San León Magno: “Que nadie se considere excluido de esta alegría, porque el motivo de gozo es común a todos: nuestro Señor, en efecto, vencedor del pecado y de la muerte, así como no encontró a nadie libre de culpa, así ha venido para salvarnos a todos. Alégrese, entonces, el santo porque se acerca a la victoria, regocíjese el pecador, porque se le ofrece el perdón, anímese el pagano porque es llamado a la vida”.
¿Quiénes se alegraron en la primera Navidad? Los santos: María y José; los pecadores: los pastores de Belén; los paganos: los Magos de Oriente.
Pero ¿Quiénes somos los pecadores, o cuando somos pecadores? Somos pecadores cuando reconocemos el deber ser, el valor, pero por debilidad obramos en contra. Acepto el valor de la obediencia, pero en esta determinada circunstancia soy débil y desobedezco; acepto el valor de la fidelidad pero en este caso soy débil y soy infiel, La Navidad, el Niño de Belén ofrece el perdón al pecador.
¿Quién no se alegró en la primera Navidad? El Rey Herodes no se alegró sino todo lo contrario. ¿Por qué? Porque era corrupto. Es el realismo del evangelio de Juan: “vino a los suyos y los suyos no lo recibieron” Jn 1,11.
El corrupto no acepta los valores, se maneja con antivalores.
El corrupto no puede alegrarse con la Navidad, porque su corrupción quita la alegría a los demás. La corrupción quita la alegría al niño o a la chica sometidos sexualmente, o sometidos a trabajos de esclavos, o forzados a manejar armas mortales en la guerra. La corrupción quita la alegría al que carece de lo necesario para vivir; no hay corrupción sin daño social. Hay corrupción siempre que se subvierten o alteran los valores. Hay corrupción en política cuando no hay independencia en los tres poderes; hay corrupción cuando los legisladores no cumplen o mal cumplen sus deberes de legislar para bien de todo el pueblo; hay corrupción cuando los jueces no dictan sentencias según justicia sino influenciados por conveniencias personales o sobornados por dádivas; hay corrupción cuando los abogados se compran o se venden; hay corrupción en los sacerdotes cuando su primer valor no es la salvación de las almas, ley suprema de la iglesia; hay corrupción gravísima con el narcotráfico que destruye las personas y la nación; y el narcotráfico supone una cadena de corruptos: los que elaboran la droga, los que la traen, los que la venden y los que desde el poder protegen a todos los anteriores. Hay corrupción en los políticos cuando para ellos la política en lugar de ser “una altísima vocación y una las formas más preciadas de la caridad por que busca el bien común” se transforma en una herramienta para un bien personal que destruye a los demás y a todo el país.
Pero ¿qué tenemos que hacer nosotros ante esta triste y muchas veces trágica realidad enfrentada a la invitación a la alegría que nos hace San León Magno? Evidentemente nosotros tenemos que sentirnos interpelados cuando nos dice: “alégrese el pecador porque se le ofrece el perdón”, pero también es nuestra misión llevar a los demás la buena noticia, como los pastores de Belén, como ellos tenemos que contar “lo que nos han dicho del Niño”. Los cristianos tenemos que ser para los no creyentes “la estrella de los magos” que los lleve a adorar al Niño.
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