En las faenas de la
cosecha 3, 9:
Hermanos míos, si
éste es con toda verdad y certeza el grupo que busca al Señor, que busca el
rostro de Dios de Jacob, ¿qué otra cosa puedo deciros, sino aquello que dice el
Profeta: Que se alegren los que buscan al Señor; recurrid al Señor y a su
poder, buscad continuamente su rostro? O lo que dice otro: Si buscáis, buscad.
¿Qué quiere decir: si buscáis, buscad? Buscadle con sencillez de corazón. A él
por encima de todo, y ninguna otra cosa fuera de él, ni después de él. Buscadle
con sencillez de corazón.
El que es simple
por naturaleza exige sencillez de corazón. Y concede su gracia a los sencillos.
El indeciso no sigue rumbo fijo. No encontrarán jamás al que vosotros buscáis,
los que por algún tiempo creen, pero en el momento de la prueba desertan. Él es
la eternidad; y ésta no se consigue sin una búsqueda perseverante. ¡Ay del
pecador que va por dos caminos! Nadie puede estar al servicio de dos amos.
Aquella integridad, perfección y plenitud no acepta semejante doblez. Solamente
se deja encontrar de quien le busca con un corazón perfecto. Si es horroroso el
perro que vuelve a su vómito y la cerda lavada que se revuelca en el fango, y
si Dios escupe de su boca al tibio, ¿qué va a ser del impío y del pecador? Si
es maldito quien ejecuta con negligencia la obra del Señor, ¿qué merecerá el
que obra con engaño?
Huyamos, carísimos
de esta doblez, y evitemos por todos los medios la levadura de los fariseos.
Dios es la verdad, y los que le buscan han de hacerlo con espíritu y verdad. Si
no queremos buscar inútilmente al Señor, busquémosle verdaderamente,
busquémosle frecuentemente, busquémosle constantemente. No busquemos nada en
lugar de él, nada juntamente con él, ni lo cambiemos por ninguna otra cosa.
Porque es más fácil que pase el cielo y la tierra, que no encuentre quien así
busca, ni reciba quien así pide, si se la abra al que así llama.
Sermón 16, 2: En el aniversario de San Andrés: sobre las tres clases de bienes
Si lo propio del
cuerpo es la salud, lo del corazón es la pureza. Un ojo turbado es incapaz de
ver a Dios, y el corazón humano ha sido creado precisamente para contemplar a
su Creador. Si la salud corporal nos requiere tanta atención, mucho más debemos
cuidar la pureza del corazón, convencidos de que ésta es más digna que aquella.
Al hablar aquí de la pureza nos referimos a esa actitud pura y humilde de
manifestar al Señor todas nuestras obras en la oración, y al hombre en la
confesión: Dije, confesare al Señor mi
culpa, y tú perdonaste la impiedad de mi pecado.
Sermón 45, 5: Las tres facultades del hombre
…la caridad tienen
tres condiciones: un corazón puro, la conciencia honrada y la fe sentida. Al
prójimo le debemos la pureza, la buena conciencia a nosotros, y a Dios la fe.
La pureza consiste en hacerlo todo para utilidad del prójimo o la gloria de
Dios. Nos la requiere particularmente el prójimo, porque Dios nos ve como somos (2 Co 5, 11), y el prójimo sólo en la
medida en que le abrimos nuestro corazón…
Sentencias III, 2
Dichosos los limpios de corazón, porque ésos van a ver a
Dios. Como si dijera: Purifica el corazón,
despreocúpate de todo, sé monje, esto es, único. Pide al Señor una sola cosa y
búscala. Afánate y mira que él es Dios. Así, cuando limpies tu corazón por el
espíritu de inteligencia, inmediatamente verás a Dios por el espíritu de
sabiduría; y gozarás de Dios.
Sentencias I, 14
Con la circuncisión
no se resiente nervio alguno ni se quebranta un solo hueso. Quedando así
intactos, se endurecen y se afianzan. Pero abren la piel; cortan la carne;
salta la sangre, para reprimir el placer seductor. No olvides que en la carne
se instala el pecado. La piel es su cobertura y la sangre su incentivo. La
auténtica circuncisión espiritual, no la física, consiste en quitar toda
cobertura de excusa y disimulo mediante la compunción del corazón y la
confesión verbal, en cortar cualquier costumbre de pecado mediante un cambio de
conducta y, finalmente, como algo indispensable, es evitar las ocasiones de
pecado y los estímulos de las concupiscencias.
