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martes, 7 de agosto de 2018
sábado, 4 de agosto de 2018
Fiesta de la Transfiguración del Señor y primera profesión monástica
El lunes 6 de agosto Fiesta de
la Transfiguración del Señor el Padre Javier Ricardo Margheim hará su primera
profesión monástica durante la misa conventual (18,40 hs.). Ha elegido como
lemas, uno bíblico: “Maestro ¿Dónde vives?” (Jn 1,38) y otro de la Regla: “Negarse
a sí mismo para seguir a Cristo” (4,10). Les rogamos nos acompañen con la
oración.
viernes, 1 de junio de 2018
Profesión temporal del Hno. Gabriel Alejandro Grabarnik. en la Fiesta de la Visitación
RITOS INICIALES
Petición.
Terminado el
Evangelio, el abad se sienta en la sede de tal forma que la asamblea pueda
seguir perfectamente la acción litúrgica. Todos se sientan. El que va a
profesar, invitado por el maestro de novicios (p. Prior José desde su sitial),
se pone delante del abad y permanece de pie.
Si el profesando
permanece de pie, el maestro de novicios lo llama por su nombre, diciendo:
Acércate,
hermano Gabriel Alejandro Grabarnik.
El profesando
responde:
Aquí estoy, Señor,
porque me has llamado.
Luego, el
maestro de novicios (prior), dirigiéndose al abad, dice:
Reverendísimo
Padre: ya se ha cumplido el tiempo de prueba de nuestro hermano Gabriel, es
hora de interrogarlo, para conocer cuál es su deseo, según lo pide la Regla.
A continuación
el abad interroga al profesando, diciendo:
Querido hijo,
¿qué deseas, qué pides a Dios y a esta comunidad?
El profesando
dice:
La misericordia
de Dios y la confraternidad de esta comunidad monástica.
El abad
prosigue: El Señor te admita entre sus elegidos.
Todos responden:
Demos gracias a Dios.
Homilía.
El abad hace una
homilía en la que explica las lecturas bíblicas, la gracia y la función de la
profesión monástica y exhorta al profesando acerca del servicio santo que va a
prometer en bien de la Iglesia y de toda la familia humana.
RITOS ESENCIALES
Interrogatorio.
Concluida la
homilía, el profesando se pone de pie delante del abad, quien lo interroga,
diciendo:
Querido hijo, ya
has sido consagrado a Dios por el agua y el Espíritu Santo, ¿quieres unirte más
íntimamente a él con el nuevo vínculo de la profesión monástica?
El profesando
responde:
Sí, quiero.
El abad le
pregunta acerca de su propósito, con estas u otras palabras semejantes:
Ya has conocido
la ley bajo la cual deseas militar, no sólo por la enseñanza, sino también por
haber compartido nuestra vida. ¿Quieres prometer, por tres años, estabilidad,
observancia monástica –conversatio morum– y obediencia, según la Regla de
nuestro padre san Benito y las Constituciones de nuestra Congregación, en
presencia de Dios y de sus santos?
El profesando
responde:
Sí, quiero.
El abad dice:
Dios
todopoderoso te conceda esta gracia, por su gran misericordia.
Todos responden:
Amén.
Profesión.
El profesando
recibe su carta o cédula de profesión que ha escrito de su propia mano y la lee
en voz alta e inteligible. Luego la firma con su nombre sobre el altar, y la
muestra al abad y a la comunidad, quienes asienten con una inclinación de
cabeza. Si se considera oportuno, la muestra también a los fieles. Luego la
deposita en el centro del altar.
El profeso
regresa al lugar donde estaba; todos se ponen de pie.
A continuación,
el profeso canta tres veces, según la costumbre del monasterio, el verso
“Súscipe me” de la siguiente manera:
De pie, alzando
los brazos y levantando la mirada:
Haciendo
inclinación, y con los brazos cruzados sobre el pecho:
El coro repite
el verso “Súscipe me” una o tres veces, mientas el profeso se inclina.
Impetración de la gracia divina.
Después del
canto del verso “Súscipe me”, el profeso se pone de rodillas delante del abad,
mientras todos permanecen de pie.
Oremos.
Todos oran en
silencio.
El abad, con las
manos extendidas, pide el auxilio divino con la siguiente oración:
Dios de bondad,
dirige tu mirada sobre Gabriel este hijo tuyo que hoy, ante tu Iglesia, desea
consagrar su vida por la profesión monástica. Bendícelo con bienes celestiales
para que permanezca entre nosotros unido por el amor fraterno, acepte con
entereza las manifestaciones de tu voluntad, sea moderado, sencillo y alegre.
