domingo, 12 de junio de 2016

HOMILÍA DEL ABAD BENITO EN EL DOMINGO XI CICLO C

En el Evangelio, que es del Evangelista Lucas, escuchamos el relato de la pecadora arrepentida que irrumpió en medio de un banquete y “se puso a llorar a los pies de Jesús y comenzó a bañarlos con sus lágrimas, los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume”.
En el Evangelio de Juan encontramos una escena con algún parecido. “Le ofrecieron un banquete. Marta servía y Lázaro era uno de los comensales. María tomó una libra de perfume de nardo puro, muy costoso, ungió con él los pies de Jesús y se los enjugó con los cabellos”. Jn 12,2-3.
La pecadora de Lucas y María del evangelio de Juan son símbolo de la Iglesia: una de la Iglesia pecadora y otra de la Iglesia santa. La Iglesia pecadora, el Pueblo Elegido pecador, la esposa infiel del profeta Oseas y otros profetas. La Iglesia santa, la esposa del Apocalipsis, “Alegrémonos, regocijémonos y demos gloria a Dios, porque ha llegado la boda del Cordero y la novia está preparada” 19,7 “Vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, bajando del cielo, de Dios, preparada como novia que se arregla para el novio” 21,2. La Iglesia santa, la Iglesia de la parusía, pero también la Iglesia de aquí y ahora, la iglesia de las vírgenes, la Iglesia de los mártires. Nuestra tarea es imitar a la pecadora arrepentida de Lucas para llegar a ser la virgen pura del evangelio de Juan y del Apocalipsis.
Pero volvamos al texto de hoy. El P. Rivas dice que “esta es una de las páginas más conmovedoras de toda la Biblia”.
Tenemos tres actores principales: el fariseo, Jesús y la pecadora. El fariseo lo invita a Jesús a comer en su casa, tal vez simplemente por curiosidad, tal vez para acrecentar su fama recibiendo a un profeta, pero de hecho Jesús le hace notar que no le brindó las atenciones que se prestaban al huésped. El fariseo juzga y condena a la pecadora sin percatarse de su arrepentimiento, pero también lo juzga a Jesús: “Si este fuera un profeta…
La pecadora: el evangelista no nos dice ni cuándo ni cómo lo conoció a Jesús, ni cuándo se convirtió y decidió cambiar de vida: pero su actuar nos dice que de sintió perdonada de sus muchos pecados y por eso amó mucho. Estaba segura de que Jesús iba a aceptar sus gestos de cariño, los mismos que falsamente ofrecía para conquistar a sus amantes y que ahora sinceramente ofrecía al que la había perdonado.
Jesús llama a la conversión al fariseo al mostrarle que él vino a  recibir a los pecadores y no a condenarlos. Jesús acepta el arrepentimiento de la mujer pecadora y la alienta: “Tu fe te ha salvado. Vete en paz”
¿Y nosotros? En primer lugar, abrirnos al Señor que nos ofrece su perdón y luego, porque tenemos experiencia de ese perdón, invitar a nuestros hermanos pecadores a acudir a Jesús que los espera.

Creo que fue  Pio XII el que dijo que el mundo había perdido el sentido del pecado. ¿Por qué esa pérdida? Y ¿cómo descubrir ese sentido?  Tal vez no sea insistiendo en lo horrendo del pecado sino en lo grandioso de la misericordia: ¡Feliz el pecado de Adán, que nos mereció un Salvador tan grande!  Lo horrendo del pecado se mide mirando al Cristo crucifica; mirando a Jesús derramando su sangre en la cruz para la remisión de nuestros pecados.

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