sábado, 8 de junio de 2019

El encuentro del joven Jesús con el anciano Nicodemo (4)


III.       “…y le dijo: ‘Maestro, sabemos que tú has venido de parte de Dios para enseñar, porque nadie puede realizar los signos que tú haces, si Dios no está con él’. Jesús le respondió: ‘Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios’. Nicodemo le preguntó: ‘¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?’ Jesús le respondió: ‘Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu”.




¿De qué hablan?



Sobre el poder, “nadie puede”, dice una vez Nicodemo y otra vez Jesús. Diez veces se repite en la perícopa el tema del poder, paralelo al del saber. ¿Nicodemo quiere cambiar y no puede por sí mismo, o no quiere cambiar?

El tema es nacer de nuevo para ver el Reino de Dios, nacer del agua y del Espíritu para entrar en el Reino de Dios, que es el tema de siempre. El Papa Francisco dice en Christus vivit 13:



“Jesús, el eternamente joven, quiere regalarnos un corazón siempre joven. La Palabra de Dios nos pide: ‘Eliminen la levadura vieja para ser masa joven’ (1 Co 5,7). Al mismo tiempo nos invita a despojarnos del ‘hombre viejo’ para revestirnos del hombre ‘joven’ (cf. Col 3,9.10). Y cuando explica lo que es revestirse de esa juventud ‘que se va renovando’ (v. 10) dice que es tener ‘entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándose unos a otros y perdonándose mutuamente si alguno tiene queja contra otro’ (Col 3,12-13). Esto significa que la verdadera juventud es tener un corazón capaz de amar. En cambio, lo que avejenta el alma es todo lo que nos separa de los demás. Por eso concluye: ‘Por encima de todo esto, revístanse del amor, que es el vínculo de la perfección’ (Col 3,14)”.



¿Cómo hablan?



El clima de la conversación es afable y respetuoso, pero al mismo tiempo exigente. Los dos aman sinceramente la verdad y Nicodemo busca honestamente al Dios verdadero. La verdad y el amor saltan cualquier barrera para besarse. Como dice san Bernardo: “Corría tras el mismo aroma (de la sabiduría) Nicodemo que, acercándose a Jesús de noche, volvió envuelto por el resplandor de su sabiduría, plenamente adoctrinado”[1].

Estamos ante un verdadero encuentro de acompañamiento espiritual, una auténtica entrevista formativa. Hay acogida: autenticidad, escucha, comprensión (en la diferencia), empatía (con afectividad). Un diálogo no exento de ironías, de ambas partes. Se presenta como dijimos, el problema del mensaje y el lenguaje, usan las mismas palabras, pero con distinto significado.

Se trata de un diálogo estructurado en torno a tres preguntas, distintas a las de los fariseos y escribas que querían poner a prueba. La primera pregunta, la fundamental: “¿Qué debo hacer para ver el reino de Dios?” (Guardini) es intuida y respondida, las otras son explícitas. Las preguntas y sus respuestas, precedidas del solemne, “te aseguro”, “en verdad, en verdad te digo”, dan lugar al malentendido. El diálogo da paso al monólogo, el primer discurso joánico sobre Dios Padre y Jesús, Espíritu y Jesús. En la primera respuesta se habla del Padre, en la segunda del Espíritu y en la tercera del Hijo.

En el diálogo es Jesús el que se identifica con la comunidad cristiana, pasando del yo al nosotros, en oposición al ustedes. Dos personas y dos comunidades dialogan, se posicionan ante la verdad.

La finalidad de Jesús es confrontar a Nicodemo con la Verdad en la caridad, lo enfrenta con su verdad para hacer que surja la fe, sin imponerle nada ni darle soluciones, ni recetas, ni preceptos, ni proyectos, quiere que vaya descubriendo las cosas por sí solo. Hay clarificación, reubicación, posibilidad y discernimiento. “Cuando se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: ‘Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?’…”. (Mc 10, 17), “Un escriba que los oyó discutir, al ver que les había respondido bien, se acercó y le preguntó: ‘¿Cuál es el primero de los mandamientos?’…”. (Mc 12, 28).

