sábado, 12 de octubre de 2019

ANTE LA IDEOLOGIA DE GENERO UNA TEOLOGIA DE LA ENCARNACIÓN (SEXUADA)


En resumen: ante la desencarnación, reencontrar la carne

En definitiva, y por decirlo en una palabra que resume todas las otras: nuestro mundo es cada vez más el de la desencarnación. Nos hallamos en la época del In vitro veritas, sea el cristal de las pantallas o el vidrio de las probetas. El padre es reemplazado por el experto (y esto concierne también a los obispos que con demasiada frecuencia renuncian a su paternidad para asumir una postura de mero superior administrativo); la madre se ve progresivamente reemplazada por la matriz electrónica. Oiréis que a partir de ahora una pareja del mismo sexo puede tener hijos exactamente igual que la pareja formada por un hombre y una mujer. Oiréis incluso que los puede tener mucho mejor que un hombre y una mujer, porque el hombre y la mujer se entregan a la procreación en medio de la arriesgada oscuridad del abrazo y el embarazo, mientras que la pareja del mismo sexo es más responsable, más ética, ya que recurre con la mayor naturalidad al artificio y pide a unos ingenieros que le fabriquen un niño sin defectos, con un código genético a toda prueba, mucho más adaptado al entorno que le rodea. Hoy más que nunca «el dragón se pone delante de la mujer, que va a dar a luz, para devorar a su hijo en cuanto nazca» (cf. Ap 12, 4). Lo que se gesta en nuestros laboratorios es una auténtica antianunciación. Ya no hay que acoger el misterio de la vida en la noche de sus entrañas, sino reproducirla con transparencia en un tubo de ensayo. El hombre viejo se esfuerza por manufacturar un hombre nuevo que invertirá todas las fórmulas del Credo: ese hombre nuevo nacerá del siglo antes de todos los padres… será creado, no engendrado… por obra de los ingenieros, se desencarnará de una madre y se hará ciborg. De ahí que hoy en día la misión más espiritual sea volver a descubrir la carne, desarrollar —como decía Juan Pablo II— una verdadera «teología del sexo» y, sobre todo, una teología de la mujer y de la maternidad. Es precisamente la maternidad la que sufre el ataque más directo, porque lo femenino, con la capacidad que le es propia y que consiste en llevar a otro en su seno y asumir los dolores del alumbramiento, es la figura principal del apostolado en tiempos de apocalipsis (Mt 24, 8; Mc 13, 8; Rm 8, 22; Ap 12, 2). No obstante, si el dragón ataca con tanta facilidad a la mujer es únicamente porque el hombre no está ahí para protegerla. Por eso esa teología de la maternidad debe ir acompañada de una teología de la paternidad… y de la virilidad, pues el fundamento de la virilidad es la paternidad (y no la musculatura). El hombre esposo y padre se convierte en el defensor de su mujer y de sus hijos: podrá ofrecer su mejilla izquierda, pero no la de los suyos. Por eso tiene el deber de alzarse en armas en su legítima defensa, o bien de «tomar al niño y a su madre, y huir a Egipto» (cf. Mt 2, 13), cosa que requiere no menos coraje. Así pues, la segunda figura del apostolado apocalíptico es la del combatiente: «Y se entabló un gran combate en el cielo: Miguel y sus ángeles lucharon contra el dragón» (Ap 12, 7). Habría mucho que decir sobre el afeminamiento de los cristianos (que, a su vez, sirve para abonar también el terreno al machismo musulmán); la falsa compasión del que tiene el estómago sensible y duro el corazón; las falsas llamadas al diálogo del que queda excluida la verdad pero está lleno de mundanidad… Podríamos contentarnos con la consideración de que la tesis que hemos sostenido en estas páginas, si no está apoyada por una afirmación viril dispuesta al combate, dispuesta a morir por sus hermanos, no será más que el equivalente católico de los “consejos psicológicos” y demás “trucos y astucias” de nuestras revistas favoritas. Se comprende así la intuición de Grignion de Montfort de que «los apóstoles de los últimos tiempos» serán los devotos de la Virgen (aquella que con su fiat ofrece su cuerpo a un misterio que la supera), esposa a la que no cabe sino unir a san José (aquel que no teme proteger a su mujer y a su hijos recorriendo a la inversa el camino del Éxodo, regresando a Egipto, el país de la idolatría). Y esa devoción tiene que extenderse en realidad a toda la Sagrada Familia (con razón la fomentaron de un modo especial los sacerdotes presos en los campos hitlerianos). No cabe duda de que ahí está la vida diaria más ordinaria, pero también la cuna del «gran misterio» (Ef 5, 32): el de la Encarnación

Texto tomado de Fabrice Hadjadj*. La suerte de haber nacido en nuestro tiempo, Rialp, 2016.

*(Nanterre, 15 de septiembre de 1971) es un escritor y filósofo católico francés, director del Instituto Philanthropos. Sus principales libros están dedicados a análisis sobre la tecnología y sobre la corporeidad (carne) humana.

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