viernes, 27 de enero de 2017

FEBRERO 2017

Curso bíblico 2017
Monasterio Cristo Rey- El Siambón
“Evangelio según san Mateo”
P. LUIS HERIBERTO RIVAS

DEL MARTES 14 DE FEBRERO 
AL VIERNES 24 DE FEBRERO


CONFERENCIA ABIERTA: SÁBADO 18/02, 20,00 hs.

“Las bienaventuranzas de Mateo”


Información: 0381-4925000. monasteriocristorey@sinectis.com.ar

sábado, 21 de enero de 2017

Ves a la Trinidad, si ves el Amor y eres mirado por la Misericordia (III)



III.                    

Dejando de lado la rica simbólica de los colores y los vestidos, centremos nuestra atención en la mesa/altar, sobre ella reposa una copa/cáliz que contiene la cabeza del ternero inmolado por Abraham, o del carnero que sustituyó a Isaac (Gn 21, 13), prefiguraciones del cordero (Jn 19, 36; 1 Co 5, 7). El sacrificio realizado en la historia, ahora está presente ante Dios y es el motivo de la bendición del mundo y del envío del Espíritu. La copa está ubicada en el corazón de una copa más grande que dibujan los dos ángeles laterales.
Jean Corbon en su libro Liturgia Fontal nos introduce en el misterio de la mesa/altar:

“El altar es también símbolo de la mesa del banquete, de la hospitalidad divina a donde todos los hombres están invitados. Mientras en la Eucaristía recibimos todo al comulgar el Cuerpo y la Sangre de Cristo, en el altar de los pobres tenemos que responder, compartir el Don recibido, darnos nosotros mismos. Se comprende entonces que Andrej Roublëv haya rehusado siempre pintar un cuadro del Juicio final al estilo apócrifo tan popular en el Medioevo. Estaba demasiado en comunión con la miseria de los hombres como para traicionar así la misericordia de su Señor. Es conocido el fruto de su largo ayuno silencioso: el icono de  la Hospitalidad divina, donde el altar del mundo es acogido en el corazón de la Trinidad Santa. Es el altar de los pobres donde la Pasión de Dios se convierte en Compasión de su Iglesia por los hombres”[1].

La mesa está ocupada por tres comensales, pero queda un espacio libre. Y este lugar tiene que ser ocupado. El icono es una invitación a la humanidad entera a acercarse y sentarse en el banquete de misericordia que ofrecen los Tres. Será necesario tomar la copa eucarística para entrar en el Misterio: “Si no beben de la sangre del Hijo del Hombre...no tendrán vida en ustedes” (Jn 6, 53). En la parte frontal está el símbolo de toda la creación: un rectángulo que contiene al interno un rectángulo más pequeño. Es la nueva creación, renovada por la Cruz y el lugar del reposo de los mártires en Dios (Ap 6, 9-11). Invitados a participar en el diálogo divino, a entrar en el pequeño rectángulo abierto, el lugar es estrecho (Lc 13, 24), porque el camino es el sufrimiento, la debilidad, el límite, la renuncia (Ap 2, 8), y la puerta (Jn 10, 9) es la cruz (Mt 16,24) del testimonio, en el don de sí mismo a Dios y a la misericordia con los demás.
El icono habla de la Oikonomia en su dimensión cristológica. Cada ángel está en sus propios pensamientos, pero comparten entre sí la misma preocupación, están en santa y silenciosa conversación, el tema de la misma es quizás el texto de Juan: “Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en él no muera, sino que tenga vida eterna” (3,16), el tema del diálogo divino es la Misericordia. El icono proclama la ofrenda de Cristo, que es obra de la Trinidad. El Padre/Amante es el amor que crucifica, el Hijo/Amado es la cruz del amor, y el Espíritu/Amor es el amor crucificado. La Trinidad se narra a sí misma hablando de la Misericordia[2].

