sábado, 31 de octubre de 2015
sábado, 24 de octubre de 2015
La reforma monástica
"Mediante
esta introducción, queremos decir lo siguiente: la verdadera reforma monástica
debería centrarse fundamentalmente en una adaptación al tiempo presente. Eso,
en la medida que nosotros somos hijos de nuestro tiempo, es inevitable y
pertenece a nuestra condición humana, pero cuando queremos hacerlo consciente y
artificialmente, entonces no sólo se vuelve problemático, sino que también
llega a ser contradictorio con la esencia misma de la vocación monástica.
Tampoco nos parece que la tarea más importante sea la de volver a las fuentes
arcaicas y dedicarse a un primitivismo que resultaría igualmente forzado y poco
auténtico. La verdadera reforma de la vida monástica, a nuestro
entender, más bien consiste en volver a encontrar la verdadera forma del
monje. Ahora bien, la forma que la reforma pretende cambiar tiene
dos sentidos distintos, cuya identificación ha caracterizado, para bien o para
mal, prácticamente toda la cultura occidental y, por tanto, también la
cristiana. La forma, morfé (cir), quiere decir la figura y por tanto la
apariencia, la manifestación, el aspecto externo de una cosa y también,
naturalmente, su belleza, utilidad y servicio. Pero, en virtud de un tributo
platónico-aristotélico del pensamiento/ occidental, forma, morfé, también es sinónimo
de esencia, de substancia incluso, de aquello que una cosa tiene de más
profundo y propio, puesto que la hace ser lo que precisamente es.
No
puede negarse que entre estos dos conceptos hay un parentesco muy estrecho.
Deformad una cosa, aunque sea la cara de una persona, y veréis cómo algo más
que su figura externa cambia. Nos atreveríamos incluso a añadir que, para todo
ser espacio-temporal, occidente tiene cierta razón cuando identifica las dos
formas. Toda existencia que se agote en su encarnación espacio-temporal, por
así decirlo, presenta una esencia que se identifica con su figura, ya que ésta
no es otra cosa que su forma espacio-temporal. Si la forma se deforma, deja de
ser lo que era. Ahora bien, en ningún otro caso es posible una tal identificación,
y mucho menos cuando de lo que se trata es de la existencia escatológica del
núcleo tempiterno de las cosas, de la substancia última de todo, de
aquello que perdura cuando se deshace la duración.
Si
la esencia de la vida monástica consiste en su existencia escatológica, se
comprende que la reforma en cuestión deba limitarse a un sencillo cambio
de figura, esto es, a modificaciones accidentales. Ahora bien, en virtud del
carácter histórico del hombre, un cambio de forma conlleva también
paulatinamente un cambio de esencia. Toda reforma acaba en transformación.
Una vez hallada la forma del monje, su reforma será un simple corolario"[1]
[1] Raimon Panikkar, “La problemática del
“aggiornamiento” monástico”, en La nueva inocencia, Verbo Divino, Navarra,
1993, pp.197-198. La problemàtica de l´ “aggiornamiento”monástic, en Visione
attuale sulla vita monastica. Editado por E. Brassó, Monserrat, 1966.
sábado, 17 de octubre de 2015
Pensamiento sobre la unidad de la Iglesia
Distintos son los sonidos que produce el viento al
pasar por las variaciones de la vegetación. El sonido producido en una
casuarina, en un pino, en un bosque de eucaliptos de hoja redonda, en un bosque
de alisos, entre arbustos duros de una zona desértica. Todos son sonidos
diferentes producidos por el mismo viento, por la misma brisa. Pero eso si,
cada zona debido a esto tiene su sonido característico, de acuerdo a la hora
que sea, de acuerdo a la estación, inclusive de acuerdo a la misma vegetación
de la región: si esta vegetación cambia, el sonido cambia, si el sonido cambia
se ha producido algún cambio en la zona.
