miércoles, 4 de marzo de 2020

SAN DOROTEO DE GAZA (Siglo VI), CONFERENCIA 15: LOS SANTOS AYUNOS (LA CUARESMA) (Primera parte)



159 [1]. En la Ley, Dios había prescrito a los hijos de Israel ofrecer cada año el diezmo de todos sus bienes (cfr. Nm 18, 25). Haciéndolo, serían bendecidos en todas sus actividades. Los santos Apóstoles, sabiendo eso, con el objeto de procurar a nuestras almas una ayuda provechosa, decidieron transmitirnos ese precepto bajo una forma más preciosa y elevada, a saber, la ofrenda del diezmo de los días de nuestra vida, dicho de otra manera, su consagración a Dios, a fin de ser bendecidos también nosotros en nuestras obras y de expiar cada año las faltas del año entero. Haciendo un cálculo, santificaron para nosotros entre los trescientos sesenta y cinco días del año, las siete semanas de ayuno. Ellos no asignaron al ayuno más que esas siete semanas. Fueron los Padres quienes después convinieron en agregar una semana más, tanto para practicarlo con anticipación como para preparar a aquellos que se van a entregar a los ayunos, y para honrar esos ayunos con la cifra de la santa cuarentena que Nuestro Señor mismo pasó ayunando. Porque las ocho semanas suman cuarenta días, excluyendo los sábados y los domingos, sin tener en cuenta el ayuno privilegiado del Sábado Santo, que es sagrado entre todos, y de todo el año, el único ayuno en sábado. Pero las siete semanas, sin los sábados y domingos, hacen treinta y cinco días. Agregándole el ayuno del Sábado Santo y de la mitad constituida por la noche gloriosa y luminosa, obtenemos treinta y seis días y medio, lo que es exactamente la décima parte de los trescientos sesenta y cinco días del año. Porque la décima parte de trescientos es treinta; la décima parte de sesenta es seis; y la décima parte de cinco es medio: lo que hace un total de treinta y seis días y medio, tal como dijimos[2].Y es, por así decir, el diezmo de todo el año lo que los santos Apóstoles consagraron a la penitencia para purificar las faltas de todo el año.

160. Hermanos, feliz aquel que en estos días santos se cuida bien y como corresponde. Porque si como hombre que es, peca por debilidad o negligencia, Dios ha dado precisamente estos días santos, para que, preocupándose cuidadosamente de su alma con vigilancia y humildad, y haciendo penitencia durante este período, se vea purificado de los pecados de todo el año. Entonces el alma se ve aliviada de su carga, y se acerca con pureza al santo día de la Resurrección, y hecho un hombre nuevo por la penitencia de estos santos ayunos, participa en los santos Misterios sin incurrir en condenación; permanece en el gozo y la alegría espiritual, celebrando con Dios los cincuenta días de la santa Pascua, que es, como se ha dicho, la resurrección del alma[3], y para señalarlos no doblamos las rodillas en la iglesia durante todo el tiempo pascual.

161. Quien quiera purificar sus pecados de todo el año por medio de estos días, en primer lugar debe guardarse de la indiscreción en la comida, pues, según los Padres[4], la indiscreción en la comida engendra todo el mal que hay en el hombre. Debe cuidar de no romper el ayuno si no es por una gran necesidad, y no buscar las comidas sabrosas, ni cargarse con un exceso de alimentos o de bebidas. Pues hay dos tipos de gula. Se puede ser tentado por la delicadeza de los alimentos; no necesariamente se quiere comer mucho, pero se desean comidas exquisitas. Cuando un goloso come un alimento que le agrada, queda de tal manera dominado por el placer, que lo retiene largo tiempo en la boca, masticándolo largamente, y no tragándolo sino a disgusto por causa de la voluptuosidad que experimenta. Es lo que llamamos goloso (laimargía).

Otro es tentado por la cantidad; no desea comidas agradables y no se preocupa por su sabor. Sean buenos o malos, no tiene otra preocupación que comer. Sean cuales sean los alimentos, su objetivo es llenar su vientre. Es lo que llamamos voracidad (gastrimargía). Les voy a decir la razón de esos nombres. Margainein significa en los autores paganos estar fuera de sí, y el insensato es llamado margas. Cuando a alguien le ocurre este mal o locura de querer llenar el vientre se lo llama gastrimargía; es decir locura del vientre. Cuando sólo se trata del placer de la boca lo llamamos laimargía, es decir, locura de la boca.

162. El que quiera purificarse de sus pecados debe, con todo cuidado, huir de esos desarreglos, ya que no vienen de la necesidad del cuerpo sino de la pasión y si se los tolera se transforman en pecados.

En el uso legítimo del matrimonio y en la fornicación, el acto es el mismo, siendo la intención la que difiere: en el primer caso se unen para tener hijos, en el segundo para satisfacer la pasión. Igualmente en la alimentación se da la misma acción al comer por necesidad o por placer, pero el pecado está en la intención. Come por necesidad aquel que, habiéndose fijado una ración diaria la disminuye si es que le provoca un sobrecargo y se da cuenta de que hay que quitar alguna cosa. Si por el contrario esa ración, lejos de cargarlo no logra mantener su cuerpo y debe ser levemente aumentada, le adiciona un pequeño suplemento. De esta manera, evalúa con exactitud sus necesidades y se conforma a lo que ha fijado, no por placer, sino con el fin de mantener las fuerzas de su cuerpo. Este alimento también debe tomarlo con acción de gracias, juzgándose en su corazón indigno de tal ayuda; y si alguno a consecuencia de una necesidad o exigencia es objeto de cuidados particulares, no debe tenerlo en cuenta ni buscar por sí mismo el bienestar, ni pensar que el bienestar es inofensivo para el alma.

[1] Esta Conferencia se une a la anterior por la consideración de las virtudes propias de la Cuaresma (Conf. 14: limosna y Conf. 15: el ayuno) que pasan a ser, por ello, las fundamentales de toda la vida del monje.
[2] Encontramos el mismo cálculo en Casiano, Conf. XXI, 25.
[3] EVAGRIO, Ad Monachos 40. Cfr. PG 40, 1279.
[4] No hay ningún apotegma que contenga esta expresión. Sin embargo cfr. Apoph. Antonio 22, PG 65, 84B.

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