Para
expresar el misterio de Cristo, san Efrén utiliza una gran variedad de temas,
de expresiones, de imágenes. En uno de sus himnos, de forma eficaz, relaciona a
Adán (en el paraíso) con Cristo (en la Eucaristía).
«Con la espada del
querubín
se cerró el camino
del árbol de la vida.
Pero para los pueblos,
el Señor de este árbol
se ha entregado
él mismo como alimento,
para su alimento.
Por nosotros el
jardinero
del Jardín, en persona,
se hizo alimento
para nuestras almas.
De hecho, todos salimos
del Paraíso junto con
Adán,
que lo dejó a sus
espaldas.
Ahora que abajo (en la
cruz)
ha sido retirada la
espada,
por la lanza podemos
regresar»
(Himno 49, 9-11).
Para
hablar de la Eucaristía, san Efrén utiliza dos imágenes: las brasas o el carbón
ardiente, y la perla. El tema de las brasas está tomado del profeta Isaías (cf.
Is 6, 6). Es la imagen del serafín, que toma las brasas con las tenazas y roza
simplemente los labios del profeta para purificarlos; el cristiano, por el
contrario, toca y consume las Brasas, es decir, a Cristo mismo:
«En tu pan se esconde el
Espíritu,
que no puede ser
consumido;
en tu vino está el
fuego,
que no se puede beber.
El Espíritu en tu pan,
el fuego en tu vino:
he aquí la maravilla
que acogen nuestros
labios.
El serafín no podía
acercar sus dedos a las
brasas,
que sólo pudieron rozar
los labios de Isaías;
ni los dedos las
tocaron,
ni los labios las
ingirieron;
pero a nosotros
el Señor nos ha
concedido
ambas cosas.
El fuego descendió
con ira para destruir a
los pecadores,
pero el fuego de la
gracia desciende
sobre el pan y en él
permanece.
En vez del fuego
que destruyó al hombre,
hemos comido el fuego en
el pan
y hemos sido salvados»
(Himno De Fide 10,
8-10).
BENEDICTO
XVI, Audiencia general del miércoles 28 de noviembre de 2007
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