Ilumínalo para que reconozca que esta gracia le ha sido otorgada gratuitamente.
Y concede, misericordioso, que su entrega glorifique tu nombre y contribuya a
la redención de las almas. Por Jesucristo, nuestro Señor.
RITOS COMPLEMENTARIOS
Terminado
el canto del “Súscipe me” y la oración de impetración de la gracia divina,
todos se sientan.
Entrega de la Regla.
El abad entrega
la Regla al profeso, que permanece de rodillas, diciendo:
Querido hijo,
ésta es la Regla que has prometido observar. Cúmplela fielmente durante tu
vida, para que el Señor te conceda el premio que ha prometido al servidor fiel.
El profeso
responde:
Amén.
Abrazo fraterno.
El profeso se
pone de pie y recibe el abrazo fraterno del abad y de la familia monástica.
Ofertorio de la Misa:
Saludos y Cena:
martes, 2 de enero de 2018
EL MONJE Y EL FIN-INICIO DEL AÑO
¿Qué celebramos cuando celebramos el fin de año? ¿Qué
significa celebrar que un año termina y que comienza otro? ¿Por qué a las 00.00
hs. nos levantamos de nuestros asientos, alzamos las copas y brindamos
deseándonos felicidades? ¿Por qué se escuchan por doquier el sonido de los
cohetes, bombas de estruendo, y se ven en los cielos los resplandores de los
fuegos de artificio? Creo que se está celebrando la esperanza. Es la manera como
en la actualidad se festeja la esperanza. Esperanza de que si el año que se va
fue malo, el que llega será bueno, y si el que se va ha sido bueno, el que
viene que sea mejor. Llegado este momento final del año, pueden echarse en olvido
los fracasos, las derrotas, las amarguras, los desencuentros, los malentendidos,
los propósitos no realizados, las metas no alcanzadas; todo puede empezar a mejorar
a partir del año que viene, todo puede hacerse nuevo, empezarse con ímpetu y
ánimo renovado porque confiamos en que
el año nuevo nos traerá la alegría, la gracia y la bendición.
Esto que se vive cada 365 días, el monje tiene la
gracia de vivirlo todos los días de su vida. Cada noche, al rezar el Oficio de
Completas, y más especialmente al momento de entonar las estrofas del Cántico
del anciano Simeón, el monje le entrega a Dios todo lo vivido durante su
jornada: lo bueno y lo no tan bueno; los aciertos y los errores; las fricciones
comunitarias y la alegría fraterna; lo que ha podido realizarse y lo que quedó
sin terminar; incluso las dudas, las tibiezas, los dolorosos retrocesos en el
camino. Todo pasa a las manos de Dios, es entregado tal y como está; sin
maquillaje, sin pasteleos, para que Dios lo reciba y lo llene de su
misericordia, dándole Él el valor que desee darle, otorgando peso de eternidad
a las pobres obras de nuestras manos.
A semejanza de lo que ocurre con cada fin de año, el
monje llega a cada noche, a cada “fin del día”, celebrando en su corazón una
gozosa esperanza. Pero es un festejo que no lleva en sí una demostración
exterior de júbilo, ni el bullicio de salutaciones extrovertidas; es una
celebración suave y serena, interior, porque el monje sabe que al despertarse
de su sueño, en sólo un par de horas, comenzará un día nuevo, y que ese día
vendrá cargado de todas las promesas de Dios, día que llegará revestido de
esperanza, con los fulgores resplandecientes que brotan de la Palabra de Dios
que saldrá a su encuentro y lo iluminará como aurora. Ese “mañana” del monje,
que se aguarda cada noche, es un nuevo comienzo, un punto de partida, una hoja
en blanco, en la que el monje espera que Dios mismo venga en ayuda de su
servidor para asistirlo en la ardua tarea de la conversión del corazón, de la
purificación de todo el ser y de la configuración con Cristo, que venga para
despejar las dudas y aclarar el camino,
para consolar y fortalecer, para visitar nuevamente el corazón de aquel
que ha puesto en Él toda su esperanza y hacerle ver nuevamente su salvación.
Por ello tal vez en los Monasterios se celebra el Año
Nuevo sin el ruido y la excitación que adquieren estos festejos en otros
ámbitos. El monje no espera tanto en Año Nuevo sino el Día Nuevo, y para él,
cada noche puede ser la que antecede a ese Día Nuevo y Eterno, el único que
merece ser esperado sobre todos los días.
