sábado, 22 de julio de 2017

BALLESTER PEÑA: "LOS DENARIOS QUE SE ME DIERON. LA VOCACIÓN DEL ARTISTA" III


Las sensaciones de una época no corresponden al espíritu de otra. De aquí que formas usadas no sean propias para expresar la sensibilidad nueva. Sólo la mediocridad, por un sentimiento de autodefensa, se empeña en una lucha cruenta por evitar el avance, pero al final será inútil toda resistencia: debe dar paso a la victoria y esconder su ridícula vejez. Y este será el experimento doloroso del artista que no llegara a comprender su actualidad y se instalara cómodamente, burguesamente, servilmente junto al pasado, para expresarse. Si entrega su espíritu a la caducidad del pasado, la obra que sale de sus manos será opaca. Ya es una lección perfecta aquella parábola de Nuestro Señor Jesucristo, de los vinos nuevos y los odres viejos.
Los siglos y las civilizaciones han sido descritos por los artistas. Cada época, cada civilización ha tenido su forma de expresión, y ha subsistido aquello que verdaderamente supo comunicar a las cosas un poco de su calor personal y otro poco del espíritu de su época, pues un mundo con alma y una época con espíritu, presuponen un alma en el hombre que construye una nueva etapa de la vida.
El arte no ha respondido nunca únicamente a exigencias estéticas -esto lo ha dicho alguien antes que yo-, y la pérdida actual del sentido milagroso no podrá recuperarse en el arte, si no retorna a la fe, porque todos los caminos buscados y elegidos, y las tentativas de volverse a hundir en los sueños nocturnos o en la frescura de la infancia del hombre o del mundo para expresar la belleza fuera de la fe, no son más que una nostalgia de la fe. Todas las tentativas para regenerar el arte por medio del descubrimiento de elementos maravillosos del mundo, culminan en la interpretación maravillosa de eso que es maravilloso. Volver a la fe del Dios viviente, o cuando menos hacia alguna irradiación de la Divinidad, es el elemento nutritivo del arte, su fuego interior. Y sin fe, tarde o temprano languidece y muere.
Para volver a crear alrededor del arte la atmósfera espiritual que le da existencia, nada mejor que la unión de la imaginación creadora con el dogma cristiano; del arte con la Iglesia. El mundo habitado por el arte será nuevamente transparente mediante la religión, y la reunión de ambas será el síntoma de una renovación de la vida religiosa misma. Que todo lo que es figurativo se transfigura; que toda la expresión sea una encarnación. La transfiguración no es obra de la razón calculadora; es milagro siempre nuevo, y la encarnación es otro milagro aún más milagroso.

La lógica del arte es la misma que la de la religión: en el arte, la lógica es condición primera de su existencia; la religión le da, como demostración de su verdad impenetrable, en la medida accesible al hombre. Un sacramento puede ser llevado a cabo aún por manos pecadoras: el arte se descompone, no porque el artista sea un pecador, sino porque se rehúsa a llevar a cabo el sacramento. La creación artística pudiera remotamente compararse, según cierto género de analogía, y Dios me perdone si cometo una herejía, a la transustanciación del pan y del vino, sublime obra de arte divino que está por encima de todo proceso químico, y que no puede obtenerse en un laboratorio. Tal es mi posición en las obras que, con las herramientas en las manos, produzco, con el afán de acrecentar los denarios que se me entregaron en custodia.

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