Los obstáculos y los remedios para la pureza de corazón
en San Bernardo
Sermón en la
festividad de todos los santos 1, 13
Dichosos los
limpios de corazón, porque verán a Dios. Dichosos, sí una y mil veces los que
vean al que desean contemplar los ángeles, y en cuya visión consiste la vida
eterna. Oigo en mi corazón: busca su rostro. Yo busco tu rostro, Señor; no me
escondas tu rostro. ¿A quién tengo yo en el cielo? Contigo ¿qué me importa la
tierra? Aunque se consumen mi espíritu y mi carne, Dios llena mi corazón y es
mi lote perpetuo. ¿Cuándo me colmarás de gozo en tu presencia? ¡Miserable de
mi, que tengo un corazón tan manchado y no puedo ser admitido a esa dichosa
visión! Hermanos, entreguémonos con toda solicitud y empeño a purificar
nuestros ojos para ver a Dios.
Yo me siento
manchado por tres clases de inmundicia: la concupiscencia de la carne, el deseo
de la gloria terrena y el recuerdo de los pecados pasados. Mi alma es un campo
donde se cruzan los más diversos deseos, y soy incapaz de dominarlos con la
razón o con mis fuerzas, mientras vivo en este mundo y en este cuerpo mortal.
El único remedio para estas miserias es la oración. Como están los ojos de los
esclavos fijos en las manos de sus señores, así está nuestros ojos en el Señor
Dios nuestro, esperando su misericordia. El es el único purísimo, y el único
que puede sacar la pureza de lo impuro. Y para eliminar las huellas del pecado
tenemos el remedio de la confesión que todo lo purifica. Oración y confesión
son las dos medicinas que limpian el ojo del corazón.
Dichosos los
limpios de corazón, porque verán a Dios. Le verán al fin de esta vida cara a
cara. Y le verán también ahora como en un espejo. Ahora lo conocen
parcialmente, entonces lo conocerán a la perfección. Quien conserva dentro de
sí todo el vigor del pecado abusa de la esperanza, porque cree que Dios es
indiferente al pecado; o bien peca por desesperación, imaginándose un Dios sin
entrañas. Unos y otros merecen este reproche: ¿Crees que soy como tú? Ninguno
de ellos ve a Dios; la falsedad queda defraudada forjándose un ídolo en lugar
de Dios, mas los de corazón limpio consiguen la felicidad, porque son los
únicos que ven a Dios y experimentan su bondad. Lo ven tan bueno, que es el
único bueno. Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios.
Desgraciados, en cambio, Adán y Eva que buscan palabras ladinas para excusar el
pecado. Rehúsan purificarse por la confesión, viven con el corazón lleno de
inmundicias y son arrojados de la presencia del Señor.
A los clérigos sobre la conversión 30
Dichosos los limpios de corazón, porque van a ver a Dios. Promesa
extraordinaria, hermanos míos, que debe despertar todas nuestras ansias. Esta
visión es nuestro afianzamiento en Dios, como expresa Juan, el apóstol: Somos
hijos de Dios, aunque todavía no se ve lo que vamos a ser, pero sabemos que,
cuando llegue, seremos como él, porque le veremos como es. Esta visión es la
vida eterna, como lo proclama la misma verdad en el Evangelio. Esta es la vida
eterna, conocerte a ti como único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo.
Hay en nuestros
ojos una mota detestable que nos priva de esta dichosa visión; una negligencia
malsana nos encubre la necesidad de purificarlos. A veces nuestra visión
natural se siente entorpecida con alguna molestia interna, o porque se
introduce una partícula de polvo –así ocurre con la mirada espiritual, que se
turba por las seducciones de la carne-, o por la ambición y la curiosidad.
Maestro tenemos en nuestra propia experiencia y ene texto sagrado que dice: El
cuerpo corruptible es lastre del alma, y la mansión terrestre abruma al
espíritu. En ambos casos lo único que embota y oscurece la mirada es el pecado.
No puede haber otro obstáculo entre el ojo y la luz, entre Dios y el hombre.
Mientras sea este cuerpo nuestro domicilio, estamos desterrados del Señor. El
cuerpo no tiene la culpa. Sólo es culpable lo que en él pertenece a este cuerpo
de muerte: el cuerpo del pecado, los bajos instintos. Aquí no hay bien alguno,
sólo impera la ley del pecado.
Sin embargo, a
veces, el ojo se siente todavía obnubilado a pesar de haberle extraído o
eliminado la brizna. Lo mismo acontece en nuestro interior; el que vive según
el espíritu lo sabe por experiencia. La herida no cicatriza al momento de
retirar el bisturí; deben aplicarse ciertos remedios y dar tiempo a la curación
completa. Nadie debe creer que ya está totalmente limpio simplemente porque ha
sacado fuera sus inmundicias. Necesita todavía de muchas purificaciones. Ha de
lavarse con agua, y, sobre todo, tiene que acrisolarse y refinarse al fuego.
Entonces dirá: Pasamos por fuego y por agua, y nos has llevado a un lugar de
consuelo. Dichosos los limpios de corazón, porque van a ver a Dios. Ahora lo
vemos confusamente en un espejo; pero luego cara a cara, cuando la
transparencia brille en nuestro rostro y destelle glorioso sin mancha ni
arruga.
No hay comentarios:
Publicar un comentario