163. Cuando estaba en el monasterio (del abad
Séridos), fui un día a ver a uno de los Ancianos (pues allí había muchos
grandes Ancianos) y encontré al hermano encargado de servirlo comiendo con él.
Entonces le dije aparte: “Hermano, tú sabes que esos Ancianos que ves comer y
que tienen un poco de solaz, son como los hombres que han adquirido una bolsa y
que no han cesado de trabajar y de llenarla (de dinero) hasta colmarla. Después
de haberla cerrado, han seguido trabajando y obtuvieron todavía mil piezas más,
para poder entregar en caso de necesidad, siempre guardando lo que se
encontraba en la bolsa. De esta manera, estos Ancianos no han cesado de
trabajar y adquirir tesoros. Después de haberlos guardado han seguido ganando
algunos más, los cuales podrían entregar en caso de enfermedad o de vejez,
siempre conservando sus tesoros. Pero nosotros que todavía no hemos llenado la
bolsa ¿cómo es que hacemos donaciones?”. Este es el motivo por el cual debemos,
tal como lo he dicho, juzgarnos indignos de toda concesión, aunque la tomemos
por necesidad, e indignos de la vida monástica, y tomar, no sin temor, lo que
es necesario. De esta manera no será para nosotros motivo de condenación.
164. Todo esto referido a la temperancia del
vientre. Pero no sólo debemos vigilar nuestro régimen alimenticio, debemos
evitar también todo otro pecado, y ayunar también de la lengua como del
vientre, absteniéndonos de la maledicencia, de la mentira, de la charlatanería,
de las injurias, de la cólera, en una palabra de toda falta que se comete con
la lengua. Asimismo debemos practicar el ayuno de los ojos, no mirando cosas
vanas, evitando la libertad de la mirada que contempla a alguien con impudicia.
También debemos prohibir toda mala acción a las manos y a los pies. Practicando
de esta manera un ayuno agradable, como dice Basilio[1], absteniéndonos de todo mal que se pueda
cometer con cualquiera de nuestros sentidos, nos acercaremos al santo día de la
Resurrección renovados, purificados y dignos de participar en los santos
Misterios, como ya lo hemos dicho. Saldremos enseguida al encuentro de Nuestro
Señor y lo recibiremos con palmas y ramas de olivo, mientras que él hará su
entrada en la ciudad santa, sentado sobre un asno (cfr. Mc 11,1-8; Jn 12,
13).
165. ¿Qué quiere decir: Sentado sobre un asno?
El Señor se sentó sobre un asno a fin de que el alma, según el Profeta (cfr.
Sal 48, 21), se abaje y se haga semejante a los animales sin razón y de
esta manera sea convertida por él, el Verbo de Dios, y sometida a su divinidad.
Y ¿qué significa salir a su encuentro con palmas y ramas de olivo?
Cuando alguien sale a guerrear contra su enemigo y vuelve victorioso, todos los
suyos salen a su encuentro con palmas para recibir al vencedor. En efecto, la
palma es signo de la victoria. Por otra parte cuando alguien sufre una
injusticia y quiere recurrir a quien lo pueda vengar, lleva ramas de olivo,
pidiendo e implorando misericordia y auxilio, pues los olivos son un signo de
la misericordia. Nosotros también iremos al encuentro de Cristo Nuestro Señor
con palmas, como delante de un vencedor, pues él ha vencido al enemigo por
nosotros; y con ramos de olivo, para implorar su misericordia, a fin de que,
como ha vencido por nosotros, nosotros también, implorándole, salgamos
victoriosos con él; y para que nos encontremos alzando emblemas de victoria en
honor no sólo de la victoria que ha realizado por nosotros, sino también por la
que nosotros vamos a tener por él, gracias a las oraciones de los santos. Amén.
[1] BASILIO MAGNO, De Jejunio Hom. II, 7, PG 31,196D.
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