sábado, 13 de enero de 2018

La oración: “lucha cuerpo a cuerpo que se gana dejándose vencer” - Lectio de Génesis 32, 23-33 según una Catequesis de S. S. Benedicto XVI- (Primera Parte)



“Es, sobre todo, un combate,

un cuerpo a cuerpo con el Libro,

ese Libro que es en su totalidad el Libro de los combates del Señor;

más aún, que no es otra cosa que el Verbo de Dios,

Jesús, hijo de María…

Lucha larga y dura,

de la que se sale siempre victorioso,

pero herido, cojo para siempre.

Lucha que no se acaba sino en las lágrimas y la oración…

Dulce combate, más agradable que toda paz.

Lucha hermosísima,

la del lector empeñado en vencer las resistencias de la Palabra de Dios”
(Ruperto de Deutz, citado por H. de Lubac)



 


Del Libro del Génesis 32, 23-33:



“Aquella misma noche Jacob se levantó, tomó a sus dos esposas, a sus dos sirvientas y a sus once hijos, y los hizo cruzar el vado de Yaboc. A todos los hizo pasar al otro lado del torrente, y también hizo pasar todo lo que traía con él. Y Jacob se quedó solo. Entonces alguien luchó con él hasta el amanecer. Este, viendo que no lo podía vencer, tocó a Jacob en la ingle, y se dislocó la cadera de Jacob mientras luchaba con él. El otro le dijo: «Déjame ir, pues ya está amaneciendo». Y él le contestó: «No te dejaré marchar hasta que no me des tu bendición». El otro, pues, le preguntó: «¿Cómo te llamas?». El respondió: «Jacob». Y el otro le dijo: «En adelante ya no te llamarás Jacob, sino Israel, o sea Fuerza de Dios, porque has luchado con Dios y con los hombres y has salido vencedor». Entonces Jacob le hizo la pregunta: «Dame a conocer tu nombre». Él le contestó: «¿Mi nombre? ¿Para qué esta pregunta?». Y allí mismo lo bendijo. Jacob llamó a aquel lugar Penuel, o sea Cara de Dios, pues dijo: «He visto a Dios cara a cara y aún estoy vivo». El sol empezaba a dar fuerte cuando cruzó Penuel, y él iba cojeando a causa de su cadera. Por esta razón los hijos de Israel no comen, hasta el día de hoy, el nervio del muslo, porque tocó a Jacob en la ingle, sobre el nervio del muslo”.



La Sagrada Escritura nos propone este texto “misterioso” para la lectio divina, deberemos descalzarnos para entrar en él, por eso seguiremos las huellas de una catequesis de S. S. Benedicto XVI[1], de la serie sobre la oración, a la cual haremos algunos comentarios, para poder permanecer en él y orar con él, esperando que Dios nos venza y bendiga, nos toque y nos muestre su rostro.





I. Texto difícil e importante[2]



“Queridos hermanos y hermanas, hoy quisiera detenerme con vosotros en un texto del Libro del Génesis que narra un episodio un poco especial de la historia del Patriarca Jacob. Es un fragmento de difícil interpretación, pero importante en nuestra vida de fe y de oración; se trata del relato de la lucha con Dios en el vado de Yaboq, del que hemos escuchado un trozo”.



Dos ideas de esta introducción: a) “es un fragmento de difícil interpretación”, y b) “importante para nuestra vida de fe y oración”. “Por su importancia y por sus enigmas. Es un tema que fascina al teólogo contemplativo y al espíritu religioso; es un enigma que enardece al investigador”[3]. Según algunos el autor, posiblemente yahvista, quiere decir sin propasarse, quiere revelar velando, para eso retoma materiales populares-folclóricos (demonio del vado, nervio ciático) y algunos elementos de tradición elohista; el texto muestra una sedimentación sucesiva en la historia de su redacción; por eso se han propuesto diversas lecturas (diacrónica y sincrónica).

Como los protagonistas tienen más de un nombre (“alguien”/Dios, Jacob/Israel), las palabras más de un significado y las preguntas dan lugar a preguntas en lugar de respuestas, algunos sugieren que es mejor dejarse impresionar por los símbolos.

