"Mediante
esta introducción, queremos decir lo siguiente: la verdadera reforma monástica
debería centrarse fundamentalmente en una adaptación al tiempo presente. Eso,
en la medida que nosotros somos hijos de nuestro tiempo, es inevitable y
pertenece a nuestra condición humana, pero cuando queremos hacerlo consciente y
artificialmente, entonces no sólo se vuelve problemático, sino que también
llega a ser contradictorio con la esencia misma de la vocación monástica.
Tampoco nos parece que la tarea más importante sea la de volver a las fuentes
arcaicas y dedicarse a un primitivismo que resultaría igualmente forzado y poco
auténtico. La verdadera reforma de la vida monástica, a nuestro
entender, más bien consiste en volver a encontrar la verdadera forma del
monje. Ahora bien, la forma que la reforma pretende cambiar tiene
dos sentidos distintos, cuya identificación ha caracterizado, para bien o para
mal, prácticamente toda la cultura occidental y, por tanto, también la
cristiana. La forma, morfé (cir), quiere decir la figura y por tanto la
apariencia, la manifestación, el aspecto externo de una cosa y también,
naturalmente, su belleza, utilidad y servicio. Pero, en virtud de un tributo
platónico-aristotélico del pensamiento/ occidental, forma, morfé, también es sinónimo
de esencia, de substancia incluso, de aquello que una cosa tiene de más
profundo y propio, puesto que la hace ser lo que precisamente es.
No
puede negarse que entre estos dos conceptos hay un parentesco muy estrecho.
Deformad una cosa, aunque sea la cara de una persona, y veréis cómo algo más
que su figura externa cambia. Nos atreveríamos incluso a añadir que, para todo
ser espacio-temporal, occidente tiene cierta razón cuando identifica las dos
formas. Toda existencia que se agote en su encarnación espacio-temporal, por
así decirlo, presenta una esencia que se identifica con su figura, ya que ésta
no es otra cosa que su forma espacio-temporal. Si la forma se deforma, deja de
ser lo que era. Ahora bien, en ningún otro caso es posible una tal identificación,
y mucho menos cuando de lo que se trata es de la existencia escatológica del
núcleo tempiterno de las cosas, de la substancia última de todo, de
aquello que perdura cuando se deshace la duración.
Si
la esencia de la vida monástica consiste en su existencia escatológica, se
comprende que la reforma en cuestión deba limitarse a un sencillo cambio
de figura, esto es, a modificaciones accidentales. Ahora bien, en virtud del
carácter histórico del hombre, un cambio de forma conlleva también
paulatinamente un cambio de esencia. Toda reforma acaba en transformación.
Una vez hallada la forma del monje, su reforma será un simple corolario"[1]
[1] Raimon Panikkar, “La problemática del
“aggiornamiento” monástico”, en La nueva inocencia, Verbo Divino, Navarra,
1993, pp.197-198. La problemàtica de l´ “aggiornamiento”monástic, en Visione
attuale sulla vita monastica. Editado por E. Brassó, Monserrat, 1966.
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