En esta oportunidad en lugar de
recurrir a la Colación I de Juan
Casiano, la conocida conferencia del Abad Moisés sobre el fin y el objetivo de
la vida monástica[1],
intentaremos “dialogar” brevemente con un “monje luterano” (el oxímoron es
intencional ya que Lutero escribió y luchó Contra
los votos monásticos), nos referimos al filósofo y pastor danés: Sören
Kierkegaard (1813-1855). Lo haremos recogiendo seis “migajas” de su tratado La pureza de corazón es querer una sola
cosa, que es el primero de los veinte Discursos
Edificantes de Diverso Tenor (Copenhagen 13 de marzo de 1843), en los
cuales habla sin “pseudónimos” (Adaptación de una conferencia dada
primero a la comunidad de la Abadía Cristo Rey el 26 de diciembre 2012 y luego
en el Ciclo de Conferencias “Librería Lectio”, Córdoba, 9 de mayo de 2014.)
.
I. Estimado hermano
Sören: El carisma propio de la vida monástica, en todas sus formas y figuras,
es la puritas cordis, por eso la
primera pregunta que quisiera formularte es: ¿qué es y qué no es?
Kierkegaard dixit: “…la pureza de corazón consiste en querer una sola cosa; pero querer
una sola cosa no puede significar querer los placeres del mundo y cuanto
pertenece a éste, incluso en el supuesto de que alguien se reservara una sola
cosa a su elección, puesto que esta sola cosa no sería sino engaño. Desear una
sola cosa no podría significar tampoco quererla en el vano sentido de su
grandeza, pues únicamente a un atolondrado puede parecerle que es una”[2].
Si no comprendo mal
tus palabras, la pureza de corazón implicaría: tanto la unidad del “objeto” querido
(una sola cosa, una cosa que sea realmente una) que unificaría al “sujeto” que lo
elige y quiere, cuanto la consecuente renuncia al “mundo” con sus múltiples
placeres y su aparente grandeza[3],
o dicho en lenguaje benedictino, la renuncia a la “voluntad propia”[4].
Para realizar el amor (fin) el monje tiene que morir a la propia voluntad
(objetivo), porque renunciando a sí mismo (ego) es como se realiza[5].
Sólo Dios Es, sólo Dios es Uno, sólo Dios es el Bien, sólo Dios es Bueno.
Querer una sola cosa, es lo mismo que decir, amar a Dios.
En el siglo XII San Bernardo de Claraval
escribió: “Dichosos los limpios de
corazón, porque ésos van a ver a Dios. Como si dijera: Purifica el corazón,
despreocúpate de todo, sé monje, esto es, único. Pide al Señor una sola cosa y
búscala. Afánate y mira que él es Dios. Así, cuando limpies tu corazón por el
espíritu de inteligencia, inmediatamente verás a Dios por el espíritu de
sabiduría; y gozarás de Dios”[6].
Texto que Cantalamessa comenta en total sintonía con Kierkegaard: “En algunos ambientes monásticos se añade…
una idea nueva e interesante: la de la pureza como unificación interior que se
obtiene deseando una cosa sola, cuando esta «cosa» es Dios. Escribe San
Bernardo: «Bienaventurados los puros de
corazón porque verán a Dios. Como si dijera: purifica el corazón, sepárate
de todo, sé monje, sólo, busca una cosa sola del Señor y persíguela (Sal 27, 4), libérate de todo y verás a
Dios (Sal 46, 11)»…”[7].
En una palabra, la puritas cordis hace al monachos, unificado, indiviso, uno,
porque el misterio que le atrae y en el que se deja adentrar, no sin “temor y
temblor”, es esencialmente uno y por lo mismo unificante. “El Señor le replicó:
-Marta, Marta, te preocupas y te inquietas por muchas cosas, cuando una sola es
necesaria. María escogió la mejor parte y no le será quitada” (Lc 10, 41-42).
II. La segunda
cuestión es entonces: ¿cuál es la condición sine
qua non de la pureza de corazón?, o dicho negativamente, ¿qué se opone a
ella?
Kierkegaard dixit: “Para querer una cosa se debe querer el Bien. Ahí está lo primero, la
posibilidad de capacitarse para querer una cosa. Pero en cuanto a querer
genuinamente una cosa, no debe sino querer el Bien. Por otro lado, en cuanto al
acto de querer el Bien, a quien no lo quiere de verdad debemos considerarlo de
doble mentalidad. (La doblez consiste en dividir la naturaleza del Bien que
éste mantiene unido por toda la eternidad: la doblez estriba en unir lo que el
Bien ha mantenido separado en el tiempo. La persona de doble mentalidad olvida
lo Eterno y es así como hace mal empleo del tiempo, no menos que de la
eternidad)”[8].
Tu respuesta es bastante
compleja; querer una cosa exige querer el Bien y quererlo de verdad. “Querer el
Bien”, con mayúsculas (ya sabemos quién es el Bien y el único Bueno por la
parábola del joven rico de Mt 19,
16-30), es “la posibilidad de capacitarse para querer una cosa”, y esto sería a
la vez un don (posibilidad) y una tarea (capacitarse). La pureza de corazón es sinónimo
de “libertad”, mezcla de “angustia” y “confianza”. La pureza de corazón es
pureza de la voluntad (querer sólo la voluntad de Dios, sin falsa segunda
intención) y pureza de la inteligencia (pensar en Dios).
