Hay
una forma concreta de escuchar lo que el Señor nos quiere decir en su Palabra y
de dejarnos transformar por el Espíritu. Es lo que llamamos «lectio divina».
Consiste en la lectura de la Palabra de Dios en un momento de oración para
permitirle que nos ilumine y nos renueve. Esta lectura orante de la Biblia no
está separada del estudio que realiza el predicador para descubrir el mensaje
central del texto; al contrario, debe partir de allí, para tratar de descubrir
qué le dice ese mismo mensaje a la propia vida. La lectura espiritual de un
texto debe partir de su sentido literal. De otra manera, uno fácilmente le hará
decir a ese texto lo que le conviene, lo que le sirva para confirmar sus
propias decisiones, lo que se adapta a sus propios esquemas mentales. Esto, en
definitiva, será utilizar algo sagrado para el propio beneficio y trasladar esa
confusión al Pueblo de Dios. Nunca hay que olvidar que a veces «el mismo
Satanás se disfraza de ángel de luz» (2 Co 11,14). En la presencia de Dios, en
una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué
me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? ¿Qué
me molesta en este texto? ¿Por qué esto no me interesa?», o bien: «¿Qué me
agrada? ¿Qué me estimula de esta Palabra? ¿Qué me atrae? ¿Por qué me atrae?».
Cuando uno intenta escuchar al Señor, suele haber tentaciones. Una de ellas es
simplemente sentirse molesto o abrumado y cerrarse; otra tentación muy común es
comenzar a pensar lo que el texto dice a otros, para evitar aplicarlo a la
propia vida. También sucede que uno comienza a buscar excusas que le permitan
diluir el mensaje específico de un texto. Otras veces pensamos que Dios nos
exige una decisión demasiado grande, que no estamos todavía en condiciones de
tomar. Esto lleva a muchas personas a perder el gozo en su encuentro con la
Palabra, pero sería olvidar que nadie es más paciente que el Padre Dios, que
nadie comprende y espera como Él. Invita siempre a dar un paso más, pero no
exige una respuesta plena si todavía no hemos recorrido el camino que la hace
posible. Simplemente quiere que miremos con sinceridad la propia existencia y
la presentemos sin mentiras ante sus ojos, que estemos dispuestos a seguir
creciendo, y que le pidamos a Él lo que todavía no podemos lograr.
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