Distintos son los sonidos que produce el viento al
pasar por las variaciones de la vegetación. El sonido producido en una
casuarina, en un pino, en un bosque de eucaliptos de hoja redonda, en un bosque
de alisos, entre arbustos duros de una zona desértica. Todos son sonidos
diferentes producidos por el mismo viento, por la misma brisa. Pero eso si,
cada zona debido a esto tiene su sonido característico, de acuerdo a la hora
que sea, de acuerdo a la estación, inclusive de acuerdo a la misma vegetación
de la región: si esta vegetación cambia, el sonido cambia, si el sonido cambia
se ha producido algún cambio en la zona.
“El viento
sopla donde quiere y escuchas su voz pero no sabes de adónde viene ni adónde va. Así es todo el que nace del Espíritu” [1]
Por medio de la imagen del viento que produce
sonidos en la vegetación desearía tratar de ver a la Iglesia de los primeros
siglos, esa Iglesia a la que han formado y configurado las distintas
comunidades, los distintos Padres, que, desde los Apostólicos, desde esos primeros pasos en el ahondamiento
de la fe a través de los primeros desarrollos teológicos fueron conformando al
Cuerpo de Cristo.
Digo tratar de hacerlo a través de esta imagen
porque cualquiera que lea algo de historia quedará un tanto asombrado al ver la
diversidad de proposiciones, de situaciones a las que la palabra Iglesia, a
través de los Padres, hace referencia. Pero volvamos a la imagen, cada
comunidad tiene sus distintas particularidades, sus distintas experiencias,
como en cada árbol de diferente especie, como en cada bosque que tiene su
sonido propio; el viento, la brisa, es el mismo, como único el Soplo que
impulsa a la Iglesia: el Espíritu Santo. “Así es todo el que nace del Espíritu”
y la Iglesia es nacida del Espíritu, vive del Espíritu, es conducida por el
Espíritu de Dios.
Numerosos textos de los Padres evocan esta realidad.
Citemos algunos para poder beber de las pequeñas fuentes, los Padres, que remiten a la única fuente de la que mana
el agua viva que salta hasta la vida eterna:
“Allí donde
está la Iglesia, allí también está el Espíritu de Dios; y allí donde está el
Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda su gracia”[2]
“El Espíritu
de Dios ha santificado, y santificando ha perfeccionado, iluminado,
fortalecido, vivificado, porque Él es todo en todos y en cada uno; todos comulgan en su plenitud y todos son
colmados de su bondad, sin que de su parte se produzca la más pequeña división”[3]
“Así como un
solo espíritu abraza el conjunto y abraza los diversos miembros, así también
aquí: porque el Espíritu se da para poder unir a los que la diversidad de
patrias y de culturas separa”[4]
“Lo que
nuestro espíritu, es decir nuestra alma, es con respecto a nuestro cuerpo, eso
mismo es el Espíritu Santo con respecto a los miembros de Cristo que es la
Iglesia”[5]
Esta conceptualización denota una experiencia,
experiencia que no sucedió de la noche a la mañana, sino que fue lentamente madurando
distintos sonidos, distintas voces de ese único Espíritu, que, a lo largo de
uno de los aspectos más esenciales del hombre, la historia o su condición
histórica, ha sido y es el Compositor de esta sinfonía que se entona para la
alabanza de Dios Padre.
Los sonidos o voces de la vegetación es la voz del
Espíritu, que se expresa en las comunidades, en esas primeras iglesias locales,
en los Padres. Dado este modo de “encarnación” que ha generado la Iglesia, a
estas primeras iglesias, nos podemos preguntar qué relación han tenido en su
contexto socio-cultural, si han podido responder a las necesidades, exigencias,
cuestionamiento que el medio externo les proponía. Basta con recorrer sus
escritos para obtener una respuesta afirmativa a estas preguntas. Distintos
grupos judeo-cristianos, helenistas, distintas sectas gnósticas; de todo esto
se ha compuesto el medio en el cual le tocó vivir a la Iglesia y al cual dio
respuesta en su primer tiempo.
P. Marcelo Maciel, osb.
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