado a los hombres el alimento y la bebida en gozo a fin que ellos te den
gracias.
Pero a
nosotros, tú nos has dado la gracia de un alimento y de una bebida espirituales
y la vida eterna por Jesús, tu servidor.
Por todo,
nosotros te damos gracias, porque tú eres poderoso.
¡Gloria a Ti por los siglos!
Acuérdate,
Señor, de tu Iglesia, para librarla de todo mal y perfeccionarla en el amor.
Reúnela
desde los cuatro vientos, esta Iglesia santificada, en tu reino que tú le has
preparado.
¡Pues es a
ti que pertenece el poder y la gloria por los siglos!
¡Que tu
gracia venga y que este mundo pase!
¡Hosanna al
Dios de David!
¡Si alguien
es santo que venga!
¡Si alguien
no lo es, que haga penitencia!
¡Maranatha!
¡Amén!
[La doctrine des Douze Apôtres, Didachè, 10,1-6,
Paris, Cerf, Sources
Chrétiennes 248, 1978, p. 179-183]
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