“La
imagen de la Virgen en el Monasterio del Siambón, con los rasgos tiernos y
nutridores de una mujer del noroeste, compañera también de cruces, de soledades
y de alturas. Cruzando valles oscuros, anunciadora de victoria finales, capaz
de desplegar colores inesperados que tiñen el gris de las piedras de nuestra
pobreza y nuestra desesperanza, transformándolas en buena noticia. He pasado un
tiempo de Navidad apoyándome en ella y a sus pies, dejándome renacer y
repitiendo ‘Alégrate María’ como inicio de cada avemaría de mi rosario
ilusionado.
Ella
está allí, como su precioso Hijo en preciosas pinturas en la piedra, que
durante horas he quedado contemplando. Pero no venero piedras, sino a ella, por
pura gracia ya viviente en el Viviente, que nos renace dándonos a Jesús y deja
que, por la fe, la esperanza y el amor, en sus imágenes-evocaciones la ‘toquemos’:
le hablemos, le lloremos, le supliquemos, le agradezcamos, le prometamos, nos
consagremos y nos abracemos”
(P. Eduardo Meana Laporte, Reconociendo a María, Vivencias y contemplaciones para descubrirla,
San Pablo, Bs. As., 2017, pp. 24-25).
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