5. Revestido de la plenitud del sacramento del Orden,
el Obispo rige, como vicario y legado de Cristo, la Iglesia particular, en
comunión y bajo la autoridad del Romano Pontífice.
«Los
Obispos, pues, son puestos por el Espíritu Santo, como los sucesores de los
Apóstoles y como Pastores de las almas. Porque Cristo dio a los Apóstoles y a
sus sucesores mandato y poder para enseñar a todas las gentes, para que santificaran
a todos los hombres en la verdad y los apacentaran. Los Obispos, por
consiguiente, han sido constituidos por el Espíritu Santo, que les ha sido
dado, verdaderos y auténticos maestros de la fe, pontífices y pastores».
6. Por la predicación del Evangelio el Obispo,
con la fortaleza del Espíritu, llama a los hombres a la fe, o los confirma en
la fe vital, y les propone el íntegro misterio de Cristo.
7. Por medio de los sacramentos, cuya celebración
legítima y fructuosa regula él con su autoridad, el Obispo santifica a los
fieles. El dispone la administración del Bautismo, por medio del cual se
concede la participación en el sacerdocio de Cristo. El es el ministro
ordinario de la confirmación, el dispensador de las Sagradas Ordenes, y el
moderador de la disciplina penitencial. El dirige toda celebración legítima de
la Eucaristía, por medio de la cual continuamente vive y crece la Iglesia.
Solícitamente exhorta e instruye a su pueblo para que participe con fe y
reverencia en la liturgia y, sobre todo, en el santo sacrificio de la Misa.
8. En la persona del Obispo, a quien asisten los
presbíteros, el Señor Jesucristo, Pontífice Supremo, está presente en medio de
los fieles. Porque, sentado a la diestra del Padre, no está ausente de la
comunidad de sus pastores, quienes, elegidos para apacentar la grey del Señor,
son los ministros de Cristo y los dispensadores de los misterios de Dios. Por
consiguiente «el Obispo debe ser considerado como el gran sacerdote de su grey,
de quien deriva y depende en cierto modo la vida en Cristo de sus fieles».
9. El Obispo es el «administrador de la gracia
del supremo sacerdocio» y de él dependen, en el ejercicio de su propia
potestad, tanto los presbíteros, que, ciertamente, cuál próvidos colaboradores
del Orden Episcopal han sido también constituidos verdaderos sacerdotes del
Nuevo Testamento, como los diáconos, que, ordenados para el ministerio, están
al servicio del pueblo de Dios en comunión con el Obispo y su presbiterio; así,
pues, el Obispo mismo es el principal dispensador de los misterios de Dios, así
como también moderador, promotor y custodio de toda la vida litúrgica en la
Iglesia que le ha sido confiada. Y a él mismo «ha sido confiado el oficio de
ofrecer a la Divina Majestad el culto de la religión cristiana y de
reglamentarlo en conformidad con los preceptos del Señor y las leyes de la
Iglesia, precisadas más concretamente para su diócesis, según su criterio».
10. El Obispo rige la Iglesia particular que le
ha sido encomendada, con consejos, exhortaciones, ejemplos y también con la
autoridad y sagrada potestad que recibió por su ordenación episcopal y que emplea para edificar a su grey en la
verdad y santidad. «Los fieles, por su parte, deben estar unidos a su Obispo
como la Iglesia a Jesucristo y como Jesucristo al Padre, para que todas las
cosas se armonicen en la unidad y crezcan para gloria de Dios».
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