“Son
enemigos de la orientación a la felicidad, propios de la patología, es decir,
del dinamismo egocéntrico de la soberbia, por un lado las racionalizaciones que
vulneran la relación de la inteligencia con
la verdad, y por otro el egoísmo, cínicamente promovido por nuestra cultura. Es
la debilidad del amor benevolente, la debilidad de la ternura abnegada, del
gusto de servir y de hacer feliz al otro desinteresadamente. Vemos este egoísmo
como contrario al desarrollo de la caridad, directamente relacionada con la
unión beatificante. La mayoría de los pacientes concluye con razón que sabemos
poco del verdadero amor: ‘Pero entonces amar, nadie ama’. ‘Recién ahora
entiendo de qué se trata esto de amar’. ‘El amor, amor de veras, ¿qué es?’. Es
el sentimiento del niño que confía y se sustenta en la experiencia del bien que
nadie puede quitarle, de una Creación ordenada, de un amor vigente. El niño que
Jesús declaró feliz. Es la experiencia de una fuerza que margina todos los
miedos salvo el bendito temor de ofender al amado. Esta libertad de todo miedo,
esta incondicionalidad de nuestra entrega en la vida, se cumple con esa
plenitud que permite ser feliz sólo cuando el Amado es Dios mismo. Porque es el
único objeto eterno y perfecto capaz de sostener nuestro amor y nuestra vida
eterna y perfectamente. Un alma afincada en el bien amado, nada teme y se
siente feliz ‘como un niño en brazos de su madre’. Sólo el bien supremo
garantiza la plenitud de esta experiencia. Nos hace felices… el amor de Dios.
El regreso a esta infancia espiritual requiere como primera instancia el arduo
pasaje de egocentrismo a la dinámica del amor y de la humildad”[1].
Las
virtudes cardinales y la interioridad:
“La
templanza… nos desprende del uso exteriorizante de la realidad, por lo cual es
una virtud indispensable para el desarrollo de la interioridad. La virtud de la
templanza se vincula a la interioridad por cuanto recoge las tendencias
extroversivas. La templanza modera la inflación de los deseos, deseos que se
vuelcan sobre sus objetos sin la debida racionalidad, tornándolos más
acuciantes: se hace hábito así la búsqueda de satisfacción como una búsqueda
que ‘no da en el blanco’, a la larga penosa y frustrante. Lo más nuestra y
deseable sólo se sacia en el silencio interior que permite la templanza. Los
vicios de la intemperancia, sea lujuria, soberbia, o gula, todos ellos hablan
de una valoración siempre excesiva y descontextuada, de manera tal que se
pervierte o impide el goce del bien implicado: el sabor de un alimento, la
belleza de la unión sexual, la alegría por la propia dignidad… La misma
búsqueda del bien queda desorientada o desordenada por la inmoderación. Se
pierde la capacidad de reflexionar sobre las cosas y de moverse con la libertad
ante ellas: se pierde la grandeza de nuestra cualidad espiritual, esa que nos
otorga el señorío, un potestad sobre todo lo creado, capacidad de diferenciar,
diferenciarnos, elegir…En lugar de ello, aparece la indistinción, la confusión,
la dependencia: entre el yo y el tú, entre el sujeto y el objeto, entre el
deseo y sus objetos… Todo ello ocurre en el despliegue notable de conductas
exteriorizantes, que mueven la vida personal en una dinámica disgregante y
desintegradora, con su consecuente padecimiento psicológico”[2].
[1] Mariana De Ruschi Crespo, Hacia una psicología de la interioridad,
Didajé, Bs. As., 2017, pp. 65-66.
[2] Idem., p. 78.
Buenas tardes ... Quisiera saber el horario de misa los días domingos?
ResponderEliminarEstimada María del Pilar, la misa dominical es a las 10,00hs.
EliminarDios la siga bendiciendo