“Es,
sobre todo, un combate,
un
cuerpo a cuerpo con el Libro,
ese
Libro que es en su totalidad el Libro de los combates del Señor;
más
aún, que no es otra cosa que el Verbo de Dios,
Jesús,
hijo de María…
Lucha
larga y dura,
de la
que se sale siempre victorioso,
pero
herido, cojo para siempre.
Lucha
que no se acaba sino en las lágrimas y la oración…
Dulce
combate, más agradable que toda paz.
Lucha
hermosísima,
la del
lector empeñado en vencer las resistencias de la Palabra de Dios”
(Ruperto de
Deutz, citado por H. de Lubac)
Del Libro del Génesis 32,
23-33:
“Aquella misma noche Jacob se levantó, tomó a sus dos esposas, a sus dos
sirvientas y a sus once hijos, y los hizo cruzar el vado de Yaboc. A todos los
hizo pasar al otro lado del torrente, y también hizo pasar todo lo que traía
con él. Y Jacob se quedó solo. Entonces alguien luchó con él hasta el amanecer.
Este, viendo que no lo podía vencer, tocó a Jacob en la ingle, y se dislocó la
cadera de Jacob mientras luchaba con él. El otro le dijo: «Déjame ir, pues ya
está amaneciendo». Y él le contestó: «No te dejaré marchar hasta que no me des
tu bendición». El otro, pues, le preguntó: «¿Cómo te llamas?». El respondió:
«Jacob». Y el otro le dijo: «En adelante ya no te llamarás Jacob, sino Israel,
o sea Fuerza de Dios, porque has luchado con Dios y con los hombres y has
salido vencedor». Entonces Jacob le hizo la pregunta: «Dame a conocer tu
nombre». Él le contestó: «¿Mi nombre? ¿Para qué esta pregunta?». Y allí mismo
lo bendijo. Jacob llamó a aquel lugar Penuel, o sea Cara de Dios, pues dijo:
«He visto a Dios cara a cara y aún estoy vivo». El sol empezaba a dar fuerte
cuando cruzó Penuel, y él iba cojeando a causa de su cadera. Por esta razón los
hijos de Israel no comen, hasta el día de hoy, el nervio del muslo, porque tocó
a Jacob en la ingle, sobre el nervio del muslo”.
La Sagrada Escritura nos
propone este texto “misterioso” para la lectio
divina, deberemos descalzarnos para entrar en él, por eso seguiremos las
huellas de una catequesis de S. S. Benedicto XVI[1], de la
serie sobre la oración, a la cual haremos algunos comentarios, para poder
permanecer en él y orar con él, esperando que Dios nos venza y bendiga, nos
toque y nos muestre su rostro.
“Queridos hermanos y
hermanas, hoy quisiera detenerme con vosotros en un texto del Libro del Génesis
que narra un episodio un poco especial de la historia del Patriarca Jacob. Es
un fragmento de difícil interpretación, pero importante en nuestra vida de fe y
de oración; se trata del relato de la lucha con Dios en el vado de Yaboq, del
que hemos escuchado un trozo”.
Dos ideas de esta introducción: a) “es un fragmento de
difícil interpretación”, y b) “importante para nuestra vida de fe y oración”.
“Por su importancia y por sus enigmas. Es un tema que fascina al teólogo
contemplativo y al espíritu religioso; es un enigma que enardece al
investigador”[3].
Según algunos el autor, posiblemente yahvista, quiere decir sin propasarse,
quiere revelar velando, para eso retoma materiales populares-folclóricos
(demonio del vado, nervio ciático) y algunos elementos de tradición elohista;
el texto muestra una sedimentación sucesiva en la historia de su redacción; por
eso se han propuesto diversas lecturas (diacrónica y sincrónica).
Como los protagonistas tienen más de un nombre (“alguien”/Dios, Jacob/Israel),
las palabras más de un significado y las preguntas dan lugar a preguntas en
lugar de respuestas, algunos sugieren que es mejor dejarse impresionar por los
símbolos.