“El viento
sopla donde quiere y escuchas su voz pero no sabes de adónde viene ni adónde va. Así es todo el que nace del Espíritu” [1]
Por medio de la imagen del viento que produce
sonidos en la vegetación desearía tratar de ver a la Iglesia de los primeros
siglos, esa Iglesia a la que han formado y configurado las distintas
comunidades, los distintos Padres, que, desde los Apostólicos, desde esos primeros pasos en el ahondamiento
de la fe a través de los primeros desarrollos teológicos fueron conformando al
Cuerpo de Cristo.
Digo tratar de hacerlo a través de esta imagen
porque cualquiera que lea algo de historia quedará un tanto asombrado al ver la
diversidad de proposiciones, de situaciones a las que la palabra Iglesia, a
través de los Padres, hace referencia. Pero volvamos a la imagen, cada
comunidad tiene sus distintas particularidades, sus distintas experiencias,
como en cada árbol de diferente especie, como en cada bosque que tiene su
sonido propio; el viento, la brisa, es el mismo, como único el Soplo que
impulsa a la Iglesia: el Espíritu Santo. “Así es todo el que nace del Espíritu”
y la Iglesia es nacida del Espíritu, vive del Espíritu, es conducida por el
Espíritu de Dios.
Numerosos textos de los Padres evocan esta realidad.
Citemos algunos para poder beber de las pequeñas fuentes, los Padres, que remiten a la única fuente de la que mana
el agua viva que salta hasta la vida eterna:
“Allí donde
está la Iglesia, allí también está el Espíritu de Dios; y allí donde está el
Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda su gracia”[2]
“El Espíritu
de Dios ha santificado, y santificando ha perfeccionado, iluminado,
fortalecido, vivificado, porque Él es todo en todos y en cada uno; todos comulgan en su plenitud y todos son
colmados de su bondad, sin que de su parte se produzca la más pequeña división”[3]
“Así como un
solo espíritu abraza el conjunto y abraza los diversos miembros, así también
aquí: porque el Espíritu se da para poder unir a los que la diversidad de
patrias y de culturas separa”[4]
“Lo que
nuestro espíritu, es decir nuestra alma, es con respecto a nuestro cuerpo, eso
mismo es el Espíritu Santo con respecto a los miembros de Cristo que es la
Iglesia”[5]
Esta conceptualización denota una experiencia,
experiencia que no sucedió de la noche a la mañana, sino que fue lentamente madurando
distintos sonidos, distintas voces de ese único Espíritu, que, a lo largo de
uno de los aspectos más esenciales del hombre, la historia o su condición
histórica, ha sido y es el Compositor de esta sinfonía que se entona para la
alabanza de Dios Padre.
Los sonidos o voces de la vegetación es la voz del
Espíritu, que se expresa en las comunidades, en esas primeras iglesias locales,
en los Padres. Dado este modo de “encarnación” que ha generado la Iglesia, a
estas primeras iglesias, nos podemos preguntar qué relación han tenido en su
contexto socio-cultural, si han podido responder a las necesidades, exigencias,
cuestionamiento que el medio externo les proponía. Basta con recorrer sus
escritos para obtener una respuesta afirmativa a estas preguntas. Distintos
grupos judeo-cristianos, helenistas, distintas sectas gnósticas; de todo esto
se ha compuesto el medio en el cual le tocó vivir a la Iglesia y al cual dio
respuesta en su primer tiempo.
P. Marcelo Maciel, osb.
sábado, 10 de octubre de 2015
CONGRESO EUCARÍSTICO (ÚLTIMO)
4. Gracia de renovación
pastoral para la comunidad
La celebración de un Congreso
no se reduce a su semana conclusiva sino que se concreta en un significativo
camino de formación de los pastores y de los fieles a través de los
instrumentos habituales de la catequesis diocesana y parroquial para que el
pueblo de Dios se acerque cada vez más a la comprensión auténtica del
Sacramento.
