Herida de amor:
(…)
En el desarrollo de la Devoción al Corazón de Cristo, se da una progresión
gradual, como un ir entrando más en su persona, que va desde la contemplación
del costado perforado del Señor (la “herida de amor” original, como la describe
el Evangelio de san Juan) hacia la meditación del pecho herido de Cristo, y
finalmente hacia el foco afectivo en el Corazón de Cristo como la fuente del
amor que se derrama en la muerte y en el sacrificio por la humanidad pecadora. Se
trata, entonces de un encuentro de afectividades, en donde la afectividad del
Corazón humano de Jesús se encuentra con la afectividad de aquellos que ha
redimido y que le responden con gratitud y adoración.
Al
hablar de la herida de amor en su propio corazón, Gertrudis además de
ejemplificar esta convergencia de corrientes espirituales, nos da también una
luz sobre la paradojal dinámica de sanación que el Misterio de la Pascua de
Jesús realiza en la vida de todo creyente, en donde “una herida es la que sana
otra herida”. Porque, ¿qué es la sanación sino este dejarse “vulnerar” por el
Amor? Sólo puede amar quien puede ser herido. El Corazón de Jesús está abierto
para nosotros, y podemos encontrar en el la salvación si nos dejamos tocar por
su Herida.
Gertrudis
recibió la herida de amor alrededor de siete años después de su conversión,
cuando antes de Adviento[1] un
año, ella le había pedido a alguien (muy probablemente Matilde de Hackeborn)
que rezara por ella cada día ante el crucifijo con estas palabras: “Por tu
corazón herido, mi más amable Señor, perfora su corazón con la flecha de tu
amor, para que se haga incapaz de sostener nada terrenal, pero que sea
firmemente sujeta solamente por el poder de tu divinidad”. Esta oración fue
escuchada el tercer domingo de Adviento, el domingo Gaudete: «Después de haber recibido el sacramento que da vida, al
volver a mi lugar, me pareció como si, en el costado de derecho del Crucificado
pintado en el libro, es decir, en el lugar de la herida, un rayo de sol con una
punta como de flecha vino hacia mí, se esparció fuera por un momento, y luego
retrocedió. Entonces se esparció de nuevo. Continuó así por un rato y me afectó
gentil pero profundamente. Pero aún así mi deseo no estaba completamente
satisfecho hasta el miércoles, cuando, después de Misa, los fieles veneran el
misterio de tu adorable Encarnación y Anunciación. Yo también traté te
aplicarme en esta devoción pero menos dignamente. De pronto, apareciste infringiéndome
una herida en el corazón, y diciendo: “Que todas las afecciones -omnium
affectionum- de tu corazón se concentren aquí: todo gozo, esperanza, dolor,
temor y el resto; que todas tus afecciones estén fijas -stabilantur- en mi
amor”». En el encuentro con el Corazón traspasado de Cristo, su Divina Herida
hiere la herida del pecado, del límite y la miseria de Gertrudis y le muestra
un camino de sanación, en el que la misma herida llega a ser fuente de vida,
lugar en el que Dios vuelve a encontrarla y a unificarla en su amor.
Gertrudis
recuerda que había escuchado decir que las heridas necesitaban ser limpiadas,
ungidas y vendadas; entonces aplicó esta misma analogía a su experiencia
mística, y deseó saber cómo cuidaría de las heridas de Señor. Gertrudis fue
instruida (muy probablemente por Santa Matilde) sobre cómo debería hacer esto: “Ahora
ella me recomendó meditar devotamente sobre el amor de tu corazón mientras
colgabas de la cruz, para que de las fuentes de la caridad que fluyen del
fervor de tan inexpresable amor, yo pueda recoger las aguas de la devoción que
limpian todas las ofensas; y del fluido de ternura que exuda la dulzura de tan
inestimable amor, pueda yo derivar el ungüento de la gratitud, bálsamo contra
toda adversidad; y en la caridad eficaz perfeccionada por la fuerza de tan
incomprensible amor, pueda yo derivar el vendaje de la santidad, para que todos
mis pensamientos, palabras y actos, en la fuerza de tu amor, puedan se
dirigidos hacia ti y así se adhieran indisolublemente a ti. Lo que la mala
intención y la maldad de mi propia perversidad han hecho para corromper esta
devoción se puede hacer bueno por la plenitud del poder del amor que reside
(Col 1,19) en aquel que se sienta a tu derecha (Col 3,1), quien se ha hecho
hueso de mi hueso y carne de mi carne (Gn 2,23). Ahora es a través de él que
nos has asegurado, en el Espíritu Santo, la capacidad de nobles sentimientos de
compasión, humildad y reverencia”.