Laban, el suegro engañador y estafado, ha partido, y Esaú, el hermano
engañado y enojado, no ha llegado aún. El protagonista tiene que dar el paso de
las tierras arameas a las cananeas, debe regresar a la tierra de sus padres
(Cf. 2 Co 5, 17); lo que implica
cruzar el Yaboc, “río azul” de Galaad tributario del Jordán, una fuente
bautismal, la clave Pascual se refuerza por las indicaciones temporales: noche
– aurora – día. Se producen en realidad dos peleas: una, cuerpo a cuerpo, y la otra,
palabra a palabra (Jacob “cuenta con una lengua muy expedita para salir de
apuros”[4]).
Hasta se podría pensar que el episodio forma un díptico con el relato de Betel
(Cf. Gn 28, 10-22), como se puede ver
en la iluminación medieval que se encuentra al final.
Se nos narra aquí una experiencia fundamental (humana y religiosa), por
eso como señala Gianfranco Ravasi tiene gran influencia en la cultura
contemporánea:
“El poeta ruso Maiakovski considera este encuentro nocturno de Jacob como
una parábola de su búsqueda y su rechazo personal. La lucha es para él
expresión del ateísmo irónico, agresivo: «Es archisabido: entre Dios y yo existen muchísimos
desacuerdos», escribe. Pero, al
mismo tiempo, aflora una certeza y una presencia: «Aquí vive el soberano de todo, mi
rival, mi insuperable enemigo».
Es, por supuesto, diferente el sentido del relato para el Jacob (París 1970) del poeta cristiano francés Pierre Emmanuel: «Para que el resultado del combate no
ofrezca dudas, es preciso que Dios no pueda nada frente al hombre y el hombre
lo pueda todo frente a Dios. Y así, Dios lucha en forma de hombre, teniendo
como único atributo de majestad nuestro sello real, la faz humana». El escritor contemporáneo marroquí
de lengua francesa Tahar Ben Jelloun usa en filigrana la narración bíblica en
su Criatura de arena para señalar el
encuentro entre el protagonista y un espíritu misterioso. El teólogo H. Cox
observa, por su parte, que «el
nombre, es decir, la realidad del nuevo pueblo, Israel, no se configura ya
sobre la base de la fidelidad, sino más bien en razón de la lucha con
Elohim-Dios»…”[5].
Un encuentro con Dios, consigo mismo y con el hermano, en un juego de
relaciones que se tensan y trenzan. ¿Por cuál hilo empezar? La fraternidad
traicionada y restablecida es la clave de lectura del Génesis. Dos textos bíblicos confirmarían esta perspectiva:
“En el vientre suplantó a su
hermano, siendo adulto luchó contra Dios, luchó con un ángel y lo venció. Lloró
y alcanzó misericordia; en Betel lo encontró y allí habló con él: «El Señor,
Dios de los ejércitos, su nombre es El Señor». Y tú, conviértete a tu Dios,
practica la lealtad y la justicia, espera siempre en tu Dios” (Os 12, 4-7);
“Lo defendió de sus enemigos y lo
puso a salvo de sus asechanzas le dio la victoria en la dura batalla, para que
supiera que la piedad es más fuerte que nada” (Sb 10, 12).
(C. S. Lewis en Los cuatro amores
escribe con mucha penetración:
“Examinemos igualmente la frase:
‘Yo he amado a Jacob y, en cambio, he odiado
a Esaú (Malaquías 1,2-3). ¿Cómo se presenta en la historia real esa cosa
llamada ‘odio’ de Dios por Esaú? No, de ningún modo, como podríamos esperarlo.
No hay, por supuesto, base alguna para suponer que Esaú tuvo un mal fin y que
perdió su alma; en el Antiguo Testamento, aquí y en otras partes, no tiene nada
que decir respecto a tales puntos. Y, por lo que se nos cuenta, la vida terrena
de Esaú fue, de todos puntos de vista corrientes, bastante más bendita que la
de Jacob. Es Jacob quien sufre todos los desengaños, humillaciones, terrores y
desgracias; pero tiene algo que Esaú no tiene: es un patriarca. Entrega a su
sucesor la tradición hebraica, transmite la vocación y la bendición, llega a
ser un antepasado de Nuestro Señor. El ‘amor’ a Jacob parece que significa la
aceptación de Jacob para una elevada, y dolorosa, vocación; el ‘odio’ a Esaú,
su repudio: es ‘rechazado’, no consigue ‘tener éxito’, es considerado no apto
para ese propósito divino. Así pues, en último término, debemos rechazar o
descalificar lo que para nosotros sea lo más próximo y querido cuando eso se
interponga entre nosotros y nuestra obediencia a Dios…”[6].)