La semana conclusiva asume un
fuerte valor formativo con la oferta de una sólida catequesis que profundice el
tema propuesto y con la presentación de testimonios interesantes. Esta tarea de
discernimiento es propia del Comité local y de su comisión teológica.
Celebraciones
ejemplares
La celebración ejemplar de la
Eucaristía durante el Congreso es uno de los puntos importantes del
acontecimiento y es necesario poner la mayor atención posible sobre esto.
Durante el Congreso se deberá
percibir claramente que todas las acciones litúrgicas –la Eucaristía, la
Liturgia de las Horas, los diversos sacramentos y la asamblea reunida, los
símbolos, los gestos, las palabras – son esencialmente celebraciones de la
Pascua de Cristo, es decir, del acontecimiento
escatológico por excelencia: “Porque
unidos en la caridad, celebramos la muerte de tu Hijo, con fe viva proclamamos
su resurrección y con esperanza firme anhelamos su venida gloriosa”.[1]
Al
servicio del pueblo de Dios
Además, el Congreso Eucarístico
no es un privilegio honorífico confiado a una Iglesia particular, sino un
servicio para el crecimiento dinámico del pueblo de Dios. Muchas fuerzas
activas en la Iglesia (grupos parroquiales, movimientos apostólicos, jóvenes,
formas de vida consagrada, asociaciones, voluntariado…) esperan objetivos a
realizar. Son estas las fuerzas a implicar para convencer que la Eucaristía nos
es una actividad más entre otras sino el fundamento, la fuente y la cumbre de
la vida y de la actividad misionera de todo bautizado.
En este sentido, el Congreso
Eucarístico debe comprometer a todos los cristianos a través de las estructuras
de la Iglesia particular. El comité de preparación del Congreso deberá buscar
la mejor forma de colaboración posible con la base eclesial a través de la
creación de delegados diocesanos o parroquiales, con los medios de
comunicación, con las realidades
sociales y políticas presentes en su territorio.
Todo esto para que el Congreso
Eucarístico no sea un fin en sí mismo sino que se transforme en un medio
poderoso capaz de implicar a toda la Iglesia en la celebración de la Pascua del
Señor, “en el vínculo de la caridad y de la unidad”
[1] “Cuius (Christi) mortem in caritate
celebramos,/resurrectionem FIDE vivida confitemur,/adventum in gloria spe
firmísima praestolamur”; in Missale
Romanum (Editio typica tertia, MMVIII) Ordo Missae, Praefatio communis V,
p. 561).
sábado, 3 de octubre de 2015
CONGRESO EUCARÍSTICO IV
3.4. Al servicio de la misión
Cada Congreso
Eucarístico nos ayuda a abrir los ojos sobre la realidad de la misión que brota
como un río de agua viva (cfr. Ez 47,1-12) de la Eucaristía. Porque la
Eucaristía, en cada Iglesia particular así como en la totalidad de la Iglesia
universal, es fuente y culmen de la misión de la Iglesia.[1]
En efecto, “ninguna comunidad cristiana
se edifica si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la
santísima Eucaristía, por la que debe, consiguientemente, comenzarse toda educación
en el espíritu de comunidad. Esta celebración, para ser sincera y plena, debe
conducir tanto a las varias obras de caridad y a la mutua ayuda como a la
acción misional y a las varias formas de testimonio cristiano”.[2]
Se podría decir que
Cristo es Eucaristía para la Iglesia para que la Iglesia sea Eucaristía para el
mundo. Del mismo modo, Cristo es salvación para la Iglesia y la Iglesia, cuerpo
del Señor habitado por su Espíritu, se convierte en salvación para el mundo, a
través de su don de comunión y de servicio.
Los Congresos
Eucarísticos reflejan todas estas realidades. Junto con las Jornadas mundiales
de la juventud, de la familias, etc… continúan siendo un recurso extraordinario
para testimoniar que la Eucaristía no es sólo la fuente de la vida de la
Iglesia, sino también el lugar de su proyección en el mundo. Esta urgencia del
tiempo presente es puesta de manifiesto hoy por el Papa Francisco recurriendo a
expresiones tan significativas como “Iglesia
en salida” o de las “periferias”.[3]
La opción de la “Iglesia
en salida” no es nueva para los Congresos Eucarísticos celebrados hasta ahora.
