La lectio divina: los cuatro sentidos
y la única
orientación de la Sagrada Escritura
“Bernardo encuentra a María allí donde
Dios ha querido revelarla: en la Escritura. Toma de ella no sólo el contenido
de su doctrina, sino también su forma… La Sagrada Escritura, además del
contenido doctrinal, le ofrece a Bernardo una forma de expresión. La cultura
bíblica de Bernardo es asombrosa; ella es la fuente de su ‘psicología bíblica’,
la cual, a su turno, se manifiesta en un vocabulario, una prosa, una poesía y
un estilo bíblicos” (Bernardo Olivera, p. 24. 27).
Homilía I: Donde comenta el envío
del ángel
[Santidad
de esta revelación. Pedido del Verbo y su inteligencia] 1. ¿Qué fin tendría el
evangelista en expresar con tanta distinción los propios nombres de tantas
cosas en este lugar? Yo creo que pretendía con esto que oyésemos con
negligencia nosotros lo que él con tanta exactitud procuraba referir. Nombra,
pues, el nuncio que es enviado, el Señor por quien es enviado, la Virgen a
quien es enviado, el esposo también de la Virgen, señalando con sus propios
nombres el linaje de ambos, la ciudad y la región. ¿Para qué todo esto? ¿Piensas
tú que alguna de estas cosas esté puesta aquí superfluamente? De ninguna manera;
porque si no cae una hoja del árbol sin causa, ni cae en la tierra un pájaro
sin la voluntad del Padre celestial (Mt
10,29; 6, 26), ¿podría yo juzgar que de la boca del santo evangelista saliese
una palabra superflua, especialmente en la sagrada historia del que es Palabra
de Dios? No lo pienso así (Lc 17,10):
todas están llenas de soberanos misterios y cada una rebosa en celestial
dulzura; pero esto es si tienen quien las considere con diligencia y sepa
chupar miel de la piedra y aceite del peñasco durísimo (Deut 32,13).
Verdaderamente
en aquel día [el de la Anunciación] destilaron dulzura los montes y manó leche
y miel de los collados (Ex 3, 8; Joel 3,18), cuando, enviando su rocío
desde lo alto de los cielos y haciendo las nubes descender al Justo como una
lluvia (Is 45, 8; 35,2), se abrió la
tierra alegre y brotó de ella el Salvador; cuando, derramando el Señor su
bendición y dando nuestra tierra su fruto (Sal
66 y 84,13), sobre aquel monte que se eleva sobre todos los montes, monte
fértil y pingüe (Sal 67,16), salieron
a encontrarse mutuamente la misericordia y la verdad (Sal 84,11)y se besaron la paz y la justicia (Sal 41,7).
En
aquel tiempo [cuando Lucas escribe] también en que este no pequeño monte entre
los demás montes, este bienaventurado evangelista, digo, escribió con estilo
dulcísimo el principio de nuestra salud, tan deseado de nosotros, como que,
soplando el austro (Job 37,27; Austro
es figura del Espíritu Santo) y rayando el sol de justicia (Mal 4,2) más de cerca, se difundieron de
él algunos espirituales aromas (Cant
4,16).
Y
ojalá que ahora envíe Dios su palabra [Verbo] y nos derrita (Sal 147,18); ojalá que sople su espíritu
y se hagan inteligibles para nosotros las palabras evangélicas (Cf. 2 Cor 4,6), se hagan en nuestros corazones más estimables [deseables]
que el oro y las piedras más preciosas, se hagan más dulces que la miel y el
panal (Sal 18,11).
4.
Buen fruto (Mt 7,17-19) es Cristo,
que permanece para siempre. ¿Pero dónde está el heno que se secó? ¿Dónde la
flor que se cayó? Responda el profeta: Toda
carne es heno y toda su gloria como la flor del heno (Is 40,8). Si toda carne es heno, luego aquel pueblo carnal de los
judíos se secó como el heno. ¿Por ventura no se secó como el heno cuando el mismo
pueblo, vacío de todo jugo del espíritu, se pegó tenazmente a la letra seca?
¿No cayó también la flor cuando aquella gloria que tenían en la ley (Rm 2,23) desapareció para siempre? Si no
cayó la flor, ¿en dónde está el reino, en dónde el sacerdocio, en dónde los
profetas, en dónde el templo, en dónde aquellas grandezas de que solían
gloriarse y decir: ¡Cuántas cosas hemos
oído y conocido y nuestros padres nos han contado! (Sal 77,3) Y también: ¡Cuántas
cosas mandó a nuestros padres que hiciesen manifiestas a sus hijos! (Sal 77,5)
Y
esto se ha dicho para exponer aquellas palabras a Nazaret, ciudad de Galilea.
Homilía II:
“Vellocino
de Gedeón”
7.
Traigamos de las Escrituras otros testimonios concernientes a la Virgen Madre y
a su Hijo Dios. ¿Qué significa el vellocino de Gedeón, que, quitado de la
carne, pero sin herida de la carne, es puesto en la era; y ahora la lana,
después la misma era, es humedecida con el rocío (Jue 6,37-40), sino aquella carne tomada de la carne de la Virgen,
pero sin detrimento de su virginidad? En la cual verdaderamente, destilando los
cielos (Sal 67,9), se infundió toda
la plenitud de la divinidad (Col 2,9),
de modo que de esta plenitud hemos recibido todos (Jn 1,16), no siendo otra cosa, sin ella, que una tierra árida (Sab 19,7; Heb 11,29). Con este hecho de Gedeón parece cuadrar bellamente el
dicho del profeta: Descenderá como lluvia
sobre el vellocino (Sal 71,6, Vg).
Pues por lo que se sigue: Y como las
gotas que destilan sobre la tierra (Sal
71,6), se significa lo mismo que por la era, que se halló humedecida con el
rocío. Que es decir: aquella lluvia voluntaria que destinó Dios para el pueblo,
que es su heredad (Sal 67, 10),
primero plácidamente y sin estrépito de alguna operación humana, con aquel
sosegadísimo descenso propio de ella, bajó al seno virginal; mas después fue
difundida en todas las partes del mundo por la boca de los apóstoles, no ya
como la lluvia en el vellocino, sino como las gotas que destilan sobre la
tierra (Sal 71, 6), con el estrépito
de las palabras y con el sonido de los milagros. Porque se acordaron las nubes
[apóstoles y predicadores] que llevaban la lluvia [y de] que, cuando fueron
enviadas, se las había mandado: Lo que os
digo a vosotros en las tinieblas, decidlo en la luz; y lo que escucháis al
oído, predicadlo sobre las cosas (Mt
10, 27). Lo cual cumplieron, pues su sonido se extendió a toda la tierra y
llegaron sus palabras hasta las extremidades del mundo (Sal 18,5).
“¿Qué importancia tienen estas citas? Son
la esencia del misterio mismo, una expresión poética del misterio de la
Encarnación, que hemos de experimentar en nuestro corazón por medio de la fe.
Se trata de una manifestación poética del misterio de la revelación, una
‘unción’ de la tierra con la dulzura celestial” (Thomas Merton, p. 136).
Ejercicio: Elegir para la lectio
divina un texto “mariano” del AT.
(2 Sm 7,1-5.8b-11.16; Is 7,
10-14; 8,10, 1 Cro 15,3-4.15-16; 16,
1-2; Gn 3,9-15.20; Mq 5,1-4; Is 61, 9-11; Za 2,14-17; Prov 8, 22-31).
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