viernes, 3 de junio de 2016

SOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS, HOMILÍA DEL P. MARCELO MACIEL, OSB. EN LAS PRIMERAS VÍSPERAS

En la liturgia de la Palabra de Dios de hoy, se nos muestra la imagen pastoril, la imagen de Dios como pastor de su rebaño, de cada uno de nosotros como ovejas, esto por un lado.
Por otro lado, su propio Espíritu, derramado sobre nosotros, en nosotros, cuidado interno al mismo hombre, en cada hombre, en atención y al mismo tiempo dando la plena libertad a la criatura para que ame libremente, y por tanto con aquella fuerza primigenia con la que ha sido creado en los comienzos.
Este es el cuidado que hemos recibido y continuamos recibiendo sin cesar, como lo es su Amor, el amor de Dios, sin límites, sin medida, como lo enuncia san Bernardo.
Éste es el rasgo principal del corazón de Dios, del Corazón de Jesús.
Y así alguien escribía:
Desde la zarza ardiente el Amor habla: "Queridos, quisiera revelarles mi esencia, mi presencia y encender en ustedes una visión viva de mí mismo".
Soy el amor sin límites. No conozco ningún límite en el tiempo. No conozco ningún límite en el espacio. No hay lugar donde no esté. No hay momento en el que no exprese lo que soy, que yo soy. Soy el origen y la razón profunda. Soy el impulso (a veces demasiado rechazado, desviado) de lo que ustedes son. Soy su verdadera vida.
Muchos son míos y sin embargo no tienen conciencia de este gran arrebato de amor que viene de mí y arrastra al universo. Sus ojos no tienen más que una visión restringida, exigua. No sienten que la tierra tiembla y que el mundo entero vibra por el soplo del Espíritu.
Queridos: ajusten sus sentimientos al soplo, a los toques divinos. Sean las cuerdas vibrantes que trasmiten mi amor sin límites. Sintonicen con toda voz humana. Esfúercense por recorrer toda la gama de sonidos que cada voz puede emitir hasta que sus voces hagan sonar el mismo canto, puro y justo.
Existe el don, la comunicación. He querido comunicarles lo que hay en mí. He querido entrar en comunión interior y en comunidad visible con ustedes. He querido hacerlos partícipes de mi ardor y de mi incandescencia: en una palabra, de mi amor.
Sean lo que yo soy. Sean  amor. No os es posible alcanzar la plenitud del amor. Pero es posible a cada uno, y siempre, orientarse hacia él, tender hacia él, dar algunos pasos por la vía sagrada.
Habrá muchos obstáculos muchas caídas, muchos accidentes. Pero toda voluntad de darse al amor, todo movimiento verdadero de amor tiene un valor infinito. Las caídas pueden acumularse, pero hay que volver a empezar a amar.
Miren hacia las más altas cimas del amor. Las verán tanto mejor cuanto más profundamente sumergidos estén en un abismo de humildad postrándose ante el Amor con la confianza de un niño pequeño, pidiendo perdón por todo, esperándolo todo, amándolo todo. Cuanto más se abajen, serán más dulces y puros y más iluminará su horizonte la llama del amor sin límites haciéndoles ver todas las cosas en su sitio, en su verdad, como yo las veo.
Los que yo quiero mucho están situados en planos diversos, en distintos estratos. Pero yo soy el Amado de todos. Me encuentro en todos los planos, en todos los estratos. Soy para todos. Soy el pastor que no deja desviarse a ninguna de sus ovejas sin ir a buscarla. Estoy con ustedes desde el principio. Su vida es la mía. Hablen con mi voz. Hablen con la voz del amor y pronuncien las palabras del amor. Pondré mis palabras en sus bocas. Incluso en las horas en que no me oyen, también cuando no me escuchen no dejo de murmurar a su oído.
He venido a traer a la tierra el fuego del Amor sin límites.[1]


[1] Un monje oriental. Amor sin límites, p.101

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