La relación entre Eucaristía /evangelización/misión, que se vuelve a destacar
ahora, ha formado parte frecuentemente del programa de los Congresos. Ya a partir
de los años Veinte del siglo XIX, bajo el pontificado de Pío XI, los Congresos
Eucarísticos se esforzaron en desarrollar el binomio Eucaristía/misión
evangelizadora implicando a numerosas Iglesias particulares de los cinco
continentes. En tiempos más recientes, desde finales de los años Ochenta, la
relación entre nueva evangelización/misión y Eucaristía se ha convertido en uno
de los temas centrales de la celebración de cada Congreso eucarístico. Frente
al reto del mundo moderno, cada Congreso se convierte en una extraordinaria
ocasión para revitalizar el cuerpo eclesial, poniendo en el centro la figura de
Jesucristo y el encuentro con Él, que da el Espíritu Santo y las energías para
anunciar el Evangelio a través de nuevos caminos capaces de llegar a cada
ambiente y cada cultura.
San Juan Pablo II, el 13
de junio de 1993, durante la adoración eucarística en la catedral de Sevilla
durante el 45º Congreso Eucarístico Internacional exhortaba: “Pedid conmigo a Jesucristo… que, después de
este Congreso Eucarístico, toda la Iglesia salga fortalecida para la nueva evangelización que el mundo entero
necesita… Evangelización para
la Eucaristía, en la Eucaristía y desde
la Eucaristía: son tres aspectos inseparables de cómo la Iglesia vive el
misterio de Cristo y cumple su misión de comunicarlo a todos los hombres”.[4]
La celebración de un
Congreso eucarístico ofrece la ocasión para la inculturación del Evangelio y la
evangelización de las culturas.
La celebración
eucarística es “fuente de misión”[5]
porque despierta en el discípulo la voluntad decidida de anunciar a los otros,
con audacia, cuanto ha escuchado y vivido, Así se abren las puertas del mundo.
En el fondo, esto es lo
que se experimenta, domingo tras domingo, en nuestra comunidades. En lo que
llamamos, con razón, el Día del Señor
(Ap 1,10) hay un convergencia particular de hombres y mujeres de toda raza, lengua, pueblo y nación
(Ap 7,9) que se ponen en marcha hacia una serie de catedrales, iglesias
parroquiales… también capillas, santuarios, oratorios. Un inmenso río de
creyentes que procede, cada domingo, sin tambores ni fanfarrias, humildemente,
sin ruido; inmenso río que agrupa a los cristianos provenientes de ciudad y de
pueblos, de los Países Escandinavos hasta el Mediterráneo; desde las Américas,
Asia, África, Australia.
Centenares de miles de
bautizados que se unen en asamblea en torno al altar del Señor, para ser,
unidos, el Cuerpo del Señor en el corazón de nuestro mundo. Después que la Misa
ha sido celebrada de un confín al otro de la tierra, los fieles enviados en
paz, se ponen de nuevo en marcha, aunque en sentido contrario. Con un
movimiento eucarístico de sístole y diástole, estas asambleas litúrgicas,
diluyéndose poco a poco, se dispersan como la semilla en los surcos de la
tierra. Así desde hace veinte siglos, los cristianos vuelven a sus casas, a las
escuelas, a las oficinas, al comercio, a los lugares de tiempo libre, abriendo
caminos nuevos que forman la trama secreta del Reino.
