En la liturgia
de la Palabra de Dios de hoy, se nos muestra la imagen pastoril, la imagen de
Dios como pastor de su rebaño, de cada uno de nosotros como ovejas, esto por un
lado.
Por otro lado,
su propio Espíritu, derramado sobre nosotros, en nosotros, cuidado interno al
mismo hombre, en cada hombre, en atención y al mismo tiempo dando la plena
libertad a la criatura para que ame libremente, y por tanto con aquella fuerza
primigenia con la que ha sido creado en los comienzos.
Este es el
cuidado que hemos recibido y continuamos recibiendo sin cesar, como lo es su
Amor, el amor de Dios, sin límites, sin medida, como lo enuncia san Bernardo.
Éste es el rasgo
principal del corazón de Dios, del Corazón de Jesús.
Y así alguien escribía:
Desde la zarza ardiente el Amor habla: "Queridos, quisiera
revelarles mi esencia, mi presencia y encender en ustedes una visión viva de mí
mismo".
Soy el amor sin límites. No conozco ningún límite en el tiempo. No
conozco ningún límite en el espacio. No hay lugar donde no esté. No hay momento
en el que no exprese lo que soy, que yo soy. Soy el origen y la razón profunda.
Soy el impulso (a veces demasiado rechazado, desviado) de lo que ustedes son.
Soy su verdadera vida.
Muchos son míos y sin embargo no tienen conciencia de este gran
arrebato de amor que viene de mí y arrastra al universo. Sus ojos no tienen más
que una visión restringida, exigua. No sienten que la tierra tiembla y que el
mundo entero vibra por el soplo del Espíritu.
Queridos: ajusten sus sentimientos al soplo,
a los toques divinos. Sean las cuerdas vibrantes que trasmiten mi amor sin
límites. Sintonicen con toda voz humana. Esfúercense por recorrer toda la gama
de sonidos que cada voz puede emitir hasta que sus voces hagan sonar el mismo
canto, puro y justo.
Existe el don, la comunicación.
He querido comunicarles lo que hay en mí. He querido entrar en comunión
interior y en comunidad visible con ustedes. He querido hacerlos partícipes de
mi ardor y de mi incandescencia: en una palabra, de mi amor.
Sean lo que yo soy. Sean amor. No os es posible alcanzar la plenitud
del amor. Pero es posible a cada uno, y siempre, orientarse hacia él, tender
hacia él, dar algunos pasos por la vía sagrada.
Habrá muchos obstáculos muchas caídas, muchos accidentes. Pero
toda voluntad de darse al amor, todo movimiento verdadero de amor tiene un
valor infinito. Las caídas pueden acumularse, pero hay que volver a empezar a
amar.
Miren hacia las más altas cimas del amor. Las verán tanto mejor
cuanto más profundamente sumergidos estén en un abismo de humildad postrándose ante
el Amor con la confianza de un niño pequeño, pidiendo perdón por todo,
esperándolo todo, amándolo todo. Cuanto más se abajen, serán más dulces y puros
y más iluminará su horizonte la llama del amor sin límites haciéndoles ver
todas las cosas en su sitio, en su verdad, como yo las veo.
Los que yo quiero mucho están situados en planos diversos, en
distintos estratos. Pero yo soy el Amado de todos. Me encuentro en todos los
planos, en todos los estratos. Soy para todos. Soy el pastor que no deja
desviarse a ninguna de sus ovejas sin ir a buscarla. Estoy con ustedes desde el
principio. Su vida es la mía. Hablen con mi voz. Hablen con la voz del amor y
pronuncien las palabras del amor. Pondré mis palabras en sus bocas. Incluso en
las horas en que no me oyen, también cuando no me escuchen no dejo de murmurar
a su oído.
He venido a traer a la tierra el fuego del Amor sin límites.[1]
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