sábado, 20 de julio de 2019

THOMAS MERTON, PAN EN EL DESIERTO, “POESIA, SIMBOLISMO Y TIPOLOGIA (fragmento)”





La creación se ha dado al hombre como diáfana ventana por la que pueda penetrar la luz de Dios en su alma. El sol y la luna, la noche y el día, la lluvia, el mar, las cosechas, el árbol florecido, todas esas cosas son transparentes. Hablaban al hombre, no de sí mismas, sino de aquel que las hizo. La naturaleza era simbólica. Pero la degradación progresiva del hombre después de la caída alejó cada vez más a los gentiles de esta verdad; la Naturaleza se les hizo opaca. Las naciones ya no pudieron penetrar el significado del mundo que habitaban: en vez de ver en el sol un testigo del poder de Dios, creyeron que el sol era dios; todo el universo se volvió un sistema cerrado de mitos. La significación y el mérito de las criaturas los revistieron de una divinidad ilusoria.

Los hombres sentían aún que había algo digno de veneración en la realidad, en la peculiaridad de las cosas vivas y crecientes, pero ya no supieron en qué consistía esa realidad: se volvieron incapaces de ver que la bondad de la criatura sólo es un vestigio de Dios. Cayó la oscuridad sobre el transparente universo, el hombre sintió miedo, los seres tuvieron un significado que el hombre ya no podía entender. El hombre tuvo que  miedo de los árboles, del sol, del mar. Se acercó a estas cosas mediante ritos supersticiosos. Comenzó a parecerle que el misterio de su significado, que se había ocultado, era ya un poder al que había que aplacar y, si era posible, ganar mediante encantamientos mágicos.

De este modo las cosas vivas y hermosas que nos rodean en este mundo y que son ventanas del cielo para todo hombre, se contaminaron con el pecado original. El mundo sufrió a caída del hombre y anheló vehementemente, junto con éste, la regeneración. El universo simbólico, que era ya un laberinto de mitos y ritos mágicos, morada de miríadas de espíritus hostiles, dejó de hablar de Dios a la mayoría de la humanidad y sólo le habló de ella misma. Los símbolos que habrían elevado al hombre hacia Dios, se hicieron mitos y, como tales, simples proyecciones de los propios impulsos biológicos del hombre. Sus más profundos apetitos, ahora llenos de vergüenza, se volvieron sus más tenebrosos temores.

La corrupción del simbolismo cósmico podemos entenderla mediante una sencilla comparación: fue algo así como lo que acontece a una ventana cuando un aposento deja de recibir luz del exterior. Cuando es de día, vemos a través del cristal lo de afuera; cuando llega la noche sólo se puede ver si no hay luz dentro. Si encendemos luz, sólo nos vemos a nosotros mismos y nuestro aposento reflejados en el cristal. Adán en el Paraíso podía ver a través de la creación como a través de una ventana: Dios resplandecía a través del cristal con tanta claridad como la luz del sol. Abraham y los Patriarcas, y David y los santos de Israel -raza escogida que conservó intacto el testimonio de Dios- podían ver todavía a través de la ventana del modo que uno mira en la noche desde un cuarto oscuro y ve la luna y las estrellas; pero los gentiles comenzaron a olvidar el cielo y a encender lámparas suyas dentro del cuarto, e inmediatamente les pareció que el reflejo de éste en la ventana era “el mundo de más allá”. Comenzaron a adorar su propia obra, y esa propia obra a menudo era abominable. No obstante, algo quedó de la pureza original de la revelación natural en las grandes religiones del Oriente: se lo encuentra en los Upanishads y en el Baghavad Gita. Mas el pesimismo de Buda fue una reacción contra la degeneración de la naturaleza por el politeísmo. De aquí que para los misticismos orientales la naturaleza ya nos sea símbolo sino ilusión. Buda sabía demasiado bien que los reflejos del cristal eran solamente proyecciones de nuestra existencia y nuestros deseos, pero no supo que se trataba de una ventana y que podía haber luz afuera del vidrio.

Eso, pues, en lo que se refiere a los símbolos cósmicos…

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