sábado, 17 de marzo de 2018

Breve Diálogo sobre la pureza de corazón con un “monje luterano”





En esta oportunidad en lugar de recurrir a la Colación I de Juan Casiano, la conocida conferencia del Abad Moisés sobre el fin y el objetivo de la vida monástica[1], intentaremos “dialogar” brevemente con un “monje luterano” (el oxímoron es intencional ya que Lutero escribió y luchó Contra los votos monásticos), nos referimos al filósofo y pastor danés: Sören Kierkegaard (1813-1855). Lo haremos recogiendo seis “migajas” de su tratado La pureza de corazón es querer una sola cosa, que es el primero de los veinte Discursos Edificantes de Diverso Tenor (Copenhagen 13 de marzo de 1843), en los cuales habla sin “pseudónimos” (Adaptación de una conferencia dada primero a la comunidad de la Abadía Cristo Rey el 26 de diciembre 2012 y luego en el Ciclo de Conferencias “Librería Lectio”, Córdoba, 9 de mayo de 2014.)
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I. Estimado hermano Sören: El carisma propio de la vida monástica, en todas sus formas y figuras, es la puritas cordis, por eso la primera pregunta que quisiera formularte es: ¿qué es y qué no es?



Kierkegaard dixit: “…la pureza de corazón consiste en querer una sola cosa; pero querer una sola cosa no puede significar querer los placeres del mundo y cuanto pertenece a éste, incluso en el supuesto de que alguien se reservara una sola cosa a su elección, puesto que esta sola cosa no sería sino engaño. Desear una sola cosa no podría significar tampoco quererla en el vano sentido de su grandeza, pues únicamente a un atolondrado puede parecerle que es una”[2].



Si no comprendo mal tus palabras, la pureza de corazón implicaría: tanto la unidad del “objeto” querido (una sola cosa, una cosa que sea realmente una) que unificaría al “sujeto” que lo elige y quiere, cuanto la consecuente renuncia al “mundo” con sus múltiples placeres y su aparente grandeza[3], o dicho en lenguaje benedictino, la renuncia a la “voluntad propia”[4]. Para realizar el amor (fin) el monje tiene que morir a la propia voluntad (objetivo), porque renunciando a sí mismo (ego) es como se realiza[5]. Sólo Dios Es, sólo Dios es Uno, sólo Dios es el Bien, sólo Dios es Bueno. Querer una sola cosa, es lo mismo que decir, amar a Dios.

En el siglo XII San Bernardo de Claraval escribió: “Dichosos los limpios de corazón, porque ésos van a ver a Dios. Como si dijera: Purifica el corazón, despreocúpate de todo, sé monje, esto es, único. Pide al Señor una sola cosa y búscala. Afánate y mira que él es Dios. Así, cuando limpies tu corazón por el espíritu de inteligencia, inmediatamente verás a Dios por el espíritu de sabiduría; y gozarás de Dios”[6]. Texto que Cantalamessa comenta en total sintonía con Kierkegaard: “En algunos ambientes monásticos se añade… una idea nueva e interesante: la de la pureza como unificación interior que se obtiene deseando una cosa sola, cuando esta «cosa» es Dios. Escribe San Bernardo: «Bienaventurados los puros de corazón porque verán a Dios. Como si dijera: purifica el corazón, sepárate de todo, sé monje, sólo, busca una cosa sola del Señor y persíguela (Sal 27, 4), libérate de todo y verás a Dios (Sal 46, 11)»…”[7].

En una palabra, la puritas cordis hace al monachos, unificado, indiviso, uno, porque el misterio que le atrae y en el que se deja adentrar, no sin “temor y temblor”, es esencialmente uno y por lo mismo unificante. “El Señor le replicó: -Marta, Marta, te preocupas y te inquietas por muchas cosas, cuando una sola es necesaria. María escogió la mejor parte y no le será quitada” (Lc 10, 41-42).



II. La segunda cuestión es entonces: ¿cuál es la condición sine qua non de la pureza de corazón?, o dicho negativamente, ¿qué se opone a ella?



Kierkegaard dixit: “Para querer una cosa se debe querer el Bien. Ahí está lo primero, la posibilidad de capacitarse para querer una cosa. Pero en cuanto a querer genuinamente una cosa, no debe sino querer el Bien. Por otro lado, en cuanto al acto de querer el Bien, a quien no lo quiere de verdad debemos considerarlo de doble mentalidad. (La doblez consiste en dividir la naturaleza del Bien que éste mantiene unido por toda la eternidad: la doblez estriba en unir lo que el Bien ha mantenido separado en el tiempo. La persona de doble mentalidad olvida lo Eterno y es así como hace mal empleo del tiempo, no menos que de la eternidad)”[8].



Tu respuesta es bastante compleja; querer una cosa exige querer el Bien y quererlo de verdad. “Querer el Bien”, con mayúsculas (ya sabemos quién es el Bien y el único Bueno por la parábola del joven rico de Mt 19, 16-30), es “la posibilidad de capacitarse para querer una cosa”, y esto sería a la vez un don (posibilidad) y una tarea (capacitarse). La pureza de corazón es sinónimo de “libertad”, mezcla de “angustia” y “confianza”. La pureza de corazón es pureza de la voluntad (querer sólo la voluntad de Dios, sin falsa segunda intención) y pureza de la inteligencia (pensar en Dios).