Sermón en la Cena
del Señor, 2. Sobre el bautismo, el sacramento del
altar y el lavatorio de pies
¿Qué gracia nos
otorga el bautismo? El perdón de los pecados (2 Pe 1,9). ¿Quién puede purificar al que es impuro en su mismo ser, sino el puro
por excelencia (Jb 14, 4), y el que está exento de pecado, es decir, Dios? Primitivamente
el sacramento que concedía esta gracia era la circuncisión: un cuchillo raía la
costra de la culpa original que brota desde los primeros padres (Jos 5, 2).
Pero al venir el Señor, cordero tierno y manso (S 85, 5), cuyo yugo es
llevadero y su carga ligera (Mt 11, 30), todo cambió maravillosamente. El agua
y la unción del Espíritu disuelve aquella costra inveterada y suprime un dolor
tan acerbo.
Sobre el Cantar de
los Cantares 7, 7
Por eso se requiere
suma pureza de intención, para que vuestro espíritu codicie agradar a Dios sólo
y pueda vivir junto a él. Estar junto a Dios es lo mismo que ver a Dios; y eso
sólo se concede a los puros de corazón, como una felicidad inigualable. Un
corazón puro tenía David y decía a Dios: Mi alma está unida a ti. Para mí lo
bueno es estar junto a Dios. Viéndolo se unía a Dios y uniéndose a él le veía.
Los grados de la humildad y la soberbia 19
El ojo del corazón, al que la
Verdad prometió su plena manifestación: dichosos los limpios
de corazón, porque verán a Dios, se purifica de toda mancha, debilidad,
ignorancia o mal deseo adquirido, por medio del llanto, del hambre y la sed de
ser justo, y por la perseverancia en las obras de misericordia. Los grados o
estados de la verdad son tres. Al primero se sube por el trabajo de la
humildad; al segundo por el afecto de la compasión; y al tercero, por el vuelo
de la contemplación. En el primer grado, la verdad se nos muestra severa; en el
segundo, piadosa; y en el tercero, pura. Al primero nos lleva la razón con la
que nos examinamos a nosotros mismos; al segundo, el afecto con el que nos
compadecemos de los demás; al tercero, la pureza que nos arrebata y nos levanta
hacia las realidades invisibles.
Sermón 5, 5: Sobre el verso de Habacuc: Me pondré de centinela, haré la guardia oteando…
Queridos hermanos,
he aquí el primer grado de la contemplación: considerar constantemente cuál es
la voluntad de Dios, lo que le agrada y complace. Y como todos le ofendemos muchas veces (St 3,2), nuestra vida retorcida
choca con la rectitud de su voluntad, y le es imposible unirse y acoplarse a
ella. Humillémonos, pues, ante la mano poderosa de Dios; no cesemos de
presentarnos como unos miserables ante su presencia misericordiosa, y digamos: Sáname, señor, y quedare sano. Sálvame y
estaré salvado (Jr 17, 14). O esto otro: Señor, ten misericordia, sáneme porque he pecado contra ti (S
40,5).
Cuando hemos
purificado el ojo de nuestro corazón con estos pensamientos, ya no vivimos en
nuestro espíritu con amargura, sino en el de Dios y muy felices. Ni pensamos
cual es la voluntad de Dios en nuestra vida, sino en sí misma. La vida está en su voluntad (S 29, 6), y
lo más útil y provechoso para nosotros es sin duda alguna, lo que está conforme
a su voluntad. Por eso si queremos conservar escrupulosamente la vida de
nuestra alma, alejémonos lo menos posible de esa voluntad divina. Y a medida
que avancemos en la práctica espiritual, bajo la dirección del Espíritu que
sondea hasta lo profundo de Dios, meditemos cuán suave y bueno es el Señor.
Oremos con el Profeta para conocer la voluntad de Dios y no vivir en nuestro
corazón, sino en su templo. Y digamos también con el mismo Profeta: Mi alma se acongoja, por eso me acuerdo de
ti (S 41, 7).
En esto consiste
toda la vida espiritual: fijarnos en nosotros mismo para llenarnos de temor y
tristeza saludables, y mirar a Dios para alentarnos y recibir el consuelo
gozoso del Espíritu santo. Por una parte fomentemos el temor y la humildad, y
por otra, la esperanza y el amor”.
Sobre el Cantar de
los Cantares 22, 3
Los verdaderamente
limpios de corazón pueden, por si mismos, comprender realidades más sublimes
que las predicadas por mí.
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