"La unidad no es estar juntos para hacer lo mismo, o para hablar; es la
soldadura que se produce en la medida en que nos comprometemos a vivir el hecho
de Dios en nuestra vida. (...) El monje es en la comunidad cristiana un
indicativo de la conciencia del hombre, de modo que el monasterio es en la vida
de la Iglesia el ejemplo de un modo nuevo de ordenar la vida, en torno a la
certeza de que solo Cristo salva. (...) El monasterio es un ejemplo de vida
nueva, de humanidad nueva: un pedazo del Cuerpo de Cristo, en el que la unidad
entre los hermanos, es decir, la verdadera amistad de Cristo hecha presencia,
es el milagro al que nosotros miramos, y que siempre buscaremos. (...) La
misión en el mundo actual es exactamente la misma que en los primeros tiempos
del movimiento benedictino, porque este surgió como grupo de hombres, como
realidad de humanidad nueva, como una compañía humana nueva en nombre de
Cristo. ¡Qué grande es el movimiento benedictino, que 1.500 años antes del
Concilio Vaticano II reconoció como valor del cristianismo el bautismo! El
comienzo de san Benito fue el testimonio de gente que no vivía la vida como un
caos, que vivía las cosas con un orden. Es el testimonio de una convivencia
distinta. Ahora ha llegado el tiempo, el mismo tiempo, porque no se puede estar
más en ruinas de lo que lo estamos ahora. (...) [Por qué vendría al
monasterio?] Vendría aquí, para vivir esa dependencia que hiere el amor propio,
que consume un poco la propia sensibilidad, pero que al final hace que surja y
se exprese, como el ave fénix de fabulesca memoria, el pájaro que resurgía de
sus propias cenizas. (...) El monasterio es como la vida del hombre en el
umbral de la eternidad. (...) Es realmente como el surgir del sol en el mundo y
como la estrella de la mañana que se alza en el corazón frente a la
mirada de los hombres; es decir, es el momento en que
la humanidad empieza a ser ella misma, porque se
vuelve consciente de su origen, de su consistencia y de su
destino, de su finalidad".
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