II.
Cada ángel en el icono tiene su propia postura y colorido, pero no
están separados entre sí, sino que están indisolublemente unidos por medio de
la reciprocidad de la luz. Los colores se mezclan y revelan así la luz, la
unidad, la
vida y el dinamismo en la
distinción-relación de las Personas. Tres personas que deben contemplarse en
la propiedad específica de cada una, teniendo siempre presente que uno y único
es el Dios amor, que es comunión de los Tres, el Amante, el Amado y el Amor
recibido y donado.
La unidad del Dios vivo, su luz, es el
vivir el uno en el darse/recibirse recíproco y total de los Tres. Es por su
eterno y recíproco darse, que cada uno vuelve a encontrarse a sí mismo “perdiéndose”,
reflejándose en el Otro. Una unidad que es perijóresis, recíproco estar el uno
en el otro iluminándose, recíproco moverse de sí al otro, del otro restituido a
sí mismo. Y esto a un nivel tan profundo que es la esencia de los Tres. Dios es
Amor, el Amor es la Luz, en su Luz vemos el Amor.
El ángel de la derecha representaría al Padre, “El Silencio eterno”[1]
está sentado y mira hacia los otros dos; el
pecho y la cabeza están en posición erguida, signo de dignidad, irradia
hieratismo y omnipotencia. Por una parte se muestra inmóvil, perfecto,
principio estático de eternidad, y al mismo tiempo, en un contraste notable, en
movimiento, apoya la pierna izquierda en la tierra, mientras que la derecha se
halla ligeramente levantada y con la mano derecha en movimiento, principio
dinámico de la creación y la historia, bendice a los otros dos. Silencio que se
dice en relación a la Palabra y mora en la Palabra. Palabra que lleva las
llagas del Silencio.
El ángel del centro, sentado en posición frontal al espectador, como
“Revelación/Mediación” en la historia del Silencio, representaría al Hijo, “la
Palabra eterna”[2];
inclina ligeramente la cabeza hacia el Padre con una actitud de reverencia,
acogida, escucha y obediencia. La Palabra es escucha del Silencio. Su posición
es más cercana al Padre que al tercer ángel, sus alas se hallan en una parcial
superposición, signo de su comunión e intimidad. Su mano derecha está en acto
de bendecir tanto al tercer ángel como hacia la copa, indicando que está
dispuesto a ofrecerse en sacrificio. El Padre, cuyo rostro expresa un cierto
dolor, está animándolo a la entrega. Tenemos aquí la suprema imagen de la
inmolación que puede hacer el amor: un padre destina a su hijo a la muerte,
pero Rublev no se detiene ahí, ha pintado al mismo tiempo el acto de obediencia
más completo: el hijo acepta el sacrificio; es la Palabra del Silencio, que
remite a su Origen y a su fecundo Reposo, se pronuncia en el abandono y la
confianza para el Encuentro.
Partiendo del evento pascual se puede
contemplar a la Trinidad en su comunicarse al hombre como origen, presente y
futuro de la historia[3].
Así la Cruz es de alguna manera “narración” de la Trinidad, el Padre envía a su
Hijo con la misión de entregar su Espíritu, lo cual es cumplido plenamente en
el amor del Espíritu Santo, en el acontecimiento de la Cruz están implicadas
las tres Personas divinas. La Cruz es la historia del Hijo eterno que es
entregado a la muerte por su Padre, y sufriendo nos ha revelado y regalado su
infinito Amor. La Trinidad es una confesión de fe pascual y soteriológica[4].
El último ángel representaría al Espíritu Santo, sentado y
visiblemente inclinado hacia los otros dos, porque es “el Encuentro eterno”[5],
“cumplimiento” de la historia y “encuentro en la historia”, que parece estar
mirando la copa. Su postura es como intermedia entre la del Padre y la del
Hijo, es la comunión de ambos, así como “en la hora pascual une al Padre y al
Hijo, y en el Hijo a los pecadores”[6].
El Espíritu es la unidad en la distinción del Silencio y la Palabra, es
Comunicación. El movimiento de su pierna izquierda parece indicar que está por
ponerse en camino, porque es éxodo, éxtasis y don. Su mano extendida parece
cubrir, proteger, incubar, según el relato de la creación al modo de la paloma
que extiende sus alas (Gn 1, 2; Mc 1, 10).
El icono de la Trinidad presenta el juego eterno y temporal, del
Silencio, la Palabra y el Encuentro, del Origen, el Sentido y la Morada, del
mundo, la historia y el hombre. Decía Benedicto
XVI en Caritas in veritate 54:
“…La
Trinidad es absoluta unidad, en cuanto las tres Personas divinas son
relacionalidad pura. La transparencia recíproca entre las Personas divinas es
plena y el vínculo de una con otra total, porque constituyen una absoluta
unidad y unicidad. Dios nos quiere también asociar a esa realidad de comunión:
«para que sean uno, como nosotros somos uno» (Jn 17,22). La Iglesia es signo e
instrumento de esta unidad. También las relaciones entre los hombres a lo largo
de la historia se han beneficiado de la referencia a este Modelo divino. En
particular, a la luz del
misterio revelado de la Trinidad, se comprende que la verdadera apertura no
significa dispersión centrífuga, sino compenetración profunda. Esto se
manifiesta también en las experiencias humanas comunes del amor y de la verdad…”.
Pedro Edmundo Gómez, osb.
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