De este modo se alcanzan
las periferias de las que habla el Papa Francisco, que son las geografías de
los pueblos todavía no evangelizados y las de cuantos se encuentran distantes
del corazón vivo de la comunidad eclesial. Estas abarcan a los denominados
“alejados”, que han recibido un primer anuncio de la buena noticia y después se
han alejado de la fe por las vicisitudes de la vida, pero también los
buscadores de Dios todavía escondidos, que advierten en el corazón la nostalgia
del Altísimo, pero no conocen el camino para contemplar su rostro y recibir el
don del amor que salva.
Pues bien, los Congresos
Eucarísticos que habitan esta Iglesia “en salida” trabajan por una eucaristía
“misionera” con su empeño en la formación y en la celebración auténtica.
3.5. La dimensión social del Congreso
La expresión “reinado
social de Cristo” , más allá de los límites fácilmente descubiertos, consiste
en el descubrimiento de la centralidad de Cristo presente en la Eucaristía.
Sacramento primordial de toda salvación destinado al hombre como individuo y
como miembro de la sociedad. “La
orientación de la Iglesia hacia el Reino –afirma un teólogo moderno- encuentra su fuente y su culmen en la
Eucaristía”.[6]
En la Iglesia actual,
cuando se habla de “Reinado social de Cristo” se refiere a menudo y con razón
al movimiento de solidaridad/fraternidad que nace de la celebración fructuosa
de este Sacramento para trabajar en el advenimiento de un mundo nuevo.
Juan Pablo II,
escribiendo al Cardenal Knox con ocasión del Congreso de Lourdes en 1981,
situaba esta ética a nivel planetario: “Un
“hombre nuevo”, un mundo nuevo marcado por relaciones filiales hacia Dios y
fraternas entre los hombres, digamos una humanidad nueva: tales son los frutos
que se esperan del Pan de Vida que la Iglesia parte y distribuye en el nombre
de Cristo” (1 enero 1979).
Más recientemente,
Benedicto XVI, en la tercera parte de la exhortación Sacramentum caritatis, ha conjugado la dimensión social del
Sacramento como:
- Convicción que la Iglesia ha recibido en la Eucaristía el
código genético de su identidad, el don pleno que la pone delante del mundo
como “Cuerpo de Cristo”, “sacramento de salvación”. De aquí nace la llamada a
transformaciones no sólo morales e interiores, sino también sociales y
culturales. Por eso es justo hablar de un verdadero y propio ethos eucarístico.
- Orientación de todas las dimensiones de la vida cristiana,
comprendidas también las sociales, a partir de la Eucaristía, en el contexto de
la eclesiología conciliar y de la correcta relación Iglesia-mundo según el
estilo de la “forma eucarística”.[7]
- Promoción de la centralidad y de la dignidad de la persona. Delante
del Señor de la historia y del futuro del mundo, los sufrimientos de los
pobres, las víctimas cada vez más numerosas de la injusticia y todos los
olvidados de la tierra no pueden permanecer ajenos a las celebraciones del
misterio eucarístico que compromete a los bautizados a trabajar por la justicia
y la transformación del mundo de manera activa y consciente.[8]
Continuará..
[1] Cfr. Presbyterorum Ordinis (PO): “La Eucaristía aparece como la fuente y la
culminación de toda la predicación evangélica”
[2] PO 6
[3] Cfr. PAPA
FRANCISCO, Exhortación Apostólica Evangelii
Gaudium (EG), nn.20-24.
[4] Cfr.
PONTIFICIUS COMITATUS (curavit), XLV
Conventus Eucharisticus Internationalis Sevilla 7-13.VI.1993. Christus Lumen
Gentium. Eucharistia et evangelizatio, Ex Aedibus Vaticanis MCMLXXXXIIII,
p. 1108.
[5] XI ASAMBLEA
GENERAL ORDINARIA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS, Elenco final de las proposiciones, n.42; en Synodus Episcoporum Bolletino 22.10.2005.
[6] M. SEMERARO, Regno di Dio, en Lexicon. Dizionario teologico enciclopedico,
Casale Monferrato 1993, p. 878.
[8] Mensaje del Sínodo de los Obispos al pueblo
de Dios, 22 octubre 2005.
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