sábado, 6 de agosto de 2016

HOMILIA DEL ABAD BENITO EN EL DOMINGO 19 C

En cierto sentido podríamos decir que las tres lecturas de este domingo son escatológicas, las tres nos hacen mirar al futuro, a la culminación de la historia de la salvación.
La primera del Libro de la Sabiduría reflexiona poéticamente sobre la liberación de la esclavitud de Egipto: “Aquella noche fue dada a conocer de antemano a nuestros padres, para que, sabiendo con seguridad en qué juramentos habían creído, se sintieran reconfortados.” Hoy es una invitación para nosotros a reflexionar sobre la Alianza que Dios ha hecho con nosotros, de qué nos ha liberado y cuál es nuestra tierra prometida.
 La segunda lectura, el precioso texto de la Carta a los Hebreos, es una relectura de la historia de los patriarcas que subraya la fe y la esperanza que los animaron a “buscar una patria mejor, nada menos que la celestial”.  Esa búsqueda la hicieron en la oscuridad de la fe. Abraham “partió sin saber  adonde iba”; pero con la seguridad que le daba el saber con quién iba, con el Dios fiel.
En el evangelio tenemos que distinguir dos partes bien diferenciadas. Los tres primeros versículos son la conclusión del discurso sobre el manejo de los bienes materiales que leímos el domingo pasado más una parte que no se leyó. La segunda parte trata de la actitud de vigilancia que nos exige la certeza de la venida del Señor.
Jesús describe la actitud de vigilancia con tres parábolas. La primera presenta a un Señor que fue a una fiesta de bodas, evidente alusión al banquete escatológico, y encargó a sus sirvientes que lo esperan. Tienen que hacerlo con las lámparas encendidas y las vestiduras ceñidas, listos para servirlo cuando regrese y golpee la puerta. La parábola termina con una bienaventuranza, “¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada!” Pero un final inesperado: el dueño entra y hace tomar asiento a sus servidores y se pone a servirles la cena. La vigilancia del cristiano tiene como premio el sentarse a la mesa del banquete del final de los tiempos.
La segunda parábola, más cortita, advierte sobre la venida del Señor que no tiene fecha ni hora, “llegará a la hora menos pensada”

La tercera precisa que la espera no es de brazos cruzados. El Señor encomienda distintos tareas, distintos ministerios. A uno en particular lo constituye responsable de los servidores y sirvientes y tiene que velar para que no les falte alimento. Jesús advierte sobre las tentaciones de la autoridad,  el abuso del poder. En vez de distribuirles el trigo maltrata a los súbditos y se dedica, seguramente con lo que les quita, a las festicholas. Lamentablemente conocemos muchos de estos casos que los medios de comunicación a diario nos presentan. Nuestro riesgo es contentarnos con encontrar muchos casos como el de la parábola y tranquilizar nuestra conciencia diciéndonos que no somos  corruptos y que no tenemos bolsones para enterrar. Está bien no ser ingenuos y estar atentos para luchar contra la corrupción y el abuso de poder, pero eso no basta. En un examen de conciencia sincero tenemos que descubrir cuando no pusimos con responsabilidad y generosidad nuestros talentos al servicio de nuestros “consiervos”. La vigilancia del cristiano tiene que ser una vigilancia activa y lúcida. Descubrir cuál es la tarea que el Señor nos encomendó para que la llevemos a cabo hasta su venida. Si la desempeñamos con responsabilidad podremos decir sin miedo y con confianza: ¡Ven Señor Jesús!    

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