Sobre
las palabras del Evangelio de San Mateo (17,1-9): Después de seis días tomó
Jesús a Pedro y a Santiago y a Juan, su hermano, etc.
1.
El Reino de Cristo
Vamos
a examinar y exponer, carísimos, esta visión que dio el Señor a conocer en el
monte. A ella se refería él cuando dijo: En verdad os digo: hay entre los
circunstantes algunos que no gustarán la muerte sin ver al Hijo del hombre en
su reino. Por ahí empieza la lección que se acaba de hacer: En habiendo dicho
esto, después de seis días tomó a los tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan,
y subió al monte. Esos tres eran, en efecto, los algunos de los que había
dicho: Hay "algunos" que no gustarán la muerte sin ver al Hijo del
hombre en su reino. Dificultad no menuda, pues no era su reino la ocupación de
aquel monte. ¿Qué vale un monte para el Señor del cielo? No ya las Escrituras,
sino los ojos mismos ven, por decirlo así, la diferencia. Su reino es en boca
del Señor, y se ve por muchos lugares, lo que se denomina el reino de los
cielos, y el reino de los cielos es el reino de los santos; porque se ha dicho:
Los cielos pregonan la gloria del Señor; y algo después en el salmo mismo: No
hay lenguaje ni habla de quien no sean oídas las voces de ellos; antes su
pregón sale por toda la tierra, y hasta los confines del orbe de la tierra
llegan las palabras de ellos ¿De quiénes sino de los cielos? Luego las de los
apóstoles y las de todos los predicadores de la palabra de Dios. Estos cielos
reinarán con el que hizo los cielos. Y ved ahora lo sucedido, para dejarlo en
claro.
2.
Alegoría de la Transfiguración. Los vestidos de Cristo
Resplandeció
el Señor Jesús como el sol, y tornáronsele los vestidos de una blancura de
nieve, y hablaban con él Moisés y Elías. Fue Jesús, Jesús en persona, quien se
hizo, en efecto, radiante como el sol, para darnos a entender ser él la luz que
ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Lo que para los ojos de la carne
es el sol este, lo es él para los ojos del corazón; lo que aquél para los
cuerpos, lo es éste para las almas. Sus vestidos representan a su Iglesia,
porque los vestidos, si no los sostiene quien los lleva puestos, viénense al
suelo. En este vestido fue Paulo algo así como la extremidad o fimbria. Yo soy,
dijo él mismo, el mínimo de los apóstoles; y en otro lugar: Yo soy el último de
los apóstoles. En los vestidos, la fimbria o borde es lo más pequeño y extremo.
Y así como la hemorroísa, en habiendo tocado la fimbria del Señor, quedó sana,
la Iglesia venida de la gentilidad fue sanada por la predicación de Paulo. ¿Qué
maravilla si la Iglesia es figurada por la blanca vestidura —del Señor en el
monte—, pues le oímos al profeta Isaías decir: Aunque vuestros pecados fueren
rojos como la escarlata, yo los dejaré blancos como la nieve? ¿Qué valen Moisés
y Elías, o digamos la ley y los profetas, si no hablan con el Señor? ¿Quién
leyera la ley y los profetas si no diesen testimonio del Señor? Ved cuán
sucintamente asevera esto el Apóstol: La ley hace solamente conocer el pecado,
en tanto que hoy, sin ley, se ha manifestado la justicia de Dios: he ahí el
sol: testificada por la ley y los profetas: he ahí su brillo.
3.
El deseo de Pedro
Testigo
Pedro de aquella visión, y hablando al sabor de su boca de hombre, dice: Señor,
es cosa linda estarnos aquí. Desazonado de vivir entre la muchedumbre, hallaba
en el monte una soledad, donde Cristo era pan de la mente. ¿Por qué irse de
allí? ¿Para qué volver a las fatigas y al dolor, si allí gozaba del divino
amor, y era buena, por tanto, la vida interior? El quería estar bien, y por eso
añadió: Si quieres, hagamos aquí tres pabellones: uno para ti, otro para Moisés
y otro para Elías. Nada respondió el Señor a esto, bien que Pedro no quedó sin
respuesta. Porque aún estaba él hablando, cuando sobrevino y los envolvió una
nube resplandeciente. Demandaba tres pabellones, y la respuesta del ciclo
testimoniaba que nosotros sólo tenemos uno: uno, que el sentido humano trataba
de pluralizar. Cristo es la palabra de Dios; Palabra que habla en la ley,
Palabra de Dios que habla en los profetas. ¿Por qué dividirla, oh Pedro? ¡Si lo
que necesitas es juntarlas! Donde tú buscas tres, sólo hay una. ¿No lo
comprendes?
4.
