IV. Contemplar a Cristo en su Humanidad (Homilía II) (Juan
1, 1-34 y 14)
El Precursor de nuestro Redentor, al
dar testimonio de Él, anuncia de antemano la excelencia de su Humanidad y a la
vez lo eterno de su Divinidad. Porque decía a voz en grito… El que vendrá
después de mí, ha sido hecho antes de mí, porque era primero que yo. (p. 77).
En efecto, al decir el que vendrá después de mí, da a entender el orden
dispuesto en la economía de la encarnación, según la cual nació después de él y
después de él predicaría, haría milagros y sufriría la muerte. Pero, al añadir
ha sido hecho antes de mí, se refiere a la excelsitud de su Humanidad… por eso
irá delante de mí en la gloria de su majestad, incluso en la Humanidad que ha
asumido, aunque haya nacido después de mí.
Verdaderamente
el Señor estaba lleno del Espíritu Santo, lleno de gracia y de verdad, porque
como dice el Apóstol: En Él habita toda la plenitud de la divinidad
corporalmente. … (p. 79). Por tanto, puesto que… hemos recibido lo bueno que
tenemos de la plenitud de nuestro Creador, hay que tener muchísimo cuidado de
que ningún incauto se ensalce a sí mismo por una buena acción o idea propia…. Porque
los bienes que recibimos para creer, para amar, para actuar, no los recibimos
por nuestros méritos precedentes, sino porque nos los concede Aquel que dice:
no me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido y os he puesto
para que vayáis y deis fruto (p. 81).
Continúa el Evangelio: Porque la Ley
fue dada por Moisés, la gracia y la verdad vino por Jesucristo… La gracia y la
verdad se cumplieron por medio de Jesucristo porque con el don de su Espíritu,
concedió la posibilidad de que la Ley fuera comprendida de una manera
espiritual y cumplida; y porque al mismo tiempo introduce a quienes la cumplen
en la verdadera felicidad de la vida celestial, que prefiguraba la tierra prometida…
En
verdad, ninguna gracia mayor puede concederse a los hombres, ninguna verdad más
sublime pueden conocer que aquella de la que el unigénito Hijo de Dios habla a
sus fieles, cuando dice: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos
verán a Dios… Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios
verdadero, y a quien has enviado, Jesucristo (p. 84).
Él en
persona, revistiéndonos con los sacramentos de su encarnación, santificándonos
con los carismas de su Espíritu, nos ayuda para que podamos llegar hasta ella
(la contemplación). Y Él mismo, después de haber pronunciado en forma de hombre
la última sentencia, nos introducirá de una manera sublime en la contemplación
de la majestad divina y nos explicará de un modo admirable los misterios del
reino celestial… Yo me manifestaré –dice- a quienes me aman, para que quienes
me han conocido mortal en su naturaleza sean capaces de ver ya desde ahora en
mí a uno que es igual al Padre y al Espíritu Santo en su naturaleza… A todos
ellos, sin embargo, el Hijo que está en el seno del Padre, les mostrará a Dios,
a cada uno según su capacidad, cuando en el momento de la resurrección les
imparta la bendición (p. 87).
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