En cuanto, “al acto
de querer el Bien”, cabrían pues dos posibilidades: a) quererlo religiosamente,
de verdad, es decir con “pureza de corazón”, o b) no quererlo de verdad, sino
estética/éticamente, con “doble mentalidad” (dividir- lo eterno, unir-lo
temporal). Como dice uno de tus amigos: “la vida estética es la vida superficial, centrada sobre las facultades
interiores (aístesis, significa sensación); vida ética es la centrada en la
voluntad o el entendimiento práctico; vida religiosa es la centrada sobre la fe.
En otras palabras, la vida estética está bajo el signo del placer; la ética bajo
el signo del deber, la religiosa bajo el signo del sufrimiento”[9].
El opuesto a la pureza de corazón no es la
impureza, sino la hipocresía, donde lo primero es el público, la apariencia, lo
de fuera, y después Dios, el corazón, lo de adentro. Hipocresía es falta de
caridad (los otros son sólo admiradores) y sobre todo falta de fe. “Kierkegaard
evidenció la alienación que resulta de vivir de pura exterioridad, siempre y
sólo en presencia de los hombres, y nunca sólo en presencia de Dios y del
propio yo. Un pastor -observa- puede ser un «yo» frente a sus vacas, si
viviendo siempre con ellas no tiene más que esas con las que medirse. Un rey
puede ser un yo de frente a los súbditos y se sentirá un «yo» importante. El
niño se percibe como un «yo» en relación con los padres, un ciudadano ante el
Estado... Pero será siempre un «yo» imperfecto, porque falta la medida. «Qué
realidad infinita adquiere en cambio mi “yo”, cuando toma conciencia de existir
ante Dios, convirtiéndose en un “yo” humano cuya medida es Dios... ¡Qué acento
infinito cae sobre el “yo” en el momento en que obtiene como medida a Dios!»…”[10].
La vida monástica puede ser vivida en los dos
primeros estadios, pero es posible dar el “salto al vacío” necesario para ser
acogidos por y en la pureza de corazón. Es el “Aún te falta una cosa. Vende
todo lo que tienes…” del relato del joven rico. “La viuda de Lc 21, ofreciendo
todo lo que tenía para vivir, es la respuesta más explícita de lo que significa
una sola cosa”[11].
La pureza de
corazón es “el criterio” de discernimiento vocacional: “si busca verdaderamente
a Dios” (Cf. RB. 48, 7), es la base,
en cuanto disposición, para el proceso de formación que la tiene como objetivo,
y la piedra de toque de la “conversio-conversatio
morum”. Dice el jesuita Rupnik: “Para quien no procede con la lógica del
amor, renunciar a su propia voluntad significa meterse en un camino seguro de
frustraciones, de neurosis y de auténtica despersonalización”[12].
El que tiene doble
mentalidad olvida lo Eterno, o mejor dicho, al Eterno, por eso pierde el instante,
el tiempo y la eternidad. El dolus, que
se expresa en el ocultar, la mentira y la murmuración, es lo que deshace,
destruye al monachos.
+ Pedro Edmundo Gómez, osb.
[1] Cf. Juan Casiano, Colación I, IV.
[2] S. Kierkegaard, La pureza de corazón es querer una sola
cosa, Trad. de L. Farré, La Aurora, Bs. As., 1979, p.
118.
[3] Cf. Colación I, V.
[4] Cf. RB. Prol, 1-3; 1, 10-11; 3, 7-8; 4,
59-61; 5, 1-9, 12; 7, 12, 19-22, 31-33; 33, 1-4; 49, 5-10; 71, 3-4; 72, 6-7.
[5] Cf. M. I. Rupnik, De la
experiencia a la sabiduría, Profecía de la vida religiosa, PPC, Madrid,
1999, pp. 105-106.
[6] San Bernardo de Claraval, Tercera
serie de sentencias 2, Obras
completas de San Bernardo VIII, BAC, Madrid, 1993, 117.
[7] R. Cantalamessa, Las bienaventuranzas evangélicas, 9 marzo de 2007.
[8] La pureza de corazón es querer una sola cosa, p. 118.
[9] L.
Castellani, De Kirkegor a Tomás de Aquino,
Guadalupe, Buenos Aires, 1973, p 105.
[10] R. Cantalamessa, op. cit.
[11] M. I. Rupnik, Jesús en la mesa
de Betania, La fe, el sepulcro, la
amistad, Monte Carmelo, Burgos, 2008, p. 66.
[12] M. I. Rupnik, De la experiencia
a la sabiduría, p. 106.
Qué rico y profundo diálogo, como recobran peso o densidad algunas expresiones nuestras, en este caso la Pureza de Corazón, en labios protestantes! Qué lumbreras Juan Casiano, San Bernardo o Mons. Cantalamessa!!! Muy linda reflexión para sumar a la Lectio de este V domingo de Cuaresma! Gracias!!
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