II. Relaciones difíciles e
importantes
“Como recordaréis, Jacob
le había quitado a su gemelo Esaú la primogenitura, a cambio de un plato de
lentejas y después recibió con engaños la bendición de su padre Isaac, que en
ese momento era muy anciano, aprovechándose de su ceguera. Huido de la ira de
Esaú, se refugió en casa de un pariente, Labán; se había casado, se había
enriquecido y volvía a su tierra natal, dispuesto a enfrentar a su hermano,
después de haber tomado algunas prudentes medidas. Pero cuando todo está
preparado para este encuentro, después de haber hecho que los que estaban con
él, atravesasen el vado del torrente que delimitaba el territorio de Esaú,
Jacob se queda solo, y es agredido por un desconocido con el que lucha toda la
noche. Esta lucha cuerpo a cuerpo -que encontramos en el capítulo 32 del Libro
del Génesis- se convierte para él en una singular experiencia de Dios”.
Aquí se sintetiza la prehistoria del relato: las relaciones
fraterno-filiales de Jacob. La relación con Esaú es desde la concepción
conflictiva y así cuando:
“Crecieron los chicos. Esaú se
hizo experto cazador, hombre agreste, mientras que Jacob se hizo honrado
beduino. Isaac prefería a Esaú porque le gustaban los platos de caza. Rebeca
prefirió a Jacob. Un día que Jacob estaba guisando un potaje, volvió Esaú
agotado del campo. Esaú dijo a Jacob: Déjame tragar de eso pardo, que estoy
agotado. (Por eso le llaman Edom=Pardo/rojo). Respondió Jacob: -Si me vendes
ahora mismo tus derechos de primogenitura. Esaú replicó: -Yo estoy que me
muero: ¿qué me importan los derechos de primogénito? Dijo Jacob: Júramelo ahora
mismo. Se lo juró y vendió a Jacob sus derechos de primogénito. Jacob dio a
Esaú pan con potaje de lentejas. El comió, bebió, se alzó y se fue y así
malvendió Esaú sus derechos de primogénito” (Gn 25, 27-34).
Los hermanos son presentados como opuestos contradictorios: Esaú/caza,
Jacob/casa. Esaú/inquieto, Jacob/apacible. Esaú/padre, Jacob/madre,
simbolizando dos grupos, pueblos en conflicto (Cf. Gn 27, 27 ss). Esaú por sangre tenía la primogenitura, pero Jacob
la tendrá por gracia, porque su madre había recibido la profecía de que el
mayor serviría al menor (Cf. Gn 25,
23), porque a veces el segundo, el último, es el elegido por Dios (Abel, Gedeón,
David, Salomón…). Al primogénito le correspondía: doble parte en la herencia
paterna, primacía sobre los hermanos, ejercicio del sacerdocio y privilegio de
transmitir las divinas promesas, por eso al vender su derecho Esaú se convierte
en profanador (Cf. Hb 12, 16), porque
no reconoce, no valora y renuncia a los dones de Dios, cambia la primogenitura
por un guiso.
Y la relación de Jacob con su
padre no es menos problemática:
“Cuando Isaac se hizo viejo y
perdió la vista, llamó a Esaú, su hijo mayor, y le dijo: - ¡Hijo mío! Le
contestó: - Aquí estoy. Le dijo: -Mira, ya estoy viejo y no sé cuándo voy a
morir. Así que toma tu aparejo, arco y aljaba, y sal a descampado a cazarme
alguna pieza. Después me la guisas como a mí me gusta y me la traes para que la
coma. Pues quiero darte mi bendición antes de morir. Rebeca escuchaba lo que
Isaac decía a su hijo Esaú. Esaú salió a descampado a cazar y traer alguna
pieza. Rebeca le dijo a su hijo Jacob: -He oído a tu padre que decía a Esaú tu
hermano: «Tráeme una pieza y guísamela, que la coma; pues quiero bendecirte en
presencia del Señor antes de morir». Ahora, hijo mío, obedece mis
instrucciones. Vete al rebaño, selecciona dos cabritos hermosos y se los
guisaré a tu padre como a él le gusta. Tú se lo llevarás a tu padre para que
coma y así te bendecirá antes de morir. Replicó Jacob a Rebeca su madre: -Sabes
que Esaú mi hermano es peludo y yo soy lampiño. Si mi padre me palpa y quedo
ante él como un embustero, me acarrearé maldición en vez de bendición. Su madre
le dijo: - Yo cargo con la maldición, hijo mío. Tú obedece, ve tráemelos. Él
fue, los escogió y se los trajo a su madre; y su madre los guisó como le
gustaba a su padre. Rebeca tomo el traje de su hijo mayor Esaú, el traje de
fiesta que guardaba en el arcón, y se lo vistió a Jacob, su hijo menor. Con la
piel de los cabritos le cubrió las manos y la parte lisa del cuello. Después
puso en manos de su hijo Jacob el guiso que había preparado con el pan. El
entró a donde estaba su padre y le dijo: - Padre mío. Le contestó: -Aquí estoy.