En cuanto, “al acto de querer el Bien”, cabrían pues dos posibilidades: a) quererlo religiosamente, de verdad, es decir con “pureza de corazón”, o b) no quererlo de verdad, sino estética/éticamente, con “doble mentalidad” (dividir- lo eterno, unir-lo temporal). Como dice uno de tus amigos: “la vida estética es la vida superficial, centrada sobre las facultades interiores (aístesis, significa sensación); vida ética es la centrada en la voluntad o el entendimiento práctico; vida religiosa es la centrada sobre la fe. En otras palabras, la vida estética está bajo el signo del placer; la ética bajo el signo del deber, la religiosa bajo el signo del sufrimiento”[9].

El opuesto a la pureza de corazón no es la impureza, sino la hipocresía, donde lo primero es el público, la apariencia, lo de fuera, y después Dios, el corazón, lo de adentro. Hipocresía es falta de caridad (los otros son sólo admiradores) y sobre todo falta de fe. “Kierkegaard evidenció la alienación que resulta de vivir de pura exterioridad, siempre y sólo en presencia de los hombres, y nunca sólo en presencia de Dios y del propio yo. Un pastor -observa- puede ser un «yo» frente a sus vacas, si viviendo siempre con ellas no tiene más que esas con las que medirse. Un rey puede ser un yo de frente a los súbditos y se sentirá un «yo» importante. El niño se percibe como un «yo» en relación con los padres, un ciudadano ante el Estado... Pero será siempre un «yo» imperfecto, porque falta la medida. «Qué realidad infinita adquiere en cambio mi “yo”, cuando toma conciencia de existir ante Dios, convirtiéndose en un “yo” humano cuya medida es Dios... ¡Qué acento infinito cae sobre el “yo” en el momento en que obtiene como medida a Dios!»…”[10].

La vida monástica puede ser vivida en los dos primeros estadios, pero es posible dar el “salto al vacío” necesario para ser acogidos por y en la pureza de corazón. Es el “Aún te falta una cosa. Vende todo lo que tienes…” del relato del joven rico. “La viuda de Lc 21, ofreciendo todo lo que tenía para vivir, es la respuesta más explícita de lo que significa una sola cosa[11].

La pureza de corazón es “el criterio” de discernimiento vocacional: “si busca verdaderamente a Dios” (Cf. RB. 48, 7), es la base, en cuanto disposición, para el proceso de formación que la tiene como objetivo, y la piedra de toque de la “conversio-conversatio morum”. Dice el jesuita Rupnik: “Para quien no procede con la lógica del amor, renunciar a su propia voluntad significa meterse en un camino seguro de frustraciones, de neurosis y de auténtica despersonalización”[12].

El que tiene doble mentalidad olvida lo Eterno, o mejor dicho, al Eterno, por eso pierde el instante, el tiempo y la eternidad. El dolus, que se expresa en el ocultar, la mentira y la murmuración, es lo que deshace, destruye al monachos.


+ Pedro Edmundo Gómez, osb.


[1] Cf. Juan Casiano, Colación I, IV.
[2] S. Kierkegaard, La pureza de corazón es querer una sola cosa, Trad. de L. Farré, La Aurora, Bs. As., 1979, p. 118.
[3] Cf. Colación I, V.
[4] Cf. RB. Prol, 1-3; 1, 10-11; 3, 7-8; 4, 59-61; 5, 1-9, 12; 7, 12, 19-22, 31-33; 33, 1-4; 49, 5-10; 71, 3-4; 72, 6-7.
[5] Cf. M. I. Rupnik, De la experiencia a la sabiduría, Profecía de la vida religiosa, PPC, Madrid, 1999, pp. 105-106.
[6] San Bernardo de Claraval, Tercera serie de sentencias 2, Obras completas de San Bernardo VIII, BAC, Madrid, 1993, 117.
[7] R. Cantalamessa, Las bienaventuranzas evangélicas, 9 marzo de 2007.
[8] La pureza de corazón es querer una sola cosa, p. 118.
[9] L. Castellani, De Kirkegor a Tomás de Aquino, Guadalupe, Buenos Aires, 1973,  p 105.
[10] R. Cantalamessa, op. cit.
[11] M. I. Rupnik, Jesús en la mesa de Betania, La fe, el sepulcro, la amistad, Monte Carmelo, Burgos, 2008, p. 66.
[12] M. I. Rupnik, De la experiencia a la sabiduría, p. 106.

1 comentario:

  1. Qué rico y profundo diálogo, como recobran peso o densidad algunas expresiones nuestras, en este caso la Pureza de Corazón, en labios protestantes! Qué lumbreras Juan Casiano, San Bernardo o Mons. Cantalamessa!!! Muy linda reflexión para sumar a la Lectio de este V domingo de Cuaresma! Gracias!!

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