La meditación sobre el icono de la hospitalidad de Abraham se ha transformado en una contemplación silenciosa del Dios Amor que se ha aproximado misericordiosamente al hombre (Jn 1, 14). La narración prefigura la misión divina a través de la cual, el Padre nos envía a su Hijo único para ser sacrificado por nosotros (Jn 1, 29), y darnos una nueva vida por el Espíritu. Pablo nos dice que el verdadero descendiente prometido a Abraham es Cristo (Ga 3,16), los Tres vienen, a anunciarle a Abraham y, a través de él, a toda la humanidad, el nacimiento de Cristo, quien salvará al mundo por su anonadamiento amoroso (Fil 2, 6-11) en la Cruz, posibilitando el retorno a la Patria trinitaria.
Los peregrinos hospedados revelan a los que los hospedan la promesa: Hijo y Reino. En ese momento, la distinción entre el que hospeda y los que son hospedados se desvanece en el reconocimiento de la unidad de una alianza y de una promesa-bendición para los ancianos extranjeros y estériles. Por eso decimos que en verdad ves a la Trinidad, si ves al Amor y eres mirado por la Misericordia.
Concluimos con la palabra del Papa Francisco en Misericordiae vultus 2 y 8:

“Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro…. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados no obstante el límite de nuestro pecado… Con la mirada fija en Jesús y en su rostro misericordioso podemos percibir el amor de la Santísima Trinidad. La misión que Jesús ha recibido del Padre ha sido la de revelar el misterio del amor divino en plenitud. «Dios es amor» (1 Jn 4,8.16), afirma por la primera y única vez en toda la Sagrada Escritura el evangelista Juan… Un amor que se dona y ofrece gratuitamente…”.

Si, en actitud orante, contemplamos el icono de la santa Trinidad, veremos al Amante, al Amado y al Amor, y seremos vistos por el misterio de la misericordia, porque verdaderamente los iconos son miradas de Misericordia para el hombre de hoy. En esta contemplación no sólo “miramos” al Dios Trino y Uno, que mora dentro de nosotros, sino que aceptamos como don su propia mirada, y “en Dios, mirar es compadecerse”[3]. Somos mirados por su Misericordia y, aprendemos a mirar, y a mirarnos, en los ojos del Padre, con los ojos del Hijo, por los ojos del Espíritu, “la contemplación –escribe Benedicto XVI- tiende a crear en nosotros una visión sapiencial, según Dios, de la realidad y a formar en nosotros «la mente de Cristo» (1 Co 2,16)” (Verbun Domini 87), y su corazón misericordioso, para tener “los mismos sentimientos que Cristo” (Flp 2,5).
Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.


Pedro Edmundo Gómez, osb.


[1] Jean Corbon, Liturgia Fontal, Misterio-Celebración-Vida, Palabra, Madrid, 2009, p. 244.
[2] Cf. Trinidad como historia, pp. 196-203-
[3] San Bruno de Segni, Comentario sobre el Evangelio de san Lucas, Parte 2, 40.

