“En verdad ves a la Trinidad, si ves…
el Amante, el Amado y el Amor”
San Agustín[1]
En este encuentro “Iconos: Miradas de
Misericordia” queremos contemplar en el icono de la santa Trinidad el Amor y
ser mirados por su Misericordia. Dicho de otro modo, deseamos ser introducidos en
ese cruce de miradas de amor y misericordia entre “los tres Ángeles que se
aparecen a Abraham en el encinar de Mambré y que eran uno, escogidos como
figura de las tres Personas divinas que acogen a los hombres en el círculo de
su amor…”[2].
El obispo y teólogo italiano Bruno Forte
en la parte conclusiva de su Carta sobre
la Trinidad hace la siguiente invitación, que nos servirá a nosotros de
introducción:
“Intenta ponerte… ante el icono en el
que los tres Ángeles te llaman a entrar en el diálogo divino del amor: disponte
a escuchar la declaración de amor de Dios. Busca unirte al Hijo amado,
abandonado y resucitado a la vida por ti, y de sentir el amor del Padre que te
arrulla y el Espíritu que te une a Jesús y en Él al Padre. Es una experiencia
bellísima la de sentirse amado de Dios: entonces, rodeado por el amor de los
Tres entenderás que Dios Amor no es una palabra vacía… ¿Quieres probarlo
también tú? Pídelo a Dios así: Dios tres veces Santo, Trinidad divina, ayúdame
a confesar con los labios y el corazón la infinita belleza de Tu amor: de Ti
Padre, eterno Amante de quien proviene todo don perfecto, de Ti Hijo, eterno
Amado que todo lo recibes y todo lo das, de Ti Espíritu Santo, Amor recibido y
donado, vínculo de la caridad eterna y éxtasis del eterno don. En Ti, Trinidad
Santa, quisiera esconderme, para ser amado en el Amado y aprender a amar a
quien en la humilde fidelidad del tiempo y por siempre en el día del amor que
no muere. ¡Amén! ¡Aleluya!
I.
Abraham en la Theofania (Gn 18,1-16) hospeda (Philoxenia) a los que lo
cobijan. El icono representa y presencia a la Trinidad ad intra (Amor) y ad extra (Misericordia),
Theologia y Oikonomia. Contiene pues
tres planos superpuestos e íntimamente relacionados: Theofania, Oikonomia y Theologia, somos conscientes de que
estamos “balbuceando tan solo palabras de amor sobre el misterio santo del que
venimos en el que nos movemos y existimos y hacia el cual vamos en el camino del
tiempo… en retorno a la patria trinitaria”[3].
Rublev era un artista teólogo que expresa con símbolos su fe, la
doctrina del Dios Uno y Trino queda expuesta mediante un círculo que encierra
un triángulo y propone una cruz.
Las figuras siguen y configuran el trazado del círculo, todos los
elementos contribuyen a dar relieve a la circularidad, símbolo de la plenitud
del infinito, del misterio de Dios. Un movimiento circular, sugerido por las
miradas, por el juego de las manos y por la inclinación de las cabezas,
“movimiento inmóvil” (Pseudo Dionisio) de la Trinidad a la Trinidad. La
curva envolvente arranca de los pies del ángel a la izquierda (Origen), y sube,
arqueándose, por la línea del hombro y la cabeza, inclinada hacia la derecha,
pasa por sobre la cabeza del ángel del centro (Revelación) y gira siguiendo el
contorno de la cabeza del ángel que inclina su frente hacia la izquierda
(Destino), desembocando en su pie izquierdo. Esto se reafirma en la curva del
árbol de la vida (Cruz) que está detrás del ángel central, no obstaculizada por
la vertical del edificio (tienda, casa, templo, iglesia), que le da mayor
agilidad y libertad, y es claramente perceptible en la inclinación de la roca (montaña,
Sinaí-Tabor). Las líneas cóncavas hablan de la acogida del otro, de olvido de
sí, del amor y la misericordia hacia el mundo.
Esta teología expresada en el círculo,
no admite otro armazón que el Trinitario, lo que se reafirma por el nimbo de cada uno, en el círculo de sus cabellos, y
en los contornos de los objetos: tronos, escalones, roca, casa, que forman un
octógono, símbolo del Octavo Día, la Patria trinitaria.
