Guillermo
de Saint-Thierry, Vita Prima Bernardi,
Libro I, 2. 4:
“Era
la noche de Navidad, y se
preparaban, como de costumbre, para las solemnes
vigilias. Como se retardaba algún tanto el comienzo del oficio nocturno, sucedió que Bernardo
se durmió un poquito, inclinando la cabeza, mientras estaba sentado y esperaba
como los demás. Al instante se le mostró
al niño el santo nacimiento del Niño Jesús, incrementando su tierna fe e
incoando en él los misterios de la
divina contemplación. Se le apareció como un esposo saliendo de su alcoba,
el más hermoso hijo de los hombres, atrayendo hacia sí los afectos de ningún
modo pueriles, del santo niño. Quedó profundamente convencido, y hasta hoy el
mismo lo confiesa, de que aquella era la
hora del nacimiento del Señor. A los que frecuentaban su auditorio les es
fácil advertir con cuánta bendición le previno el Señor en aquella hora, pues
hoy parece poseer un sentido más profundo y un lenguaje más rico en lo
concerniente a este sacramento (misterio). De ahí que más tarde compusiera un
insigne opúsculo, al comienzo de sus obras o tratados, en alabanza de la Madre y del Hijo, y de su santa Natividad,
tomando pie del pasaje evangélico donde se lee: Fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea…”.
Homilía III:
14.
Empleemos ya al que nació para nosotros y fue dado a nosotros en lo que es el
fin por que nació y nos fue dado. Usemos del que es nuestro en utilidad
nuestra, saquemos del Salvador la salud (Cf.
Fil 2,12). He ahí que el párvulo/niño está puesto en medio de nosotros (Cf. Mt 18,2). ¡Oh párvulo deseado de los
párvulos! ¡Oh verdaderamente párvulo, pero en la malicia, no en la sabiduría! (Cf. 1
Cor 14,20). Procuremos hacernos como este párvulo (Mt 18,3), aprendamos de El a ser mansos y humildes de corazón (Cf. Mt 11,29); no sea que el grande Dios
se haya hecho sin fruto hombre pequeño, no sea que en balde haya muerto (Cf. Gál 2,21), no sea que inútilmente
haya sido crucificado por nosotros. Aprendamos su humildad, imitemos su mansedumbre,
apreciemos su amor, tomemos parte en sus penas (Cf. 1 Pe 4,13), lavémonos
en su sangre (Cf. Ap 1,5; 22,14).
Ofrezcámosle a El mismo como víctima por nuestros pecados (1 Jn 2,2), pues para esto nació y nos fue
dado a nosotros (Is 9,6). Ofrezcámosle
a los ojos de su Padre, ofrezcámosle a los suyos mismos, porque el Padre no
perdonó a su propio Hijo (Rm 8,32),
sino que por nosotros le entregó; y el mismo Hijo se abatió hasta tal extremo,
que tomó la forma de esclavo (Fil
2,7). El mismo entregó su vida a la muerte y fue puesto en el número de los
malhechores; y El mismo llevó sobre sí los pecados de muchos y oró por los
violadores de la ley para que no pereciesen (Cf. Is 53,12). No pueden perecer aquellos por quienes el Hijo ruega
que no perezcan, por quienes el Padre entregó su Hijo a la muerte para que
vivan (2 Cor 4,11). Debemos esperar
el perdón de ambos igualmente; en los cuales es igual la misericordia en su
piedad, igual en la voluntad el poder; una misma substancia en la deidad; en la
cual, juntamente con el Espíritu Santo, vive y reina Dios por los siglos de los
siglos. Amén.
“Es de notar cómo la fe del niño Bernardo
se abrió a la luz mediante la experiencia del misterio de la Encarnación, dando
así lugar a la gracia de la contemplación. Es un hecho indiscutible que esta
gracia marcó y acompaño a san Bernardo durante el resto de sus días y le dio
una particular sensibilidad y expresividad en lo referente al misterio de Jesús
Niño. Cualquiera lo puede comprobar mediante una simple lectura de sus sermones
para el ciclo de Navidad. El tratado En
Alabanza de la Madre y del Hijo y de su santa Natividad encuentra su fuente
vital en una experiencia de los primeros años” (Bernardo Olivera, p. 47).
“…una palabra sobre la mediación de la
liturgia. La liturgia mariana en los días de san Bernardo constaba de cuatro
fiestas: Purificación, Asunción, con su Octava, Anunciación y Natividad de
María. San Bernardo cita con mucha frecuencia textos del oficio divino:
antífonas, himnos, responsorios, lecciones. Es permeable a toda la liturgia,
ella es fuente de devoción…Tal es su familiaridad y conformación con la
liturgia que, al igual que con la Escritura, canta como ella: prefiere
confesar, alabar y adorar, más que razonar, deducir y concluir” (Idem., p. 31)
Ejercicio: Hacer memoria escrita de la experiencia mariana fundante y
de su proceso de maduración a nivel personal (y comunitario).
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