¿Quién eres tú, hijo mío? Jacob respondió a su padre: -Yo soy Esaú, tu
primogénito. He hecho lo que me mandaste. Incorpórate, siéntate y come de la
caza; y después me bendecirás. Isaac dijo a su hijo: -¡Qué prisa te has dado
para encontrarla, hijo mío! Le contestó: - Es que el Señor tu Dios me la puso
al alcance. Isaac dijo a Jacob: -Acércate que te palpe, hijo mío, a ver si eres
tú mi hijo Esaú o no. Se acercó Jacob a Isaac, su padre, el cual palpándole
dijo: - La voz es la voz de Jacob, las manos son las manos de Esaú. No le
reconoció porque sus manos eran peludas como las de su hermano Esaú. Y se
dispuso a bendecirlo. Preguntó: -¿Eres tú mi hijo Esaú? Contestó: - Lo soy». Le
dijo: -Acércame la caza, que coma; y después te bendeciré. Se la acercó y
comió, luego le sirvió vino, y bebió. Isaac, su padre, le dijo: - Acércate y
bésame, hijo mío. Se acercó y lo besó. Y al oler el aroma del traje, lo bendijo
diciendo: -Mira, el aroma de mi hijo como aroma de un campo que ha bendecido el
Señor. Que Dios te conceda roció del cielo feracidad de la tierra, abundancia
de grano y de mosto, te sirvan pueblos y te rindan vasallaje naciones. Sé señor
de tus hermanos, que te rindan vasallaje los hijos de tu madre. ¡Maldito quien
te maldiga, bendito quien te bendiga!” (Gn
27, 1-29).
Si ponemos este largo relato en paralelo con el que nos ocupa, aparecen
significativas similitudes: ceguera de Isaac y no visión nocturna de Jacob; la
lucha con la ayuda de la madre y la pelea solo; a una pregunta por su nombre
miente, se lo cambia, usurpa uno que no es el suyo, ante la misma pregunta dice
la verdad, pero se lo cambian por otro que es más propio; recibe la bendición
del padre por el fraude y la de Dios por el esfuerzo; hizo trampa, echó una
zancadilla, ya antes había agarrado el talón de su hermano, y le echan una
llave, le tocan el muslo y queda rengo.
Es también curioso el papel de la comida en estas relaciones. El padre pide
una comida a su gusto para morir contento, mientras el hermano la pide para no
morir de hambre. El guiso del padre es preparado por la madre y el hijo, y el
de Esaú era el que iba a comerse Jacob.
Las relaciones se entrelazan generando conflictos. La mala relación paterna
engendra una mala relación fraterna. Jacob está herido por su padre y teme a su
hermano, pero debe retornar a su casa, después de veinte años de
ausencia-autoexilio. Siente miedo por la incertidumbre, ante la posible
venganza. Es un soñador insignificante porque vive de y en los sueños de los
otros. Cela y envidia a su hermano, es sobreprotegido y asfixiado por su madre.
Tiene una primogenitura comprada y una bendición robada. Está pasando por la
gran crisis, la crisis de los cuarenta, la mitad de la vida, la crisis de la
experiencia de Dios. (“…pasará aún por pruebas muy duras: primero, la
esterilidad de Raquel; después de la deshonra de Dina, su hija, la perdida de
José, su preferido; de Simeón, de Benjamín. A este Jacob tan humano, tan
excesivamente humano, lo sentimos muy cerca de nosotros. Abraham y Moisés son
demasiados grandes”[7]).
