sábado, 15 de julio de 2017

BALLESTER PEÑA: "LOS DENARIOS QUE SE ME DIERON. LA VOCACIÓN DEL ARTISTA" II

La causa del mundo y su belleza es, entonces, necesariamente inteligente, y son buenas las cosas que placen pura y simplemente a una cualquiera de nuestras tendencias, y son bellas las que placen a la vista y al oído. Lo bello corresponde tan sólo a nuestras potencias superiores, y el placer de la belleza es un placer de las facultades superiores ordenadas al conocimiento, y se refiere, por consiguiente, al aspecto o al conocimiento del objeto en el cual aquellas tendencias puedan hallar un descanso. Cuando place la belleza, y esto no es nada nuevo, sensaciones de otra naturaleza -hablo del caso particular de las artes plásticas- pueden acompañar a las visuales y obrar sobre éstas en una especie de mezcla de impresiones que disponen, sin duda alguna, para experimentar mejor el goce de mirar.
Es claro, también, que las sensaciones que el hombre experimenta fuera de sus facultades superiores, carecen por sí solas de valor alguno estético, como las sensaciones visuales por sí solas no pueden constituir una verdadera sensación de belleza. Para que haya belleza se precisa el conocimiento de algo inteligible, y la percepción de esa belleza es una percepción del orden, de la armonía consustancial con la idea que se encarna en la materia; idea que, gracias a que es armónica, brilla sobre las partes proporcionadas. Consecuentemente, entonces, se desprende que, siendo la inteligencia a la que puede crear o percibir la armonía, el placer de la belleza es un placer de la inteligencia.
Siempre en este mismo marchar por los caminos trazados por Santo Tomás, se puede repetir aquello que el santo considera como caracteres indispensables a toda belleza. Dice Santo Tomás que los caracteres indispensables a toda belleza son el resplandor o claridad, la armonía o proporción; la integridad. Quiere decir entonces que la belleza de una parte cualquiera se considera en la proporción de su todo, y San Agustín dice que "toda parte que no conviene en su todo, es viciosa", lo que abona en el sentido de que el todo no puede existir si no está compuesto de partes que le son proporcionadas, y la buena disposición de las partes se toma por su comportamiento con el todo. De ahí que la belleza sea una relación constante de proporciones, iluminada por su forma.
Existen para cada arte reglas indispensables, a fin de que la obra corresponda a la categoría a que pertenece, como existen reglas generales que se aplican a todas las obras pertenecientes a las bellas artes. Estas obras, conforme a las anotaciones anteriores, requieren la unidad, la armonía, y el resplandor resultante de esta misma armonía, porque los cánones, las reglas, las proporciones, son únicamente funciones de la misma obra. La belleza, la recreación en fin, porque sin ello el problema estaría agotado con la primera formulación, debe ser viviente, y si la belleza es viviente, el arte, servidor de la belleza, también lo es. Para ello se requiere que la obra de arte sea animada; que se construya y organice según una idea directriz tomada de la realidad por abstracción, porque la belleza no está conformada a un cierto tipo ideal e inmutable, ya que, ni conocimiento sólo, ni sola delectación juzgan la belleza.
En resumen, el artista obra mediante una forma; una idea que le sirve siempre de modelo para la recreación, una forma tranquila que, al ser representada, contagia la obra por el resplandor de la forma, por la luminosidad del ambiente y, sobre todo, por la animación de la imagen.
Empero, para ser viviente no se precisa movimiento de formas, de líneas o color que son expresiones exteriores, sino volcar en cada pedazo de la materia recreada un pedazo del espíritu del artista. Es natural que el movimiento exterior de formas, líneas o color, pueda enriquecer la obra y agrandar la idea, pero no es indispensable, y estorba, en cambio, todo movimiento que, exagerado o no, rompa la unidad. Las obras de arte no son bellas por una manera vieja o nueva de expresar una idea, pues, como se ha dicho, los cánones, las reglas, las proporciones, son funciones de la obra misma, y las obras son bellas a su manera, y no respecto a cualquier forma antigua o nueva u original. Si el arte ha de ser viviente para que resplandezca la belleza, el artista debe buscar siempre servir una idea viviente, es decir, crear con su época, vivir con su época y servir a la eternidad con su época.

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