V. ¿Podrías sintetizar
tu pensamiento sobre la pureza de corazón?
Kierkegaard dixit: “...la pureza de corazón radica en querer una sola cosa. Esta es la
tesis que ha motivado el discurso con que hemos comentado las palabras
apostólicas: ¡Acercaos a Dios y El se acercará a vosotros, limpiad vuestras
manos, vosotros pecadores, y purificad vuestros corazones, vosotros los
indecisos! Porque el entregarse al Bien es una total decisión anímica, y no es
factible por medio de la astucia y de la adulación de la lengua afirmarse en Dios,
en el supuesto de que el corazón esté lejos. No, puesto que Dios es espíritu y
verdad, sólo se puede permanecer cerca de El con sinceridad, por querer ser
santo, como El es santo por pureza de corazón”[1].
La pureza de
corazón que es “entregarse al Bien” y “afirmarse en Dios”, confiando
filialmente en Él, es “una total decisión anímica”, que “no es factible por
medio de la astucia y de la adulación de la lengua”. No hay pureza de corazón
sin confianza, sin sinceridad, sin apertura de corazón, sin actitud filial, y
por tanto sin escucha, sin diálogo, sin paternidad espiritual.
A la exhortación de
Santiago (Cf. St 4,8) que motiva y
orienta tu discurso, hace eco la bienaventuranza del Evangelio: Benditos los
puros de corazón porque ven a Dios (Cf. Mt
5, 8), permanecen cerca de él, caminan humildemente en su presencia y quieren
que él los haga santos. La pureza de corazón restaura en el monje la imagen de
Dios, lo hace semejante a Dios y lo configura con Cristo, manso y puro de
corazón.
VI. Paul Ricoeur, otro
hermano hijo de la Reforma, ha dicho “el signo da que pensar”, ¿podrías
regalarnos, para concluir nuestro breve diálogo, un signo para seguir pensando la
“pureza de corazón”?
Kierkegaard dixit: “Pureza de corazón: se trata de una figura del lenguaje que compara al
corazón con el mar, ¿por qué es así? Simplemente debido a que la profundidad
del mar determina su pureza, y su pureza determina su transparencia. Puesto que
el mar es puro únicamente cuando es profundo, y es transparente si es puro, tan
pronto como es impuro deja de ser profundo, y no es otra cosa que agua en
superficie, y así como hay agua tan sólo en superficie ya no es transparente.
Por el contrario cuando es puro en profundidad y transparencia, entonces
resulta de una sola consistencia, no importa lo mucho que se le observe; en tal
caso su pureza constituye constancia en profundidad y transparencia. Desde este
aspecto comparamos al mar con el corazón, pues la pureza del mar consiste en la
constancia y transparencia. No hay tormenta que pueda conturbarlo; ninguna
ráfaga de viento agita su superficie, ninguna espesa neblina puede extenderse
sobre él; ninguna duda puede agitarlo; ninguna nube oscura es capaz de
oscurecerlo: antes bien, permanece calmo, transparente en su profundidad. Si
hoy pudieras contemplarlo, te sentirías transfigurado al observar su pureza. Si
lo estuviste contemplando todos los días, declararías que siempre es puro...
similar al hombre que quisiera una sola cosa. Así como el mar, cuando está
calmo y profundamente transparente, refleja lo celeste, lo mismo pasa con el
corazón puro, cuando esta en calma y profundamente transparente, anhela
ansiosamente el Bien. Como el mar se hace puro sólo por su impulso hacia
arriba, así también el corazón se purifica al anhelar únicamente el Bien. Así
como el mar espejea la elevación de los cielos en sus profundidades puras, así
también el corazón, si está calmo y profundo en transparencia espejea la divina
elevación del Bien en sus puras profundidades. Cuando ocurre de esta manera
entre el cielo y el mar, entre el corazón y el Bien entonces es posible afirmar
que existiría una limpia impaciencia para codiciar un elevado reflejo. Porque
si el mar es impuro resulta incapaz de proporcionar un puro reflejo del cielo”[2].
Gracias por tu generosidad, te
pedimos un signo para pensar y nos regalaste una hermosa parábola, con su explicación,
para nuestra meditación personal y comunitaria.
Nos encomendamos a tu oración
“monástica” para que el Señor nos conceda un corazón puro y una ardiente
caridad para recibir el don del Reino que vino, viene y vendrá; porque como bien
afirma la especialista ya citada: “Más que un tratado (La pureza de corazón es querer una sola cosa),
es la oración de un penitente que en soledad y recogimiento interior ruega para
que en su corazón se cumpla el deseo de querer de verdad una sola cosa: el
BIEN, única eternidad en el tiempo que se aplica y resiste a todos los
cambios”.
[1]La pureza de corazón es querer una sola cosa,
p. 197.
[2]Idem.,
pp. 197-199.
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