La circularidad del único Amor conforma un triángulo, que se convierte
no sólo en la base de la composición, sino que también reaparece en el espacio
del suelo bajo la mesa, ya que la creación es trinitaria, y en la forma de la
copa, porque la historia es trinitaria. Y si tenemos en cuenta que los hombres
y las comunidades también llevamos en nosotros la huella de la trinidad,
podemos afirmar que todo habla y dice la Trinidad, y que la Trinidad es la
fuente y el culmen de todo.
La cruz se hace misteriosamente visible, delineada por el travesaño
vertical del árbol, el ángel central, la copa y el rectángulo, el travesaño
horizontal esta formado por las cabezas de los otros ángeles, que es la base
del triángulo invertido. No hay círculo sin cruz, ni vida eterna sin muerte. El
círculo, el triángulo y la cruz no se pueden separar. La Cruz es la historia
trinitaria de Dios y del hombre. El relato del Misterio Pascual, es el
relato de la Trinidad, la narración del Amor[4]. La Cruz en el Triangulo dice el Circulo, es la
declaración de amor de Dios por el hombre y rostro de su corazón misericordioso.
La razón por la que Dios nos ama tanto, es que Dios es en sí mismo Amor[5].
Como dice Forte en la citada carta:
“Ahí está el centro y el corazón del
mensaje cristiano, ahí el manantial, el regazo y la meta de todo lo que existe:
¡Dios es amor!... Si Dios es amor, resulta fácil entender como no puede ser
soledad en sí mismo: para que haya una relación de amor es necesario que sean
al menos dos… Dios amor es por tanto alguien que ama siempre y alguien que
siempre es amado y responde al amor; es un eterno Amante y un eterno Amado.
Aquel que ama desde siempre es la fuente del amor: él no está nunca cansado de
comenzar a amar y ama por la sola dicha de amar. Dios Padre existe en el amor,
infinitamente libre y generoso en el amar, y no tiene ningún otro motivo para
amar que el mismo amor: “Dios no nos ama porque seamos buenos y hermosos, sino
que nos hace buenos y bellos porque nos ama” (San Bernardo). El otro, el eterno
Amado, es Aquel que acoge desde siempre el amor: es el eterno agradecimiento,
la gracia sin principio ni fin, el Hijo. Cuando el Hijo se hace hombre, se une
a cada uno de nosotros: por eso el Padre, amándole, ama a cada uno de nosotros
que estamos unidos a Él, amados en el Amado, hechos capaces de recibir el amor,
que es la vida eterna de Dios. El amor perfecto, no obstante, no se cierra en
el “abrazo” de dos… El Padre y el Hijo viven un amor tan rico y fecundo que les
dirige hacia una Tercera Persona divina, el Espíritu Santo. El Espíritu es
Aquel en el que Su amor está siempre abierto a darse, a “salir de si”: por esto
el Espíritu es llamado don de Dios, fuente viva del amor, fuego que enciende en
nosotros la capacidad de devolver el amor con amor. Y por eso aletea sobre la
creación en el primer amanecer del mundo y sobre la nueva creación, de la que
es signo y promesa la Iglesia, en el día de la Pentecostés. Luego, en cuanto es
el Amor recibido por el Hijo y dado por el Padre, el Espíritu es también el
vínculo del amor eterno, la unidad y la paz del Amante y del Amado. En el
Espíritu todos somos abrazados por el amor que une, libera y salva… Esta eterna
historia de amor ha sido narrada en el signo supremo del abandono de Jesús en
la Cruz: la Cruz es la historia del eterno Amante, el Padre, que entrega a Su
Hijo por nosotros; del eterno Amado, el Hijo, que se entrega a la muerte por
amor nuestro; y del Espíritu Santo, el amor eterno que les une y les abre al
don de ellos a nosotros, haciéndonos partícipes de la vida divina. Estos Tres
son uno: no tres amores, sino uno único, eterno e infinito amor, el único Dios
que es amor. Se puede decir entonces que “ves la Trinidad, si ves
el amor” (San Agustín)…”.
Pedro Edmundo Gómez, osb.
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