sábado, 19 de agosto de 2017

Letanías de la Humildad del Cardenal Merry del Val

¡Oh Jesús! Manso y Humilde de Corazón, escúchame:

del deseo de ser reconocido, líbrame Señor.
del deseo de ser estimado, líbrame Señor.
del deseo de ser amado, líbrame Señor.
del deseo de ser ensalzado, líbrame Señor.
del deseo de ser alabado, líbrame Señor.
del deseo de ser preferido, líbrame Señor.
del deseo de ser consultado, líbrame Señor.
del deseo de ser aprobado, líbrame Señor.
del deseo de quedar bien, líbrame Señor.
del deseo de recibir honores, líbrame Señor.

del temor de ser criticado, líbrame Señor.
del temor de ser juzgado, líbrame Señor.
del temor de ser atacado, líbrame Señor.
del temor de ser humillado, líbrame Señor.
del temor de ser despreciado, líbrame Señor.
del temor de ser señalado, líbrame Señor.
del temor de perder la fama, líbrame Señor.
del temor de ser reprendido, líbrame Señor.
del temor de ser calumniado, líbrame Señor.
del temor de ser olvidado, líbrame Señor.
del temor de ser ridiculizado, líbrame Señor.
del temor de la injusticia, líbrame Señor.
del temor de ser sospechado, líbrame Señor.

Jesús, concédeme la gracia de desear:
-que los demás sean más amados que yo,
-que los demás sean más estimados que yo,
-que en la opinión del mundo,
otros sean engrandecidos y yo humillado,
-que los demás sean preferidos
y yo abandonado,
-que los demás sean alabados
y yo menospreciado,
-que los demás sean elegidos
en vez de mí en todo,
-que los demás sean más santos que yo,
siendo que yo me santifique debidamente.

De ser desconocido y pobre, Señor, me alegraré.
De estar desprovisto de perfecciones naturales de cuerpo
y de espíritu, Señor, me alegraré.
De que no se piense en mi, Señor, me alegraré.
De que se me ocupe en los empleos más bajos, Señor, me alegraré.
De que ni se dignen usarme, Señor, me alegraré.
De que no se me pida mi opinión, Señor me alegraré.
De que se me deje en el último lugar, Señor me alegraré.
De que no me hagan cumplidos, Señor, me alegraré.
De que me reprueben a tiempo y a destiempo, Señor, me alegraré.

Bienaventurados los que son perseguidos
por causa de la justicia
porque suyo es el Reino de los cielos.

Oración:


Dios mío, no soy más que polvo y ceniza. Reprime los movimientos de orgullo que se elevan en mi alma. Enséñame a despreciarme a mí mismo, Vos que resistís a los soberbios y que dais vuestra gracia a los humildes. Por Jesús, manso y humilde de Corazón. Amén.