Hno. Gabriel, Novicio
jueves, 2 de noviembre de 2017
Un fruto de la Pascua del P. Benito: Inicio del noviciado del Hno. Juan Pablo
Nota: El inicio del Noviciado del Hno. Juan Pablo estaba fijado el día 28 del mes pasado, la pascua del P. Benito hizo que los pospusiéramos para el 1 de noviembre. Ordenando el escritorio del Abad encontramos la homilía lista e impresa en dos ejemplares. El P. José prior del monasterio la leyó durante la celebración, aclarando "Benito te la está diciendo desde el cielo".
Querido
Hno. Juan Pablo, San Benito le dice al abad que debe alegrarse con el
crecimiento del buen rebaño, 2,32. Y esta alegría del abad, sin duda, tiene que
alegrar at toda la comunidad. Hoy nos traes esta alegría.
Hasta
hace un tiempo el que fijaba la fecha del inicio del noviciado era el abad;
aquí los tres últimos candidatos han preferido esperar y hacer un
discernimiento profundo. En tu caso la espera que dispusiste fue bastante
larga. Te lo agrademos porque nos diste la oportunidad de un acompañamiento
comunitario con la oración y con una sincera aceptación de todos. Tu proceso de
apertura a la comunidad fue creciendo y con ello fue creciendo tu alegría. En
ese acompañamiento contínuo te hemos podido ayudar en el descubrimiento del
actuar de Dios en ti y hemos podido unirnos contigo al canto de las maravillas
del Señor que hizo en la Virgen María (Cfr. P 30)
Te
hago una breve alusión a dos textos de la Sagrada Escritura que quieres sean
luz y fuerza de tu vida. El primero es el versículo 7 del salmo 2: “Voy a
proclamar el decreto del Señor, me ha dicho: Yo mismo te he engendrado hoy.” Con este decreto tendrás que presentarte siempre
ante el Padre que te hizo su hijo. Ni vos ni nadie podrán poner en duda ese
decreto y todas sus consecuencias.
El
segundo texto es del 1 Reyes, 1 al 14. Evidentemente no te tocó vivir esos
extremos de persecución y desesperación que le tocaron a Elías; pero los
avatares de tu vida te pusieron en sendas parecidas. Elías después de la
matanza de los 400 sacerdotes de Baal recibe la sentencia de muerte de Jezabel
y huye despavorido al desierto. Allí
encuentra sed y hambre que lo llevan al borde de la muerte. Dios lo despierta y
le ofrece un potente alimento que le da fuerzas para continuar el camino. Elías a
los tumbos y en el desconcierto avanza sin sospechar lo que encontrará: Se producirá un encuentro místico con el Señor.
No
tengas miedo, no desesperes. Llegarás te dice San Benito.
lunes, 7 de agosto de 2017
INICIO DEL NOVICIADO DEL P. JAVER MARGHEIM EL DOMINGO DE LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR (Fotos y homilia del Abad Benito)
Querido
P. Javier, hace un tiempo elegiste tres textos bíblicos que orientan tu
vocación y tu vida monástica, los tres “vocacionales” Gen. 12, 1-2 ; salmo 139
y Jn 1,35-39.
El
texto del Génesis, la vocación de Abraham. Un texto desafiante y esperanzador.
Desafiante:”Sal de tu tierra”; hay un desgarrón. Desafiante: “A la tierra que
te mostraré”; un desafío a aceptar el misterio; el monasterio, la
comunidad monástica, es algo concreto y palpable, y a la vez es algo
misterioso, fascinante, preñado de esperanzas.
“Haré
de ti un gran pueblo, te bendeciré”. En tu vida de párroco, en el clero
diocesano esto era más fácil de contabilizar; en la vida monástica será un
desafío a descubrir la fecundidad y las bendiciones porque menos aparentes, y
muchas quedarán para descubrirlas en la parusía. Tendrás que descubrir en ti el
“operantem in se Dominum” del Prólogo de la RB, el trabajo que irá
haciendo en ti y en la comunidad el Espíritu Santo y tendrás que
descubrir y alegrarte por el “crecimiento del buen rebaño” del Capítulo dos.
Vamos
ahora al texto del Evangelio de Juan. Andrés y el otro discípulo, cuyo nombre
no sabemos, ya estaban en un discipulado con Juan el Bautista y hay un nuevo
llamado. Sin pretender establecer diferencias y preeminencias, que descarta en
forma contundente la Lumen Gentium, vos ya estabas en un discipulado en el
clero diocesano y un Juan el Bautista, vos sabrás quien es, te dijo: “Ahí está
el Cordero de Dios”. Vos también le preguntaste a Jesús “¿dónde vives?” Y Él te
respondió: “Ven y verás” Y como los dos discípulos del Bautista viniste y estás
con Jesús. Este estar con Jesús en tu noviciado hará más fecundo tu bautismo y
tu sacerdocio y te confirmará la elección.
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