domingo, 15 de enero de 2017

HOMILÍA DEL ABAD BENITO EN EL SEGUNDO DOMINGO DEL TIEMPO DURANTE EL AÑO



Podemos empezar con un pensamiento de la segunda lectura, que no tiene una relación temática con la primera ni con el evangelio. San Pablo les recuerda a los corintios que han sido “santificados en Cristo Jesús y llamados a ser santos” Santificados en el bautismo y llamados a llevar a plenitud la gracia bautismal, que eso es la santidad. Hoy esa Palabra se dirige a cada uno de nosotros. El Papa San Juan Pablo 2° dijo en una oportunidad que el cristiano que no llega a ser santo es un cristiano fracasado. El Papa Francisco nos dice “no hay santo sin pecado ni pecador sin esperanza” A la vez somos santos y pecadores; pero pecadores “santificados en Cristo”   y trabajados por la gracia bautismal, por la gracia de los otros sacramentos y por la Palabra.
La primera lectura y el Evangelio nos invitan a profundizar en el misterio de Cristo, en su persona.
Leemos parte del Segundo Cántico del Servidor de Yahvé del profeta Isaías. No se sabe si Isaías se está refiriendo a una persona en particular o a todo el pueblo de Israel; pero sí sabemos que es una profecía mesiánica que ilumina la persona del Mesías Jesús y su misión y por lo tanto ilumina la identidad y la misión de todo cristiano.
En el primer Cántico, en el capítulo 42, hablaba el Señor  describiendo la elección, la vocación y la misión de su Servidor. Este segundo Cántico es la meditación del Servidor sobre lo que el Señor le ha dicho en el primero; un ejemplo de Lectio Dicina. La hizo Jesús y la tenemos que hacer nosotros. El Servidor empieza por recordar la elección y la promesa de éxito: “Tu eres mi Servidor, por ti yo me glorificaré” y enseguida recuerda un aparente fracaso “En vano me fatigué, para nada, inútilmente he gastado mi fuerza”.  Nosotros tenemos mucha  experiencia de esto, de nuestros desalientos… ¿Y Jesús?  Sabemos que los vivió en el Huero de los Olivos y sobre todo en la cruz. “Sin embargo, mi derecho está junto a mi Señor y mi retribución, junto a mi Dios” Es el “Padre en tus manos pongo mi espíritu”.
El Servidor continúa su Lectio Divina reflexionando sobre la vocación, el llamado y comprueba que es valioso a los ojos del Señor  y que sus éxitos se deben a que “mi Dios ha sido mi fortaleza”  ¡Cuantas veces Jesús habrá repetido esto con un “Hoy se cumple en mí esta Palabra”! Invitación a cada uno de nosotros para descubrir en nuestras vidas la intervención del brazo de Dios que miró nuestra impotencia e hizo en nosotros grandes cosas, como en la Virgen María.
En el evangelio escuchamos a Juan el Bautista que nos hace la revelación de la identidad y la misión del Mesías Jesús: Es el Cordero de Dios, es el que quita el pecado del mundo, es el que existía desde antes, es el que bautiza en el Espíritu Santo, es el Hijo de Dios.
El Cordero de Dios, el Cordero pascual, el Cordero de la liberación.
Que quita todos los pecados personales porque quita el pecado del mundo, la raíz misma del mal.
 Que existía desde antes, la Palabra que estaba junto a Dios.
El que bautiza en el Espíritu Santo, no un bautismo que invita a la conversión sino el que realiza la conversión.
Es el Hijo de Dios que al compartir nuestra humanidad nos comparte su divinidad.


sábado, 14 de enero de 2017

Ves a la Trinidad, si ves el Amor y eres mirado por la Misericordia (II)



II.                    

