¿Por qué va de noche a encontrarse con
Jesús?
Porque no quiere que sea conocida su
simpatía por Él. En Maestro de maestros, Las cartas de Gamaliel, leemos: “Nicodemo
nos comentó que acordó con el nazareno verse de noche, por razones de
prudencia: no quería ser visto con Jesús por temor a la reacción de los principales
del pueblo”[1].
Porque es tímido, vergonzoso, según la
opinión de san Agustín, o porque tiene prudencia:
“Nicodemo, uno
de ellos, que había ido a ver a Jesús, les dijo: ‘¿Acaso nuestra Ley permite
juzgar a un hombre sin escucharlo antes para saber lo que hizo?’. Le
respondieron: ‘¿Tú también eres galileo? Examina las Escrituras y verás que de Galilea
no surge ningún profeta’…” (Jn 7,
50-52).
Porque es tiempo de iluminación: “¡Feliz
el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni se detiene en el camino
de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los impíos, sino que se
complace en la ley del Señor y la medita de día y de noche!” (Sal 1, 1-2), “Bendeciré al Señor que me
aconseja, ¡hasta de noche me instruye mi conciencia!” (Sal 16,7). Los rabinos afirmaban que el mejor momento para estudiar
la Ley era por la noche, cuando nada perturbaba a los hombres. La noche es tiempo
de mayor intimidad: “el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz” (Jn 2, 21). La noche es tiempo de
salvación.
Porque es símbolo de su fe insipiente,
parcial, porque aún no había recibido la plenitud de la luz. Reconoce a Jesús como
Maestro, pero no comprende sus palabras. Aquí comienza a aparecer el gran
problema del lenguaje y del mensaje. Por otro lado dice: “¿Sabemos que…?”,
plural de grupo, se reconoce parte de una comunidad. El nuevo problema que se
manifiesta es el del saber por experiencia o solo por teoría, se siente
atraído, por los signos externos (acciones, milagros, obras, praxis), por la
enseñanza (discursos, parábolas, doctrina), pero no ha descubierto a la Persona
porque tiene una mirada horizontal, lo llama “Maestro”, es decir igual, enviado
de Dios, un poco superior. Entre quienes rechazan a Jesús (los judíos en el
templo) y quienes tienen fe (los discípulos en Caná) estarían los que tienen
una fe insuficiente. Nicodemo tiene miedo de los demás, del grupo, duda en dar
el salto de la fe, siente la fascinación de este Maestro, tan diferente de los
demás, pero no logra superar aún los condicionamientos del ambiente contrario a
él y titubea en el umbral de la fe. “Sin embargo, muchos creyeron en él, aun
entre las autoridades, pero a causa de los fariseos no lo manifestaron, para no
ser expulsados de la sinagoga. Preferían la gloria de los hombres a la gloria
de Dios” (Jn 12,42-43).
Ciertamente es mejor ir de noche, que
nunca. El fariseo va de noche, diferente a la samaritana que va a medio día. Un
proceso auroral, que va de la noche a la luz, opuesto al de Judas, de la luz a
la noche.
Don Miguel de Unamuno escribió Nicodemo el fariseo, obra en la que hace
una reflexión sobre la virtud teologal de la fe:
“Fe! ¡Qué poco
se medita con el corazón y no con la cabeza tan sólo, en lo que la fe sea e
importe! No una mera adhesión del intelecto a un principio abstracto, a una
fórmula sin contenido ya acaso; no la afirmación de principios metafísicos o
teológicos; no, sino un acto de abandono y de entrega cordial de la voluntad,
una serena confianza en que concurren a un fin mismo la naturaleza y el
espíritu, en que naturalizando al espíritu lo sobreespiritualizamos y
espiritualizando a la naturaleza la sobrenaturalizamos, una confianza firme en
que habita la verdad dentro de nosotros, en que somos vaso de verdad y en que
la verdad es consuelo; una confianza firme en que al obrar con pureza y sencillez
de intención servimos a un designio supremo, sea el que fuere”.
[1] Ignacio Driollet, Maestro de maestros, Las cartas de Gamaliel,
San Pablo, 2009, p. 287.
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