Laban, el suegro engañador y estafado, ha partido, y Esaú, el hermano engañado y enojado, no ha llegado aún. El protagonista tiene que dar el paso de las tierras arameas a las cananeas, debe regresar a la tierra de sus padres (Cf. 2 Co 5, 17); lo que implica cruzar el Yaboc, “río azul” de Galaad tributario del Jordán, una fuente bautismal, la clave Pascual se refuerza por las indicaciones temporales: noche – aurora – día. Se producen en realidad dos peleas: una, cuerpo a cuerpo, y la otra, palabra a palabra (Jacob “cuenta con una lengua muy expedita para salir de apuros”[4]). Hasta se podría pensar que el episodio forma un díptico con el relato de Betel (Cf. Gn 28, 10-22), como se puede ver en la iluminación medieval que se encuentra al final.

Se nos narra aquí una experiencia fundamental (humana y religiosa), por eso como señala Gianfranco Ravasi tiene gran influencia en la cultura contemporánea:



“El poeta ruso Maiakovski considera este encuentro nocturno de Jacob como una parábola de su búsqueda y su rechazo personal. La lucha es para él expresión del ateísmo irónico, agresivo: «Es archisabido: entre Dios y yo existen muchísimos desacuerdos», escribe. Pero, al mismo tiempo, aflora una certeza y una presencia: «Aquí vive el soberano de todo, mi rival, mi insuperable enemigo». Es, por supuesto, diferente el sentido del relato para el Jacob (París 1970) del poeta cristiano francés Pierre Emmanuel: «Para que el resultado del combate no ofrezca dudas, es preciso que Dios no pueda nada frente al hombre y el hombre lo pueda todo frente a Dios. Y así, Dios lucha en forma de hombre, teniendo como único atributo de majestad nuestro sello real, la faz humana». El escritor contemporáneo marroquí de lengua francesa Tahar Ben Jelloun usa en filigrana la narración bíblica en su Criatura de arena para señalar el encuentro entre el protagonista y un espíritu misterioso. El teólogo H. Cox observa, por su parte, que «el nombre, es decir, la realidad del nuevo pueblo, Israel, no se configura ya sobre la base de la fidelidad, sino más bien en razón de la lucha con Elohim-Dios»…[5].



Un encuentro con Dios, consigo mismo y con el hermano, en un juego de relaciones que se tensan y trenzan. ¿Por cuál hilo empezar? La fraternidad traicionada y restablecida es la clave de lectura del Génesis. Dos textos bíblicos confirmarían esta perspectiva:



“En el vientre suplantó a su hermano, siendo adulto luchó contra Dios, luchó con un ángel y lo venció. Lloró y alcanzó misericordia; en Betel lo encontró y allí habló con él: «El Señor, Dios de los ejércitos, su nombre es El Señor». Y tú, conviértete a tu Dios, practica la lealtad y la justicia, espera siempre en tu Dios” (Os 12, 4-7);

“Lo defendió de sus enemigos y lo puso a salvo de sus asechanzas le dio la victoria en la dura batalla, para que supiera que la piedad es más fuerte que nada” (Sb 10, 12).



(C. S. Lewis en Los cuatro amores escribe con mucha penetración:



“Examinemos igualmente la frase: ‘Yo he amado a Jacob y, en cambio, he odiado a Esaú (Malaquías 1,2-3). ¿Cómo se presenta en la historia real esa cosa llamada ‘odio’ de Dios por Esaú? No, de ningún modo, como podríamos esperarlo. No hay, por supuesto, base alguna para suponer que Esaú tuvo un mal fin y que perdió su alma; en el Antiguo Testamento, aquí y en otras partes, no tiene nada que decir respecto a tales puntos. Y, por lo que se nos cuenta, la vida terrena de Esaú fue, de todos puntos de vista corrientes, bastante más bendita que la de Jacob. Es Jacob quien sufre todos los desengaños, humillaciones, terrores y desgracias; pero tiene algo que Esaú no tiene: es un patriarca. Entrega a su sucesor la tradición hebraica, transmite la vocación y la bendición, llega a ser un antepasado de Nuestro Señor. El ‘amor’ a Jacob parece que significa la aceptación de Jacob para una elevada, y dolorosa, vocación; el ‘odio’ a Esaú, su repudio: es ‘rechazado’, no consigue ‘tener éxito’, es considerado no apto para ese propósito divino. Así pues, en último término, debemos rechazar o descalificar lo que para nosotros sea lo más próximo y querido cuando eso se interponga entre nosotros y nuestra obediencia a Dios…”[6].)