Postración de los discípulos
Envueltos
ellos por la nube, que hacia una suerte de pabellón, dejóse oír una voz
procedente de la nube que decía: Este es mi Hijo muy amado. Allí estaban Moisés
y Elías; no se dijo, empero: "Estos son mis amados hijos." Uno es ser
Hijo único, y otro hijos adoptivos. El designado por la voz era aquel de quien
se gloriaban la ley y los profetas. Este, dijo la voz, es mi amado Hijo, en
quien tengo mis complacencias. Oídle a él, porque él es a quien oísteis en los
profetas y oísteis en la ley, y... ¿dónde no le oísteis? Al oír esto cayeron
por tierra. Ahora se ve cómo la Iglesia es el reino de Dios. Allí estaban, en
efecto, el Señor, la ley, en la persona de Moisés, y los profetas, en la de
Elías. Estos últimos figuraban como siervos y ministros. Ellos son los vasos,
él es la fuente. Moisés y los profetas hablaban y escribían, mas en esta fuente
tomaban lo que escanciaban.
5.
Elección de los discípulos
Extendió
el Señor la mano y volvió en sí a los caídos, y no vieron a nadie, sino a Jesús
solamente. ¿Qué significa esto? Al hacérsenos la lectura del Apóstol habéis
oído que ahora vemos como de reflejo y oscuramente, mas entonces veremos faz a
faz. Item: que las lenguas cesarán cuando viniere lo que esperamos y creemos.
La caída por tierra de los apóstoles simboliza nuestra muerte, pues a la carne
se ha dicho: Tierra eres y a la tierra irás; y el haberlos alzado el Señor
significa la resurrección, después de la cual, ¿para qué has menester de la ley
y quieres la profecía? Por eso Elías y Moisés no aparecen ya. Ya no te queda
sino aquel de quien está escrito: En el principio era el Verbo, y el Verbo
estaba en Dios, y el Verbo era Dios. Te queda Dios para ser todo en todas las
cosas. Allí estará Moisés, no la ley; también allí veremos a Elías, mas no ya
como profeta. Porque la misión de la ley y de los profetas era dar testimonio
de Cristo y anunciar sus padecimientos, la resurrección al tercero día y su
entrada en la gloria; gloria donde tendrá cumplimiento la promesa que hizo a
sus amadores: El que me ama será amado de mi Padre, y yo le amaré. Y como
respondiendo a esta pregunta: "y qué le darás en prueba de tu amor",
dice: Y me mostraré a él. ¡Sublime don! ¡Promesa magnífica! No guarda Dios para
recompensarte don alguno de su mano, sino a si mismo. ¡Oh avaro! ¿No te llena
esta promesa de Cristo? Parécete a ti que eres rico; mas ¿qué tienes si a Dios
no tienes? Otro se imagina ser pobre; mas ¿qué no tiene si tiene a Dios?
6.
Deber de apostolado
Desciende,
Pedro: tú, que deseabas descansar en el monte, desciende y predica la palabra,
insiste a tiempo y destiempo, arguye y exhorta, increpa con toda longanimidad y
doctrina. Trabaja, suda, padece algunos tormentos, a fin de llegar por el
brillo y hermosura de las obras hechas en caridad a poseer eso que simbolizan
los blancos vestidos del señor. Alabando la caridad el Apóstol, oímosle decir
cuando se leía —hoy—: No busca sus conveniencias. No busca sus intereses, antes
da lo que tiene. En otro lugar habla de modo distinto, y hay grande peligro en
no entenderlo bien. Explicando, pues, el Apóstol los deberes de la caridad a
los miembros fieles de Cristo, dice: Nadie busque lo suyo, sino lo de otro. Y
la avaricia, que tal oye, ya está ideando artilugios y especulando la forma de
buscar lo de otro, engatusando a uno para quedarse con lo ajeno. ¡Quieta ahí,
oh avaricia! ¡Ven acá, oh justicia! Oigamos y veamos. Se le dijo a la caridad:
Nadie busque lo suyo, sino lo de otro; si, pues, tú, avaro, resistes a este
consejo, y si pretendes hallar ahí licencia para desear lo ajeno, debes antes
sacrificar lo tuyo. Pero ya te conozco; tú quieres lo tuyo y lo no tuyo. Usas
de artificios para quedarte con lo ajeno; deja, pues, que roben lo que te
pertenece. No quieres buscar lo tuyo, y ¡te alzas con lo ajeno! Este proceder
es injusto. Oye, avaro, y escucha: Hay otro lugar donde el Apóstol expone con
mayor claridad este nadie busque lo suyo, sino lo de otro. El dice de sí mismo:
Pues yo no voy buscando mi conveniencia, sino la de todos, para que se salven.
Esto no lo comprendía Pedro cuando deseaba estar con Cristo en el monte. Cristo
te reservaba, ¡oh Pedro!, esta dicha para más allá de la muerte. Ahora te dice:
Desciende a trabajar en la tierra, y servir en la tierra, y ser despreciado y
crucificado en la tierra; porque también la Vida descendió a ser muerta, el Pan
a tener hambre, el Camino a cansarse de andar, la Fuente a tener sed. Y ¿aun rehúsas
tú trabajar? No busques tus conveniencias; ten caridad, predica la verdad, y
por ahí llegarás a la eternidad, donde hallarás la seguridad.
San Agustín. Obras competas X. Sermón 78. B.A.C.
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