Jacob temiendo el encuentro con su hermano pasa de urdir planes (conducta
demasiado humana) a orar (confiar en el Dios de las promesas), pero será una
lucha y un diálogo, que estaba totalmente fuera de sus planes, la que le
posibilitará dar el paso de la huida al encuentro, del miedo al temor y de este
al amor, o mejor dicho, de la angustia a la confianza.
“Jacob lleno de miedo y angustia,
dividió en dos caravanas su gente, sus ovejas, vacas y camellos, calculando: si
Esaú ataca una caravana y la destroza se salva la otra… Pasó allí la noche.
Después, de lo que tenía a mano escogió presentes para su hermano Esaú… Los
regalos pasaron delante; él se quedó aquella noche en el campamento. Todavía de
noche se levantó, tomó a sus dos mujeres/esposas (Lía, la mayor, fea-fecunda,
no amada, y Raquel, la menor, hermosa-infecunda, amada, envidiosa), las dos
criadas (Zilpa y Bilha) y los once hijos y cruzo el vado del Yaboc. A ellos y a
cuanto tenía los hizo pasar el río” (Gn
32, 8-9. 14. 22-24).
Jacob está dominado por el miedo y por eso actúa con doblez. Piensa
tácticas y estrategias mientras ora, reza pero desconfía. Envía primero regalos
y luego se humillará (siete postraciones) ante Esaú, pero por las dudas si eso
falla, divide para salvar algo, pero esto puede darnos pie para otra reflexión
con sabor monástico.
En Jacob podemos apreciar cómo se
encadenan y nos encadenan las
pasiones: la soberbia y el orgullo lo llevan a la envidia y los celos, estos
desencadenan la ira y el miedo, este llama a la tristeza y la angustia, que
trata de ser superada por la posesión y la avaricia… Y si tenemos en cuenta que
por el vado de Yaboc primero pasan los afectos y luego las posesiones, en pasos
sucesivos para quedarse solo (Cf. 1 Mac
5, 37-44; 16, 5 s), es posible pensar en un proceso de purificación/conversión.
Primera renuncia: la desafección (familia, amigos), y la segunda: la
desapropiación (trabajo, profesión). El relato nos hablaría de la ascesis, de
la purificación interior del patriarca, por eso en la vocación de Natanael se
nos habla del israelita sin dolo (Cf. Jn
1, 43-45).
¿Para qué se queda solo?, ¿para negociar con nuevos regalos y evitar el
combate, o pensar otra estrategia, o descansar un poco, o rezar? No lo sabemos,
pero si sabemos que ocurrirá algo que escapa a su propio proyecto, a su propia
voluntad, tercera renuncia, en la que aprenderá a ser hijo y hermano, y por eso
patriarca: “De noche en una visión, Dios dijo a Israel: -¡Jacob, Jacob!
Respondió: -Aquí estoy. Le dijo: - Yo soy, el Dios de tu padre. No temas bajar
a Egipto, porque allí te convertiré en un pueblo numeroso. Yo bajaré contigo a
Egipto y yo te haré subir…” (Gn 46,
2-4).
Pedro Edmundo Gómez, osb.
[1] Catequesis del miércoles 25 de
mayo de 2011. “El combate de Jacob en la catequesis del Papa sobre la oración”,
L’ Osservatore Romano, Año XLIII,
núm. 22, 29 de mayo de 2011, p. 12.
[2] Los títulos son nuestros y están
presentados de a pares.
[3] Luís Alonso Schöekel, ¿Dónde está tu hermano? Textos de
fraternidad en el libro del Génesis, Institución San Jerónimo 19, Valencia,
1985, p. 201
[4] Jacques Loew, En la escuela de los grandes orantes, Narcea, Madrid, p. 36.
[5] Gianfranco Ravasi, El libro del Génesis (15-20),
Herder-Ciudad Nueva, Barcelona-Madrid, 1994, p. 226-227.
[6] C. S. Lewis, Los cuatro amores, Rialp, Madrid, 2017, pp. 164-165.
[7] Jacques Loew,
op. cit., p. 36.
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