III.
Dejando de lado la rica simbólica de los colores
y los vestidos, centremos nuestra atención en la mesa/altar, sobre ella reposa
una copa/cáliz que contiene la cabeza del ternero inmolado por Abraham, o del
carnero que sustituyó a Isaac (Gn 21,
13), prefiguraciones del cordero (Jn
19, 36; 1 Co 5, 7). El sacrificio
realizado en la historia, ahora está presente ante Dios y es el motivo de la
bendición del mundo y del envío del Espíritu. La copa está ubicada en el
corazón de una copa más grande que dibujan los dos ángeles laterales.
Jean Corbon en su libro Liturgia
Fontal nos introduce en el misterio de la mesa/altar:
“El altar es también símbolo de la mesa
del banquete, de la hospitalidad divina a donde todos los hombres están invitados.
Mientras en la Eucaristía recibimos todo al comulgar el Cuerpo y la Sangre de
Cristo, en el altar de los pobres tenemos que responder, compartir el Don
recibido, darnos nosotros mismos. Se comprende entonces que Andrej Roublëv haya
rehusado siempre pintar un cuadro del Juicio final al estilo apócrifo tan
popular en el Medioevo. Estaba demasiado en comunión con la miseria de los
hombres como para traicionar así la misericordia de su Señor. Es conocido el
fruto de su largo ayuno silencioso: el icono de
la Hospitalidad divina, donde el altar del mundo es acogido en el
corazón de la Trinidad Santa. Es el altar de los pobres donde la Pasión de Dios
se convierte en Compasión de su Iglesia por los hombres”[1].
La mesa está ocupada por tres comensales, pero queda un espacio libre.
Y este lugar tiene que ser ocupado. El icono es una invitación a la humanidad
entera a acercarse y sentarse en el banquete de misericordia que ofrecen los
Tres. Será necesario tomar la copa eucarística para entrar en el Misterio: “Si
no beben de la sangre del Hijo del Hombre...no tendrán vida en ustedes” (Jn 6, 53). En la parte frontal está el
símbolo de toda la creación: un rectángulo que contiene al interno un
rectángulo más pequeño. Es la nueva creación, renovada por la Cruz y el lugar
del reposo de los mártires en Dios (Ap
6, 9-11). Invitados a participar en el diálogo divino, a entrar en el pequeño
rectángulo abierto, el lugar es estrecho (Lc
13, 24), porque el camino es el sufrimiento, la debilidad, el límite, la
renuncia (Ap 2, 8), y la puerta (Jn 10, 9) es la cruz (Mt 16,24) del testimonio, en el don de
sí mismo a Dios y a la misericordia con los demás.
El icono habla de la
Oikonomia en su
dimensión cristológica. Cada ángel está en sus propios pensamientos, pero
comparten entre sí la misma preocupación, están en santa y silenciosa conversación,
el tema de la misma es quizás el texto de Juan: “Sí, Dios amó tanto al mundo,
que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en él no muera, sino que
tenga vida eterna” (3,16), el tema del diálogo divino es la Misericordia. El
icono proclama la ofrenda de Cristo, que es obra de la Trinidad. El
Padre/Amante es el amor que crucifica, el Hijo/Amado es la cruz del amor, y el
Espíritu/Amor es el amor crucificado. La Trinidad se narra a sí misma hablando
de la Misericordia[2].
La meditación sobre el icono de la hospitalidad de Abraham se ha
transformado en una contemplación silenciosa del Dios Amor que se ha aproximado
misericordiosamente al hombre (Jn 1,
14). La narración prefigura la misión divina a través de la cual, el Padre nos
envía a su Hijo único para ser sacrificado por nosotros (Jn 1, 29), y darnos una nueva vida por el Espíritu. Pablo nos dice
que el verdadero descendiente prometido a Abraham es Cristo (Ga 3,16), los Tres vienen, a anunciarle
a Abraham y, a través de él, a toda la humanidad, el nacimiento de Cristo,
quien salvará al mundo por su anonadamiento amoroso (Fil 2, 6-11) en la Cruz, posibilitando el retorno a la Patria
trinitaria.
Los peregrinos hospedados revelan a los que los hospedan la promesa: Hijo
y Reino. En ese momento, la distinción entre el que hospeda y los que son
hospedados se desvanece en el reconocimiento de la unidad de una alianza y de
una promesa-bendición para los ancianos extranjeros y estériles. Por eso
decimos que en
verdad ves a la Trinidad, si ves al Amor y eres mirado por la Misericordia.
Concluimos con la palabra del Papa
Francisco en Misericordiae vultus 2 y 8:
“Siempre tenemos necesidad de contemplar
el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es
condición para nuestra salvación. Misericordia: es la palabra que revela el
misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo
con el cual Dios viene a nuestro encuentro…. Misericordia: es la vía que une
Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados no
obstante el límite de nuestro pecado… Con la mirada fija en Jesús y en su
rostro misericordioso podemos percibir el amor de la Santísima Trinidad. La
misión que Jesús ha recibido del Padre ha sido la de revelar el misterio del
amor divino en plenitud. «Dios es amor» (1 Jn 4,8.16), afirma por la primera y
única vez en toda la Sagrada Escritura el evangelista Juan… Un amor que se dona
y ofrece gratuitamente…”.
Si, en actitud orante, contemplamos el
icono de la santa Trinidad, veremos al Amante, al Amado y al Amor, y seremos
vistos por el misterio de la misericordia, porque verdaderamente los iconos son
miradas de Misericordia para el hombre de hoy. En esta contemplación no sólo
“miramos” al Dios Trino y Uno, que mora dentro de nosotros, sino que aceptamos
como don su propia mirada, y “en Dios, mirar es compadecerse”[3]. Somos
mirados por su Misericordia y, aprendemos a mirar, y a mirarnos, en los ojos
del Padre, con los ojos del Hijo, por los ojos del Espíritu, “la contemplación –escribe
Benedicto XVI- tiende a crear en nosotros una visión sapiencial, según Dios, de
la realidad y a formar en nosotros «la mente de Cristo» (1 Co 2,16)” (Verbun Domini 87), y su corazón
misericordioso, para tener “los mismos sentimientos que Cristo” (Flp 2,5).
Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu
Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.
Amén.
Pedro Edmundo Gómez, osb.
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