II. Relaciones difíciles e importantes



“Como recordaréis, Jacob le había quitado a su gemelo Esaú la primogenitura, a cambio de un plato de lentejas y después recibió con engaños la bendición de su padre Isaac, que en ese momento era muy anciano, aprovechándose de su ceguera. Huido de la ira de Esaú, se refugió en casa de un pariente, Labán; se había casado, se había enriquecido y volvía a su tierra natal, dispuesto a enfrentar a su hermano, después de haber tomado algunas prudentes medidas. Pero cuando todo está preparado para este encuentro, después de haber hecho que los que estaban con él, atravesasen el vado del torrente que delimitaba el territorio de Esaú, Jacob se queda solo, y es agredido por un desconocido con el que lucha toda la noche. Esta lucha cuerpo a cuerpo -que encontramos en el capítulo 32 del Libro del Génesis- se convierte para él en una singular experiencia de Dios”.



Aquí se sintetiza la prehistoria del relato: las relaciones fraterno-filiales de Jacob. La relación con Esaú es desde la concepción conflictiva y así cuando:



“Crecieron los chicos. Esaú se hizo experto cazador, hombre agreste, mientras que Jacob se hizo honrado beduino. Isaac prefería a Esaú porque le gustaban los platos de caza. Rebeca prefirió a Jacob. Un día que Jacob estaba guisando un potaje, volvió Esaú agotado del campo. Esaú dijo a Jacob: Déjame tragar de eso pardo, que estoy agotado. (Por eso le llaman Edom=Pardo/rojo). Respondió Jacob: -Si me vendes ahora mismo tus derechos de primogenitura. Esaú replicó: -Yo estoy que me muero: ¿qué me importan los derechos de primogénito? Dijo Jacob: Júramelo ahora mismo. Se lo juró y vendió a Jacob sus derechos de primogénito. Jacob dio a Esaú pan con potaje de lentejas. El comió, bebió, se alzó y se fue y así malvendió Esaú sus derechos de primogénito” (Gn 25, 27-34).



Los hermanos son presentados como opuestos contradictorios: Esaú/caza, Jacob/casa. Esaú/inquieto, Jacob/apacible. Esaú/padre, Jacob/madre, simbolizando dos grupos, pueblos en conflicto (Cf. Gn 27, 27 ss). Esaú por sangre tenía la primogenitura, pero Jacob la tendrá por gracia, porque su madre había recibido la profecía de que el mayor serviría al menor (Cf. Gn 25, 23), porque a veces el segundo, el último, es el elegido por Dios (Abel, Gedeón, David, Salomón…). Al primogénito le correspondía: doble parte en la herencia paterna, primacía sobre los hermanos, ejercicio del sacerdocio y privilegio de transmitir las divinas promesas, por eso al vender su derecho Esaú se convierte en profanador (Cf. Hb 12, 16), porque no reconoce, no valora y renuncia a los dones de Dios, cambia la primogenitura por un guiso.

Y la relación de Jacob con su padre no es menos problemática:



“Cuando Isaac se hizo viejo y perdió la vista, llamó a Esaú, su hijo mayor, y le dijo: - ¡Hijo mío! Le contestó: - Aquí estoy. Le dijo: -Mira, ya estoy viejo y no sé cuándo voy a morir. Así que toma tu aparejo, arco y aljaba, y sal a descampado a cazarme alguna pieza. Después me la guisas como a mí me gusta y me la traes para que la coma. Pues quiero darte mi bendición antes de morir. Rebeca escuchaba lo que Isaac decía a su hijo Esaú. Esaú salió a descampado a cazar y traer alguna pieza. Rebeca le dijo a su hijo Jacob: -He oído a tu padre que decía a Esaú tu hermano: «Tráeme una pieza y guísamela, que la coma; pues quiero bendecirte en presencia del Señor antes de morir». Ahora, hijo mío, obedece mis instrucciones. Vete al rebaño, selecciona dos cabritos hermosos y se los guisaré a tu padre como a él le gusta. Tú se lo llevarás a tu padre para que coma y así te bendecirá antes de morir. Replicó Jacob a Rebeca su madre: -Sabes que Esaú mi hermano es peludo y yo soy lampiño. Si mi padre me palpa y quedo ante él como un embustero, me acarrearé maldición en vez de bendición. Su madre le dijo: - Yo cargo con la maldición, hijo mío. Tú obedece, ve tráemelos. Él fue, los escogió y se los trajo a su madre; y su madre los guisó como le gustaba a su padre. Rebeca tomo el traje de su hijo mayor Esaú, el traje de fiesta que guardaba en el arcón, y se lo vistió a Jacob, su hijo menor. Con la piel de los cabritos le cubrió las manos y la parte lisa del cuello. Después puso en manos de su hijo Jacob el guiso que había preparado con el pan. El entró a donde estaba su padre y le dijo: - Padre mío. Le contestó: -Aquí estoy. ¿Quién eres tú, hijo mío? Jacob respondió a su padre: -Yo soy Esaú, tu primogénito. He hecho lo que me mandaste. Incorpórate, siéntate y come de la caza; y después me bendecirás. Isaac dijo a su hijo: -¡Qué prisa te has dado para encontrarla, hijo mío! Le contestó: - Es que el Señor tu Dios me la puso al alcance. Isaac dijo a Jacob: -Acércate que te palpe, hijo mío, a ver si eres tú mi hijo Esaú o no. Se acercó Jacob a Isaac, su padre, el cual palpándole dijo: - La voz es la voz de Jacob, las manos son las manos de Esaú. No le reconoció porque sus manos eran peludas como las de su hermano Esaú. Y se dispuso a bendecirlo. Preguntó: -¿Eres tú mi hijo Esaú? Contestó: - Lo soy». Le dijo: -Acércame la caza, que coma; y después te bendeciré. Se la acercó y comió, luego le sirvió vino, y bebió. Isaac, su padre, le dijo: - Acércate y bésame, hijo mío. Se acercó y lo besó. Y al oler el aroma del traje, lo bendijo diciendo: -Mira, el aroma de mi hijo como aroma de un campo que ha bendecido el Señor. Que Dios te conceda roció del cielo feracidad de la tierra, abundancia de grano y de mosto, te sirvan pueblos y te rindan vasallaje naciones. Sé señor de tus hermanos, que te rindan vasallaje los hijos de tu madre. ¡Maldito quien te maldiga, bendito quien te bendiga!” (Gn 27, 1-29).



Si ponemos este largo relato en paralelo con el que nos ocupa, aparecen significativas similitudes: ceguera de Isaac y no visión nocturna de Jacob; la lucha con la ayuda de la madre y la pelea solo; a una pregunta por su nombre miente, se lo cambia, usurpa uno que no es el suyo, ante la misma pregunta dice la verdad, pero se lo cambian por otro que es más propio; recibe la bendición del padre por el fraude y la de Dios por el esfuerzo; hizo trampa, echó una zancadilla, ya antes había agarrado el talón de su hermano, y le echan una llave, le tocan el muslo y queda rengo.

Es también curioso el papel de la comida en estas relaciones. El padre pide una comida a su gusto para morir contento, mientras el hermano la pide para no morir de hambre. El guiso del padre es preparado por la madre y el hijo, y el de Esaú era el que iba a comerse Jacob.

Las relaciones se entrelazan generando conflictos. La mala relación paterna engendra una mala relación fraterna. Jacob está herido por su padre y teme a su hermano, pero debe retornar a su casa, después de veinte años de ausencia-autoexilio. Siente miedo por la incertidumbre, ante la posible venganza. Es un soñador insignificante porque vive de y en los sueños de los otros. Cela y envidia a su hermano, es sobreprotegido y asfixiado por su madre. Tiene una primogenitura comprada y una bendición robada. Está pasando por la gran crisis, la crisis de los cuarenta, la mitad de la vida, la crisis de la experiencia de Dios. (“…pasará aún por pruebas muy duras: primero, la esterilidad de Raquel; después de la deshonra de Dina, su hija, la perdida de José, su preferido; de Simeón, de Benjamín. A este Jacob tan humano, tan excesivamente humano, lo sentimos muy cerca de nosotros. Abraham y Moisés son demasiados grandes”[7]).