Cada ángel en el icono tiene su propia postura y colorido, pero no están separados entre sí, sino que están indisolublemente unidos por medio de la reciprocidad de la luz. Los colores se mezclan y revelan así la luz, la unidad, la vida y el dinamismo en la distinción-relación de las Personas. Tres personas que deben contemplarse en la propiedad específica de cada una, teniendo siempre presente que uno y único es el Dios amor, que es comunión de los Tres, el Amante, el Amado y el Amor recibido y donado.
La unidad del Dios vivo, su luz, es el vivir el uno en el darse/recibirse recíproco y total de los Tres. Es por su eterno y recíproco darse, que cada uno vuelve a encontrarse a sí mismo “perdiéndose”, reflejándose en el Otro. Una unidad que es perijóresis, recíproco estar el uno en el otro iluminándose, recíproco moverse de sí al otro, del otro restituido a sí mismo. Y esto a un nivel tan profundo que es la esencia de los Tres. Dios es Amor, el Amor es la Luz, en su Luz vemos el Amor.
El ángel de la derecha representaría al Padre, “El Silencio eterno”[1] está sentado y mira hacia los otros dos; el pecho y la cabeza están en posición erguida, signo de dignidad, irradia hieratismo y omnipotencia. Por una parte se muestra inmóvil, perfecto, principio estático de eternidad, y al mismo tiempo, en un contraste notable, en movimiento, apoya la pierna izquierda en la tierra, mientras que la derecha se halla ligeramente levantada y con la mano derecha en movimiento, principio dinámico de la creación y la historia, bendice a los otros dos. Silencio que se dice en relación a la Palabra y mora en la Palabra. Palabra que lleva las llagas del Silencio.
El ángel del centro, sentado en posición frontal al espectador, como “Revelación/Mediación” en la historia del Silencio, representaría al Hijo, “la Palabra eterna”[2]; inclina ligeramente la cabeza hacia el Padre con una actitud de reverencia, acogida, escucha y obediencia. La Palabra es escucha del Silencio. Su posición es más cercana al Padre que al tercer ángel, sus alas se hallan en una parcial superposición, signo de su comunión e intimidad. Su mano derecha está en acto de bendecir tanto al tercer ángel como hacia la copa, indicando que está dispuesto a ofrecerse en sacrificio. El Padre, cuyo rostro expresa un cierto dolor, está animándolo a la entrega. Tenemos aquí la suprema imagen de la inmolación que puede hacer el amor: un padre destina a su hijo a la muerte, pero Rublev no se detiene ahí, ha pintado al mismo tiempo el acto de obediencia más completo: el hijo acepta el sacrificio; es la Palabra del Silencio, que remite a su Origen y a su fecundo Reposo, se pronuncia en el abandono y la confianza para el Encuentro.
Partiendo del evento pascual se puede contemplar a la Trinidad en su comunicarse al hombre como origen, presente y futuro de la historia[3]. Así la Cruz es de alguna manera “narración” de la Trinidad, el Padre envía a su Hijo con la misión de entregar su Espíritu, lo cual es cumplido plenamente en el amor del Espíritu Santo, en el acontecimiento de la Cruz están implicadas las tres Personas divinas. La Cruz es la historia del Hijo eterno que es entregado a la muerte por su Padre, y sufriendo nos ha revelado y regalado su infinito Amor. La Trinidad es una confesión de fe pascual y soteriológica[4].
El último ángel representaría al Espíritu Santo, sentado y visiblemente inclinado hacia los otros dos, porque es “el Encuentro eterno”[5], “cumplimiento” de la historia y “encuentro en la historia”, que parece estar mirando la copa. Su postura es como intermedia entre la del Padre y la del Hijo, es la comunión de ambos, así como “en la hora pascual une al Padre y al Hijo, y en el Hijo a los pecadores”[6]. El Espíritu es la unidad en la distinción del Silencio y la Palabra, es Comunicación. El movimiento de su pierna izquierda parece indicar que está por ponerse en camino, porque es éxodo, éxtasis y don. Su mano extendida parece cubrir, proteger, incubar, según el relato de la creación al modo de la paloma que extiende sus alas (Gn 1, 2; Mc 1, 10).
El icono de la Trinidad presenta el juego eterno y temporal, del Silencio, la Palabra y el Encuentro, del Origen, el Sentido y la Morada, del mundo, la historia y el hombre. Decía Benedicto XVI en Caritas in veritate 54:

“…La Trinidad es absoluta unidad, en cuanto las tres Personas divinas son relacionalidad pura. La transparencia recíproca entre las Personas divinas es plena y el vínculo de una con otra total, porque constituyen una absoluta unidad y unicidad. Dios nos quiere también asociar a esa realidad de comunión: «para que sean uno, como nosotros somos uno» (Jn 17,22). La Iglesia es signo e instrumento de esta unidad. También las relaciones entre los hombres a lo largo de la historia se han beneficiado de la referencia a este Modelo divino. En particular, a la luz del misterio revelado de la Trinidad, se comprende que la verdadera apertura no significa dispersión centrífuga, sino compenetración profunda. Esto se manifiesta también en las experiencias humanas comunes del amor y de la verdad…”.


Pedro Edmundo Gómez, osb.


[1] Bruno Forte, Teología de la historia, p. 72
[2] Teología de la historia, p. 113.
[3] Cf. Trinidad como historia, pp. 157-211.
[4] Cf. Trinidad como historia, p. 89.
[5] Teología de la historia, p. 169.
[6] Teología de la historia, p. 170.

sábado, 7 de enero de 2017

Ves a la Trinidad, si ves el Amor y eres mirado por la Misericordia (I)


“En verdad ves a la Trinidad, si ves…
el Amante, el Amado y el Amor
San Agustín[1]

