“El Magnificat –un
retrato de su alma, por decirlo así- esta completamente tejido por hilos
tomados de la Sagrada Escritura, de la Palabra de Dios. Así se pone de relieve
que la Palabra de Dios es verdaderamente su propia casa, de la cual sale y
entra con toda naturalidad. Habla y piensa con la Palabra de Dios; la Palabra
de Dios se convierte en palabra suya, y su palabra nace de la Palabra de Dios.
Así se pone de manifiesto, además, que sus pensamientos están en sintonía con
el pensamiento de Dios, que su querer es un querer con Dios. Al estar
íntimamente penetrada por la Palabra de Dios, puede convertirse en madre de la
Palabra encarnada. María es, en fin, una mujer que ama. ¿Cómo podría ser de
otro modo? Como creyente, que en la fe piensa con el pensamiento de Dios y
quiere con la voluntad de Dios, no puede ser más que una mujer que ama”[1]
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