“Desaparezcamos y olvidémonos
de nosotros mismos y seamos únicamente la Alabanza de su Gloria (Ef. 1,12),
según la hermosa expresión del Apóstol” (Carta Nº 198).
“Voy a hacerle una
confidencia muy íntima: Mi ideal consiste en ser la Alabanza de su Gloria. Lo
he leído en San Pablo (Ef. 1,12). Mi divino Esposo me ha dado a entender que
esta es mi vocación desde el destierro, en espera de ir a cantar el Sanctus
eterno en la ciudad de los santos. Pero esto requiere gran fidelidad. Ser
Alabanza de Gloria exige estar muerta a cuanto no sea Él para vibrar sólo a
impulsos de su toque divino, y la miserable Isabel sigue haciendo tonterías con
su Maestro. Pero, como un Padre cariñoso, él la perdona; su divina mirada la
purifica. Lo mismo que san Pablo, intenta 'olvidar lo que está por detrás, para
lanzarse hacia lo que está por delante'” (Carta Nº 232).
“Mientras tanto, vivo
en el cielo de la fe, en el centro de mi alma y procuro complacer al Señor
siendo ya en la tierra la Alabanza de su Gloria (Ef. 1,12)” (Carta Nº 246).
43-
“Una alabanza de gloria es un alma que mora en Dios, que le ama con un amor
puro y desinteresado, sin buscarse en la dulzura de este amor; que le ama por
encima de sus dones, incluso cuando no hubiera recibido nada de Él; que sólo
desea el bien del objeto así amado. Ahora bien, ¿cómo desear y querer
efectivamente el bien de Dios, si no es cumpliendo su voluntad, ya que esta
voluntad ordena todas las cosas a su mayor gloria? Entonces esta alma debe
entregarse plenamente, totalmente, hasta no querer otra cosa que lo que Dios
quiera. Una alabanza de gloria es un alma de silencio que permanece como una
lira bajo el toque misterioso del Espíritu Santo para que Él arranque de ella
armonías divinas; sabe que el sufrimiento es una cuerda que produce los más
bellos sonidos; por eso ella desea verla en su instrumento para conmover más
deliciosamente el Corazón de Dios. Una alabanza de gloria es un alma que mira
fijamente a Dios en la fe y en la simplicidad. Es un reflector de todo lo que
Él es. Es como un abismo sin fondo en el cual Él puede verterse y
expansionarse. Es también como un cristal al través del cual Él puede irradiar
y contemplar todas sus perfecciones y su propio esplendor. Un alma que de este
modo permite al Ser divino apagar en ella su deseo de comunicar todo lo que Él
es y todo lo que tiene, es, en realidad, la alabanza de gloria de todos sus
dones. Una alabanza de gloria es, en fin, un ser que siempre permanece en
actitud de acción de gracias. Cada uno de sus actos, de sus movimientos, cada
uno de sus pensamientos, de sus aspiraciones, al mismo tiempo que la arraigan
más profundamente en el amor, son como un eco del Sanctus eterno.
44-
En el cielo los bienaventurados no tienen “reposo día y noche diciendo: Santo,
santo, santo, el Señor Todopoderoso… Y prosternándose adoran al que vive en los
siglos” (Ap 4, 8-10). En el cielo de su alma la alabanza de gloria comienza ya
el oficio que tendrá en la eternidad. Su cántico no cesa, porque está bajo la
acción del Espíritu Santo, que obra todo en ella; y aunque ella no sea siempre
consciente de ello, porque la debilidad de la naturaleza no le permite estar
siempre fija en Dios sin distracciones, ella canta siempre, adora siempre; ella
se ha convertido, por decirlo así, en la alabanza y el amor, en la pasión por
la gloria de su Dios. En el cielo de nuestra alma seamos alabanza de gloria de
la Santísima Trinidad, alabanza de amor de nuestra Madre Inmaculada. Un día se
descorrerá el velo, seremos introducidos en los atrios eternos y allí
cantaremos en el seno del Amor infinito. Y Dios nos dará el nombre prometido al
vencedor (Ap 2, 17). ¿Cuál será?… LAUDEM GLORIAE” (El cielo en la fe, pp.
118-120).
“Apenas penetre en el umbral del cielo, me
lanzaré como una flecha al seno de mis Tres. Una Alabanza de Gloria sólo puede
ocupar ese puesto en la eternidad. Me abismaré en ellos cada vez más”. (Palabras
Luminosas en el Carmelo).
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