En este encuentro “Iconos: Miradas de Misericordia” queremos contemplar en el icono de la santa Trinidad el Amor y ser mirados por su Misericordia. Dicho de otro modo, deseamos ser introducidos en ese cruce de miradas de amor y misericordia entre “los tres Ángeles que se aparecen a Abraham en el encinar de Mambré y que eran uno, escogidos como figura de las tres Personas divinas que acogen a los hombres en el círculo de su amor…”[2].
El obispo y teólogo italiano Bruno Forte en la parte conclusiva de su Carta sobre la Trinidad hace la siguiente invitación, que nos servirá a nosotros de introducción:

“Intenta ponerte… ante el icono en el que los tres Ángeles te llaman a entrar en el diálogo divino del amor: disponte a escuchar la declaración de amor de Dios. Busca unirte al Hijo amado, abandonado y resucitado a la vida por ti, y de sentir el amor del Padre que te arrulla y el Espíritu que te une a Jesús y en Él al Padre. Es una experiencia bellísima la de sentirse amado de Dios: entonces, rodeado por el amor de los Tres entenderás que Dios Amor no es una palabra vacía… ¿Quieres probarlo también tú? Pídelo a Dios así: Dios tres veces Santo, Trinidad divina, ayúdame a confesar con los labios y el corazón la infinita belleza de Tu amor: de Ti Padre, eterno Amante de quien proviene todo don perfecto, de Ti Hijo, eterno Amado que todo lo recibes y todo lo das, de Ti Espíritu Santo, Amor recibido y donado, vínculo de la caridad eterna y éxtasis del eterno don. En Ti, Trinidad Santa, quisiera esconderme, para ser amado en el Amado y aprender a amar a quien en la humilde fidelidad del tiempo y por siempre en el día del amor que no muere. ¡Amén! ¡Aleluya!


I.                    

Abraham en la Theofania (Gn 18,1-16) hospeda (Philoxenia) a los que lo cobijan. El icono representa y presencia a la Trinidad ad intra (Amor) y ad extra (Misericordia), Theologia y Oikonomia. Contiene pues tres planos superpuestos e íntimamente relacionados: Theofania, Oikonomia y Theologia, somos conscientes de que estamos “balbuceando tan solo palabras de amor sobre el misterio santo del que venimos en el que nos movemos y existimos y hacia el cual vamos en el camino del tiempo… en retorno a la patria trinitaria”[3].
Rublev era un artista teólogo que expresa con símbolos su fe, la doctrina del Dios Uno y Trino queda expuesta mediante un círculo que encierra un triángulo y propone una cruz.
Las figuras siguen y configuran el trazado del círculo, todos los elementos contribuyen a dar relieve a la circularidad, símbolo de la plenitud del infinito, del misterio de Dios. Un movimiento circular, sugerido por las miradas, por el juego de las manos y por la inclinación de las cabezas, “movimiento inmóvil” (Pseudo Dionisio) de la Trinidad a la Trinidad. La curva envolvente arranca de los pies del ángel a la izquierda (Origen), y sube, arqueándose, por la línea del hombro y la cabeza, inclinada hacia la derecha, pasa por sobre la cabeza del ángel del centro (Revelación) y gira siguiendo el contorno de la cabeza del ángel que inclina su frente hacia la izquierda (Destino), desembocando en su pie izquierdo. Esto se reafirma en la curva del árbol de la vida (Cruz) que está detrás del ángel central, no obstaculizada por la vertical del edificio (tienda, casa, templo, iglesia), que le da mayor agilidad y libertad, y es claramente perceptible en la inclinación de la roca (montaña, Sinaí-Tabor). Las líneas cóncavas hablan de la acogida del otro, de olvido de sí, del amor y la misericordia hacia el mundo.
Esta teología expresada en el círculo, no admite otro armazón que el Trinitario, lo que se reafirma por el nimbo de cada uno, en el círculo de sus cabellos, y en los contornos de los objetos: tronos, escalones, roca, casa, que forman un octógono, símbolo del Octavo Día, la Patria trinitaria.
La circularidad del único Amor conforma un triángulo, que se convierte no sólo en la base de la composición, sino que también reaparece en el espacio del suelo bajo la mesa, ya que la creación es trinitaria, y en la forma de la copa, porque la historia es trinitaria. Y si tenemos en cuenta que los hombres y las comunidades también llevamos en nosotros la huella de la trinidad, podemos afirmar que todo habla y dice la Trinidad, y que la Trinidad es la fuente y el culmen de todo.
La cruz se hace misteriosamente visible, delineada por el travesaño vertical del árbol, el ángel central, la copa y el rectángulo, el travesaño horizontal esta formado por las cabezas de los otros ángeles, que es la base del triángulo invertido. No hay círculo sin cruz, ni vida eterna sin muerte. El círculo, el triángulo y la cruz no se pueden separar. La Cruz es la historia trinitaria de Dios y del hombre. El relato del Misterio Pascual, es el relato de la Trinidad, la narración del Amor[4]. La Cruz en el Triangulo dice el Circulo, es la declaración de amor de Dios por el hombre y rostro de su corazón misericordioso. La razón por la que Dios nos ama tanto, es que Dios es en sí mismo Amor[5].
Como dice Forte en la citada carta:

“Ahí está el centro y el corazón del mensaje cristiano, ahí el manantial, el regazo y la meta de todo lo que existe: ¡Dios es amor!... Si Dios es amor, resulta fácil entender como no puede ser soledad en sí mismo: para que haya una relación de amor es necesario que sean al menos dos… Dios amor es por tanto alguien que ama siempre y alguien que siempre es amado y responde al amor; es un eterno Amante y un eterno Amado. Aquel que ama desde siempre es la fuente del amor: él no está nunca cansado de comenzar a amar y ama por la sola dicha de amar. Dios Padre existe en el amor, infinitamente libre y generoso en el amar, y no tiene ningún otro motivo para amar que el mismo amor: “Dios no nos ama porque seamos buenos y hermosos, sino que nos hace buenos y bellos porque nos ama” (San Bernardo). El otro, el eterno Amado, es Aquel que acoge desde siempre el amor: es el eterno agradecimiento, la gracia sin principio ni fin, el Hijo. Cuando el Hijo se hace hombre, se une a cada uno de nosotros: por eso el Padre, amándole, ama a cada uno de nosotros que estamos unidos a Él, amados en el Amado, hechos capaces de recibir el amor, que es la vida eterna de Dios. El amor perfecto, no obstante, no se cierra en el “abrazo” de dos… El Padre y el Hijo viven un amor tan rico y fecundo que les dirige hacia una Tercera Persona divina, el Espíritu Santo. El Espíritu es Aquel en el que Su amor está siempre abierto a darse, a “salir de si”: por esto el Espíritu es llamado don de Dios, fuente viva del amor, fuego que enciende en nosotros la capacidad de devolver el amor con amor. Y por eso aletea sobre la creación en el primer amanecer del mundo y sobre la nueva creación, de la que es signo y promesa la Iglesia, en el día de la Pentecostés. Luego, en cuanto es el Amor recibido por el Hijo y dado por el Padre, el Espíritu es también el vínculo del amor eterno, la unidad y la paz del Amante y del Amado. En el Espíritu todos somos abrazados por el amor que une, libera y salva… Esta eterna historia de amor ha sido narrada en el signo supremo del abandono de Jesús en la Cruz: la Cruz es la historia del eterno Amante, el Padre, que entrega a Su Hijo por nosotros; del eterno Amado, el Hijo, que se entrega a la muerte por amor nuestro; y del Espíritu Santo, el amor eterno que les une y les abre al don de ellos a nosotros, haciéndonos partícipes de la vida divina. Estos Tres son uno: no tres amores, sino uno único, eterno e infinito amor, el único Dios que es amor. Se puede decir entonces que “ves la Trinidad, si ves el amor” (San Agustín)…”.

Pedro Edmundo Gómez, osb.



[1] San Agustín de Hipona, De Trinitate, 8, 8, 12; 10, 14.
[3] Bruno Forte, Trinidad como historia, p. 15s.
[4] Cf. Trinidad como historia, pp. 91-156.
[5] Cf. Bruno Forte, “El "Dios Trinidad" y el misterio de la Cruz”, Roma, 2002.