Porque como dice san Benito “muchas veces el Señor revela al más joven lo que es mejor” (RB 3, 3), es el momento de recordar algunos de los temas que se repiten en la encuesta:160 acompañar, 112 (73 Dios, 26 Jesús, 13 Cristo), 89 (60 cercanía, 29 presencia), 75 (70 escuchar, 5 discernir), 59 (42 comprender, 17 entender), 45 (38 amor, 7 amistad), 35 (22 amigo, 15 compañero), 20 aprender, 13 aceptar”. Datos que encuentran su eco en el número 246 de Christus vivit:



“Los mismos jóvenes nos describieron cuáles son las características que ellos esperan encontrar en un acompañante, y lo expresaron con mucha claridad: ‘Las cualidades de dicho mentor incluyen: que sea un auténtico cristiano comprometido con la Iglesia y con el mundo; que busque constantemente la santidad; que comprenda sin juzgar; que sepa escuchar activamente las necesidades de los jóvenes y pueda responderles con gentileza; que sea muy bondadoso, y consciente de sí mismo; que reconozca sus límites y que conozca la alegría y el sufrimiento que todo camino espiritual conlleva. Una característica especialmente importante en un mentor, es el reconocimiento de su propia humanidad. Que son seres humanos que cometen errores: personas imperfectas, que se reconocen pecadores perdonados. Algunas veces, los mentores son puestos sobre un pedestal, y por ello cuando caen provocan un impacto devastador en la capacidad de los jóvenes para involucrarse en la Iglesia. Los mentores no deberían llevar a los jóvenes a ser seguidores pasivos, sino más bien a caminar a su lado, dejándoles ser los protagonistas de su propio camino. Deben respetar la libertad que el joven tiene en su proceso de discernimiento y ofrecerles herramientas para que lo hagan bien. Un mentor debe confiar sinceramente en la capacidad que tiene cada joven de poder participar en la vida de la Iglesia. Por ello, un mentor debe simplemente plantar la semilla de la fe en los jóvenes, sin querer ver inmediatamente los frutos del trabajo del Espíritu Santo. Este papel no debería ser exclusivo de los sacerdotes y de la vida consagrada, sino que los laicos deberían poder igualmente ejercerlo. Por último, todos estos mentores deberían beneficiarse de una buena formación permanente”.



En Cartas de Gamaliel se nos relata esta singular experiencia de “acompañamiento”:



“Nos contó visiblemente emocionado, que la reunión fue en el llamado Huerto de los Olivos[2]. Cuando llegó fue dejado a solas con Jesús, quien lo saludo amablemente. Entonces, sin necesidad de presentaciones previas. Nicodemo le dijo: «Maestro (…)

Cuando terminó de relatar su encuentro con Jesús, asomaron a los ojos de Nicodemo unas lágrimas, que secó discretamente. Luego fijó su mirada en mí, diciendo:

-Lo ves, rabí Gamaliel, Jesús me ha puesto delante de las preguntas esenciales de la vida. ¿Quién soy? ¿Para qué estoy en el mundo? ¿He nacido de lo Alto o no? Me ha dicho que debo volver nacer y yo torpemente, no entendí lo que quería decirme. Ahora lo sé. Lo supe luego: me estaba pidiendo una conversión del corazón. Este hombre es el mesías que esperábamos (…)

Por su parte Nicodemo parecía ido, ausente. Sólo lo escuche musitar: -Tengo que volver a nacer… volver a nacer”[3].

 

[1] San Bernardo de Claraval, Sobre el Cantar de los Cantares, Sermón 22, IV, 9.
[2] Para Dobraczynski fue el pobre asentamiento de Ophel.
[3] Ignacio Driollet, pp, 287-289.

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