El evangelio que se nos acaba de proclamar es bello, profundo, esclarecedor y cuestionador.
¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? Es la pregunta del doctor de la Ley; pero es también la pregunta que consciente o inconscientemente se hace todo hombre. Todos condenados a muerte, pero sedientos de vida. Sometidos al sufrimiento, pero hambrientos de felicidad. ¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna, para heredar inmortalidad y felicidad para siempre?
¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella? Jesús no contesta a la pregunta del doctor de la ley; pero le indica a él y a nosotros que en la Sagrada Escritura, que es la Palara de Dios, encontraremos las respuestas a nuestras preguntas más hondas.
El doctor de la ley hace una buena síntesis de toda la legislación del Antiguo Testamento: amar a Dios y amar al prójimo. El amar a Dios sobre todas las cosas era cuestión indiscutible. ¿Pero amar al prójimo? San Lucas, el evangelista de la apertura a los paganos, pone en la persona del doctor de la ley una intuición de esa apertura. En el Antiguo Testamento “prójimo” era solamente el israelita, el miembro del pueblo elegido. ¿Quién es mi prójimo? ¿Hasta qué distancia calculo que hay proximidad?
Vamos ver que Jesús invierte la perspectiva, ya no soy yo la referencia…
Jesús no contesta con una definición de “prójimo” como haríamos nosotros, sino que contesta con una parábola, como hacen los orientales.
“Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó”. Son treinta kilómetros de camino desértico y peligroso por los frecuentes asaltos de ladrones. Jesús no da más datos de ese hombre porque lo importante no será saber quién es sino saber cómo está: “medio muerto”. Pasa primero un sacerdote, que lo ve pero sigue de largo y luego un levita que hace lo mismo. Tocar a un muerto era quedar impuro y para estos representantes de la religión fue más importante conservar la pureza legal que el amor al prójimo. Pasó un samaritano, un hereje para los judíos. “Lo vio y se conmovió”. Sintió como suya la situación del hombre mal herido al que no conocía. La conmoción no fue pura emoción sino fuerza impulsora para actuar. “Se acercó”, se hizo cercano, se hizo prójimo. Lo curó y lo cargó sobre su montura y lo llevó a un albergue y lo cuidó toda la noche. Al día siguiente pagó al hotelero y le dejó dos denarios para los gastos hasta su regreso cuando cubriría toda la deuda.
¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones? “¿Cuál de los tres se hizo próximo del herido?
Jesús nos invita a no partir de nosotros, sino a dejarnos interpelar por todo hombre necesitado para hacernos próximos a su dolor.
Esta fue la actitud de Dios en el Antiguo Testamento. "Yo he visto la opresión de mi pueblo, que está en Egipto, y he oído los gritos de dolor, provocados por sus capataces. Sí, conozco muy bien sus sufrimientos. Por eso he bajado a librarlo del poder de los egipcios y a hacerlo subir, desde aquel país, a una tierra fértil y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel” (Ex 3,7-8)
Esta fue la actitud del Hijo de Dios en el Nuevo Testamento: “Tengan entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús. Él, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz” (Fil 3,5-8) Jesús es el “Buen Samaritano” para todo hombre necesitado. Jesús cercano, próximo de los enfermos, de los que sufren, de los pecadores.
Dijimos que la parábola no nos daba detalles del hombre asaltado por los ladrones y dejado como muerto; pero Jesús en el evangelio de Mateo nos explica quién es este hombre: “Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver". Los justos le responderán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?". Y el Rey les responderá: Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo". Mt. 25, 34-40)
La parábola del Buen Samaritano nos invita a abrir los ojos y el corazón para descubrir en mi familia, en mi comunidad, en la iglesia, en la humanidad los diferentes “asaltados y dejados como muertos” Y el evangelio de Mateo nos invita a ver en cada uno de esos hombres al Cristo que nos pide que seamos su prójimo, su próximo.
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