III. Lo opuesto a “pureza
de corazón” es entonces la “doble mentalidad”, la cuestión tercera versa por
tanto sobre las especies de doblez:
Kierkegaard dixit: “Hay una clase de doblez
que, por su índole intensa y activa de íntima coherencia, quiere en apariencia
el Bien, pero se engaña pues quiere cualquier otra cosa. Es decir, siempre que
aspira al Bien con miras a la recompensa, por miedo al castigo o como una forma
de autoafirmación. Hay todavía otra clase de doblez que se origina en la
debilidad, la más común entre los hombres, una versátil mentalidad que quiere
el Bien con cierta sinceridad, pero únicamente lo quiere ‘de modo gradual’…”[1].
Entonces tiene razón Ana
María Fioravanti, estudiosa argentina de tu pensamiento, cuando afirma:
“Hay múltiples barreras del autoengaño para no querer esa sola cosa: a) La
variedad de objetivos sensuales y mundanos: placer, honores, poder, riquezas;
b) El deseo de recompensa en un acuerdo entre el Bien y el mundo, que impide
mantenerse ante lo eterno; c) El miedo no al mal sino al castigo; d) El
servicio egocéntrico del Bien: querer que el Bien triunfe por su
intermedio, para apuntar la victoria a su favor, como forma de autoafirmación;
y e) Querer el Bien únicamente en cierto grado”[2].
Resumiendo más aún,
dos serían las clases de doblez: a) querer en apariencia el Bien, quererlo por
otra cosa (medio para…), y b) querer con cierta sinceridad el Bien, pero de
modo gradual (Si, pero…todavía no).
En los pliegues que
genera esta doble mentalidad es donde los pensamientos apasionados (logismoi, demonios,
pasiones) que “naturalmente” brotan, se esconden, anidan, habitan y dominan. La
lucha fundamental del monachos es
contra el dolus: “Estrellar
inmediatamente contra Cristo los malos pensamientos que vienen a su corazón, y
manifestarlos al anciano espiritual” (RB
4, 50).
IV. Vuelvo a
insistir: ¿Qué hay que querer para ser puro de corazón?, y agregaría una más,
ya que la anterior hace referencia a la voluntad, ¿qué papel juega la
inteligencia en la pureza de corazón?
Kierkegaard dixit: “Si uno quisiera una sola
cosa, en tal caso debe querer el Bien, porque sólo de esta manera le será
posible querer una sola cosa. Si procede con sinceridad ha de querer el Bien de
verdad. Ya se trate de un hombre de acción o de un sufriente debe querer
hacerlo todo por el Bien, o quererlo sufrir todo por el Bien. Y, además ha de
permanecer consagrado al Bien. Sin embargo, puede abusarse de la inteligencia
en la búsqueda de evasiones, o bien externamente cayendo en la decepción. El
buen hombre, por el contrario, usa la inteligencia para finalizar con las
evasiones y, por ende, para decirse y permanecer constante en la entrega.
Asimismo, emplea la inteligencia para prevenir las decepciones externas. Ha de
querer sufrirlo todo por el Bien y ser y permanecer consagrado al Bien”[3].
Querer el Bien
sería sinónimo de escuchar-obedecer la voluntad de Dios, por eso es lo que
posibilita y capacita para querer una sola cosa. Es la obediencia filial que libera.
Luego, si un hombre procede con sinceridad ha de querer el Bien de verdad, es
decir, hacerlo todo (hombre de acción) y sufrirlo todo (hombre sufriente) por
el Bien[4],
no por sí mismo o por otra cosa. La pureza de corazón permite amar como Dios
ama. Querer el Bien es decir en la angustia del huerto: “Padre que no se haga
lo que (como) yo quiero, sino lo que (como) tu quieres” (Cf. Mt 26, 39 y par).
Tu frase: “ser y
permanecer consagrado al Bien” (que es una muy buena definición de monje) es
clave, porque es aquí es donde entra en juego la inteligencia: abusando de ella
en búsqueda de evasiones (excusas o justificaciones) para caer siempre en la presunción
o la decepción, o usando de ella, siendo un hombre (“estadio religioso”), un monje,
para finalizar con las evasiones y decidirse a permanecer constante en la
entrega, como Abraham, nuestro padre en la fe. Fioravanti lo dice así: “El precio de querer esa sola cosa es: a) Estar
dispuesto a sufrirlo todo; b) Ser leal, comprometerse y poner en evidencia las
evasiones; c) Vivir como individuo, centrarse en sí mismo (porque ante lo
eterno ninguno es maestro y cada uno es alumno), significa dar cuenta de la
fidelidad, únicamente personal, a la verdad y al Bien”.
[1] La pureza de corazón es querer una sola cosa, pp. 137-139.
[2] http://www.sorenkierkegaard.com.ar
[3] La pureza de corazón es querer una sola cosa, p. 197.
[4] Cf. Colación I, VII.
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