Ahora
Gertrudis puede rezar con confianza de que su contrición por sus propios
pecados es aceptada en Cristo, mientras medita en el corazón de Cristo y desea
mostrar compasión hacia su Salvador, en la conciencia de que ha sido salvada
por Su propia compasión.
Gertrudis
aplica el lenguaje de la unión esponsal, expresada en el Génesis a la unión de
Adán y Eva, a su unión indisoluble con Cristo; esta unión sola hace que los
sentimientos de amor y penitencia de Gertrudis sean aceptables. El don de la
Gracia y de la libertad, de la redención objetiva y la respuesta humana
personal, están interconectados en Gertrudis gracias a la unión entre Cristo y
aquellos a quienes ha redimido para que se conviertan en miembros de su Cuerpo
y, por lo tanto, “carne de su carne, hueso de su hueso”.
Gertrudis
nos enseña que el encuentro con el Corazón herido de Cristo nos hace encontrar
una forma distinta de tratar nuestras propias heridas, en donde no se trata de
dejarlas de sentir o de borrarlas (ya lo sabemos por experiencia: quien más se
empeña en no sufrir, sufre mucho más) sino en exponerlas y dejarlas transformar
por el Amor de Jesús en fuente de vida no solo para mí sino para los demás...
porque el aceptar ser vulnerable, al mismo tiempo que me abre en compasión
(padecer-con) hacia los otros, me libera de la cerrazón en mí mismo…
Intercambio de
corazones:
Gertrudis
en el segundo libro del Legatus divinae
pietatis atestigua que en diversas ocasiones ha experimentado el intercambio
de corazones con Cristo: “Todo lo que he leído o escuchado sobre el templo de
Salomón o el palacio de Asuero no es nada en comparación a los deleites y
regalos que tú has dispuesto en lo más profundo de mi alma -yo lo conocía por
tu gracia-, de los cuales me concediste a mí indignísima, gozase juntamente
contigo, como la reina con el rey. Entre esos favores hay dos que prefiero
especialmente, a saber: el sello que pusiste (cf. Sb 9,10) en mi corazón las
joyas resplandecientes de tus llagas, e incrustaste además en él tan clara y
eficazmente la herida de amor que, si nunca me hubiesen concedido consuelo
alguno, ni exterior ni interior, con estos dos soles me colmaste de felicidad muy
grande para sacar de ellas a todas horas, aunque mil años viviera, como de
manantial purísimo, gran consuelo, enseñanza y agradecimiento. Añadiste a estos
favores el de la inestimable amistad, porque de modos diferentes me otorgaste
aquella nobilísima arca de tu divinidad, esto es tu corazón deífico como veneno
de todas mis complacencias, unas veces completamente gratuito, y otras para
mayor signo de mutua familiaridad, intercambiándolo con el mío. Por este modo
me manifestaste lo íntimo de tus secretos designios a la vez que tus plenas
ternuras y derretiste mi alma muchas veces con regalos tan amistosos que si no
conociera el abismo sin fondo de tu misericordia, me maravillaría el entender
mostrase afecto de tan grandísima familiaridad y regalo, a la sola digna, a tu
Madre beatísima, más que a cualquiera otra criatura”.
La
experiencia del intercambio de corazones es un tipo particular de experiencia
en la que existe una profunda transformación sobrenatural de la voluntad y los
afectos que el así favorecido no quiere o ama a otra cosa, sino lo que Dios
quiere y ama. Esto puede ser experimentado y se manifiesta por una visión
intelectual o imaginario en el que el commercium sacro de la mutua entrega está
representado por un intercambio de corazones entre Cristo y la visión de futuro.