Jacob temiendo el encuentro con su hermano pasa de urdir planes (conducta demasiado humana) a orar (confiar en el Dios de las promesas), pero será una lucha y un diálogo, que estaba totalmente fuera de sus planes, la que le posibilitará dar el paso de la huida al encuentro, del miedo al temor y de este al amor, o mejor dicho, de la angustia a la confianza.



“Jacob lleno de miedo y angustia, dividió en dos caravanas su gente, sus ovejas, vacas y camellos, calculando: si Esaú ataca una caravana y la destroza se salva la otra… Pasó allí la noche. Después, de lo que tenía a mano escogió presentes para su hermano Esaú… Los regalos pasaron delante; él se quedó aquella noche en el campamento. Todavía de noche se levantó, tomó a sus dos mujeres/esposas (Lía, la mayor, fea-fecunda, no amada, y Raquel, la menor, hermosa-infecunda, amada, envidiosa), las dos criadas (Zilpa y Bilha) y los once hijos y cruzo el vado del Yaboc. A ellos y a cuanto tenía los hizo pasar el río” (Gn 32, 8-9. 14. 22-24).



Jacob está dominado por el miedo y por eso actúa con doblez. Piensa tácticas y estrategias mientras ora, reza pero desconfía. Envía primero regalos y luego se humillará (siete postraciones) ante Esaú, pero por las dudas si eso falla, divide para salvar algo, pero esto puede darnos pie para otra reflexión con sabor monástico.

En Jacob podemos apreciar cómo se encadenan y nos encadenan las pasiones: la soberbia y el orgullo lo llevan a la envidia y los celos, estos desencadenan la ira y el miedo, este llama a la tristeza y la angustia, que trata de ser superada por la posesión y la avaricia… Y si tenemos en cuenta que por el vado de Yaboc primero pasan los afectos y luego las posesiones, en pasos sucesivos para quedarse solo (Cf. 1 Mac 5, 37-44; 16, 5 s), es posible pensar en un proceso de purificación/conversión. Primera renuncia: la desafección (familia, amigos), y la segunda: la desapropiación (trabajo, profesión). El relato nos hablaría de la ascesis, de la purificación interior del patriarca, por eso en la vocación de Natanael se nos habla del israelita sin dolo (Cf. Jn 1, 43-45).

¿Para qué se queda solo?, ¿para negociar con nuevos regalos y evitar el combate, o pensar otra estrategia, o descansar un poco, o rezar? No lo sabemos, pero si sabemos que ocurrirá algo que escapa a su propio proyecto, a su propia voluntad, tercera renuncia, en la que aprenderá a ser hijo y hermano, y por eso patriarca: “De noche en una visión, Dios dijo a Israel: -¡Jacob, Jacob! Respondió: -Aquí estoy. Le dijo: - Yo soy, el Dios de tu padre. No temas bajar a Egipto, porque allí te convertiré en un pueblo numeroso. Yo bajaré contigo a Egipto y yo te haré subir…” (Gn 46, 2-4).

Pedro Edmundo Gómez, osb.



[1] Catequesis del miércoles 25 de mayo de 2011. “El combate de Jacob en la catequesis del Papa sobre la oración”, L’ Osservatore Romano, Año XLIII, núm. 22, 29 de mayo de 2011, p. 12.
[2] Los títulos son nuestros y están presentados de a pares.
[3] Luís Alonso Schöekel, ¿Dónde está tu hermano? Textos de fraternidad en el libro del Génesis, Institución San Jerónimo 19, Valencia, 1985, p. 201
[4] Jacques Loew, En la escuela de los grandes orantes, Narcea, Madrid, p. 36.
[5] Gianfranco Ravasi, El libro del Génesis (15-20), Herder-Ciudad Nueva, Barcelona-Madrid, 1994, p. 226-227.
[6] C. S. Lewis, Los cuatro amores, Rialp, Madrid, 2017, pp. 164-165.
[7] Jacques Loew, op. cit., p. 36.

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