domingo, 13 de agosto de 2017

DOMINGO XIX DURANTE EL AÑO CICLO A. HOMILÍA DEL ABAD BENITO

En los domingos durante el año, generalmente hay alguna relación entre la primera lectura y el evangelio. En este domingo, para encontrar esta relación, tenemos que ubicar bien el relato de la primera lectura, que nos habla del encuentro revelador de Dios que se le manifiesta a Elías en una brisa suave. La lectura de hoy es del capítulo 19 del primer Libro de los Reyes. Tenemos que remontarnos al final del capítulo 18. Allí se nos narra el enfrentamiento de Elías con los 400 profetas de Baal y la intervención de Dios, que hace encender el fuego para el sacrificio que ofrecía Elías y deja desesperados a los profetas de Baal, que no logran que se encienda el fuego para su sacrificio. Elías, triunfante, hace degollar a los 400 profetas de Baal. Así llegamos al capítulo 19. Jezabel, indignada por la derrota y muerte de los profetas de Baal, pronuncia la sentencia de muerte para Elías y se la comunica. Elías, lleno de miedo, emprende la huida hacia el desierto. Durante ese viaje agotador por dos veces Dios lo alimenta con un pan milagroso y así Elías llega al Horeb, montaña donde Dios se había revelado a Moisés y hecho la alianza con su pueblo. Ahora llegamos al texto de hoy: Dios se revela a Elías en el murmullo suave de la brisa y le renueva su vocación profética.
EVANGELIO.
Aquí también nos encontramos con un pan milagroso. En la primera lectura  el beneficiado era uno sólo, Elías; aquí una multitud. En ambos textos hay miedo, en ambos el peligro es grave: la crueldad de Jezabel que condena a muerte a Elías y la furia de las olas que amenaza hundir la nave.
En ambos textos la intervención de Dios traen serenidad: la brisa suave y la presencia de Jesús.
Pero profundicemos un poco el texto del evangelio.
Una primera observación: Ya la iglesia primitiva vio en la nave su propia imagen; la nave de la Iglesia.
Jesús después de la multiplicación de los panes obliga a los discípulos a subir a la barca y a pasar al otro lado; es decir obliga a los discípulos a enfrentar el peligro. Aparentemente los deja solos. Pero Él se va a rezar a la montaña; presencia orante. A la iglesia de hoy, a nosotros, no nos faltan tormentas; algunas muy peligrosas. Nosotros también podemos tener la impresión de que el Señor nos dejó solos, pero Él está orando por nosotros.
A la madrugada Jesús caminando sobre las aguas va al encuentro de sus discípulos que peligran en la barca. A ellos el miedo les hace confundir a Jesús, que viene en su auxilio, con un fantasma que les aumenta el miedo.
Jesús los tranquiliza con el bíblico: “ego eimi” “Yo soy” y el no menos bíblico: “no tengan miedo”. Pedro se adelanta y pide una señal más clara, que él también pueda caminar sobre las aguas. Jesús accede al pedido y le manda a Pedro que asuma el riesgo de bajarse de la barca y enfrentar las olas embravecidas. Pedro se larga y mientras mira a Jesús avanza seguro; pero vuelve su vista a las olas, no lo mira a Jesús y le entra la duda y el miedo y comienza a hundirse y nuevamente acude al Señor: “sálvame”. Jesús misericordioso le tiende la mano y lo salva físicamente, pero además quiere sanar su corazón, “¿Por qué dudaste?”. Jesús con Pedro sube a la barca, se calma la tempestad del mar y los discípulos fortalecidos por la presencia de Jesús y su poder proclaman su divinidad.
Preguntas que nos podemos hacer:
-¿Qué tormentas me tocaron a mí, a mi  familia, a mi comunidad, a la iglesia?
-¿Tuve miedo? ¿Lo confundí a Jesús con un fantasma?
-¿En qué me parezco a Pedro?
-¿Lo siento a Jesús en la barca y lo adoro? 

lunes, 7 de agosto de 2017

INICIO DEL NOVICIADO DEL P. JAVER MARGHEIM EL DOMINGO DE LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR (Fotos y homilia del Abad Benito)



Querido P. Javier, hace un tiempo elegiste tres textos bíblicos que orientan tu vocación y tu vida monástica, los tres “vocacionales” Gen. 12, 1-2 ; salmo 139 y Jn 1,35-39.

El texto del Génesis, la vocación de Abraham. Un texto desafiante y esperanzador. Desafiante:”Sal de tu tierra”; hay un desgarrón. Desafiante: “A la tierra que te mostraré”; un desafío a aceptar el misterio;  el monasterio, la comunidad monástica, es algo concreto y palpable, y a la vez es algo misterioso, fascinante, preñado de esperanzas.

“Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré”. En tu vida de párroco, en el clero diocesano esto era más fácil de contabilizar; en la vida monástica será un desafío a descubrir la fecundidad y las bendiciones porque menos aparentes, y muchas quedarán para descubrirlas en la parusía. Tendrás que descubrir en ti el “operantem in se Dominum” del Prólogo de  la RB, el trabajo que irá haciendo en ti y en la comunidad el Espíritu Santo   y tendrás que descubrir y alegrarte por el “crecimiento del buen rebaño” del Capítulo dos.


Vamos ahora al texto del Evangelio de Juan. Andrés y el otro discípulo, cuyo nombre no sabemos, ya estaban en un discipulado con Juan el Bautista y hay un nuevo llamado. Sin pretender establecer diferencias y preeminencias, que descarta en forma contundente la Lumen Gentium, vos ya estabas en un discipulado en el clero diocesano y un Juan el Bautista, vos sabrás quien es, te dijo: “Ahí está el Cordero de Dios”. Vos también le preguntaste a Jesús “¿dónde vives?” Y Él te respondió: “Ven y verás” Y como los dos discípulos del Bautista viniste y estás con Jesús. Este estar con Jesús en tu noviciado hará más fecundo tu bautismo y tu sacerdocio y te confirmará la elección.