Gertrudis
evidentemente ha tenido este intercambio de corazones, pero no ha tenido lugar
en el aislamiento de las otras gracias místicas que ha recibido. Ella misma
hace hincapié en dos de tales gracias: el sello que el Señor ha puesto en su
corazón con sus cinco heridas, y la herida de amor por el que ha atravesado su
corazón. Ambas gracias místicas implican, como en un proceso progresivo, la
conformación del corazón de Gertrudis con el Corazón de Jesús, estas gracias, a
su vez, desembocan en el intercambio de corazones, una unión tan íntima con
Cristo, que este la levanta a una altura tal que puede compartir con él en
igualdad de términos, como una reina, que comparte en un mismo rango el
esplendor de su Rey.
Gertrudis
está convencida de que toda la magnificencia del templo de Salomón o el palacio
de Asuero no puede sobrepasar la gloria de la gracia que ha recibido: en esta
doble alusión bíblica, Gertrudis alude tanto a los sacerdotes de Cristo como a
su oficio real. Gertrudis ha sido bendecida al participar de ambos a través del
intercambio de corazones con Cristo, por la mutua y permanente entrega.
Del
intercambio de corazones y de la perfecta unión de voluntades se ilumina para
Gertrudis cómo pueda ser que una mera criatura sea elevada por la unión
mística, de acuerdo con el modelo de la Madre de Dios, ella misma, que es el
ejemplo supremo de los frutos de la gracia de Cristo en aquellos cuyos
corazones pertenecen a él. En efecto, Gertrudis no habla de esta unión
transformadora con Cristo, como si se tratara de un aumento de su obra
salvífica, sino que Gertrudis ve esta unión como una transfusión de la vida
divina en la naturaleza humana, que la eleva así a la posibilidad de responder
en el amor y en la libertad.
(…)En
este itinerario, volver al corazón -redire ad cor- será el punto inicial, tal
retorno que es la esencia misma de la conversión solamente es posible gracias
al encuentro personal y vivo con Cristo. Desde aquí el corazón se adentrará en
un camino de verdadera interioridad y de conocimiento de sí. La sanación de las
propias heridas a través del Corazón herido de Cristo, experiencia de la Herida
de Amor, nos conforma con el misterio pascual de Cristo y opera en nosotros una
sanación, si se puede decir, teologal de nuestra historia….Todo esto nos abre a
la experiencia del intercambio de corazones, céntuplo prometido ya ahora, es
decir, a la unión más honda de la voluntad humana con la Voluntad del Señor, en
aquel salto de fe que nos hace dar un paso desde la propia voluntad a la
voluntad decidida de hacer la Voluntad de Dios, porque se la reconoce como más
mía y verdadera que la propia, como la que configura y unifica la existencia.
Este salto de fe enamorada, nos capacita en el aquí y ahora, para amar y
servir, no ya según la estrechura de nuestro corazón sino a la medida infinita
del Corazón de Cristo.
Fragmentos de + Francisco Javier Lagos Ramírez, ocso,
“El
Corazón de Jesús en Santa Gertrudis de Helfta: una pedagogía del aprendizaje
del amor”.
[1] “Uno de los
rasgos más notables de esta visión es el tiempo: toma lugar en Adviento, cuando
el énfasis de la liturgia está sobre la Encarnación, y aún así, Gertrudis
encuentra difícil concentrarse en este misterio. El Señor le dice que se
concentre en su corazón perforado: la implicancia es que la Encarnación misma
es la condición previa para la redención, pero que es la Cruz la que realmente
efectúa la redención del pecado. El Corazón de Cristo sostiene simultáneamente
estos dos momentos de la economía divina: el mismo corazón que fue formado en
el vientre de María en la Anunciación es el corazón que se revela en la Cruz y
del cual la gracia y la salvación fluyen hacia aquellos que se paran, como
María, al pie de su Cruz y contemplan sus heridas. En el Corazón glorificado de
Cristo en el cielo, al igual que en la liturgia y en la vida mística, la
Encarnación y la Cruz están presentes como aspectos de un misterio de redención”.