13.
De quienes imitan la Pasión de Cristo: los aromáticos[1]
“Y allí donde aquel fulgor brillaba como
púrpura jacintia, ardía ciñendo con fuerza la imagen de la mujer: designa
la perfección de cuantos imitan la Pasión de mi Hijo con ardiente amor y
engalanan vivamente a la Iglesia con su sacrifico. ¿Cómo? Porque son la alta
morada del tesoro que se eleva en el designio divino, pues cuando la Iglesia,
ya afianzada, cobró fuerza, brotó, para esplendor suyo, un vivo aroma que
pronunció los votos del camino de la secreta renovación. ¿Qué quiere decir
esto? Que entonces surgió una orden maravillosa a imagen del ejemplo de Mi
Hijo; pues igual que mi Hijo vino al mundo separado del pueblo común, también
esta legión vive en el mundo alejada del resto de las gentes. Sí, como bálsamo
que con suavidad se destila del árbol, así surgió al principio este pueblo, de
forma singular, en el desierto y en lugares retirados y, lo mismo que el árbol
extiende sus ramas, lentamente medró hasta hacerse multitud plena. Mira he
bendecido y santificado este pueblo: son para Mí entrañables flores, rosas y
lirios que agrestes florecen en los campos como este pueblo al que ninguna ley
obliga a desear una senda tan angosta, sino que la emprende dulcemente
inspirada por Mí, sin precepto de ley, por propia voluntad, haciendo más de
cuanto le fue ordenado; por tanto gran merced recibirá, como está escrito en el
Evangelio cuando el samaritano condujo a aquel hombre mal herido a una posada”
(Scivias II, V, 13, Trotta, 1999, pp.
156-157).
20.
El camino de las órdenes y el amanecer
“La
primera luz del día representa las fieles palabras de la enseñanza apostólica;
la alborada, el inicio del camino que germinó primero en la soledad y en las
grutas, después de aquella doctrina; el sol revela la apartada y bien dispuesta
senda de Mi siervo Benito, a quien atravesé con ardiente fuego, enseñándole a
honrar, con el hábito de su orden, la Encarnación de mi Hijo y a imitar Su
Pasión con la abnegación de Su voluntad; porque Benito es como un nuevo Moisés,
puesto en la hendidura de la roca, mortificando y curtiendo su cuerpo con recia
austeridad por amor a la vida, igual que el primer Moisés escribió, por
precepto Mío, una áspera y dura Ley en tablas de piedra y se la dio a los
judíos. Pero lo mismo que Mi Hijo atravesó esa ley con la dulzura del
Evangelio, también Mi Siervo Benito hizo del designio de esta orden, que antes
de él era un arduo camino, una senda apartada y llana, merced a la dulce inspiración
del Espíritu Santo, y, por ella, congregó a la inmensa cohorte de su regla,
igual que Mi Hijo reunió junto a Sí, por Su suave aroma, al pueblo cristiano.
Entonces
el Espíritu Santo alumbró los corazones de sus elegidos, anhelantes de su vida,
para que, así como las aguas bautismales borran los pecados de los pueblos,
también ellos renunciaran a las pompas de este mundo, a imagen de la Pasión, de
mi Hijo. ¿Cómo? Igual que el hombre es rescatado por el santo bautismo de los
cepos del Demonio y se despoja de los crímenes de su viejo agravio, también
estos se desprenden de los afanes mundanos por el signo de sus vestidos, en los
que llevan además, una señal angélica. ¿Cómo? Mira que son custodios de Mi
pueblo, por voluntad Mía” (Scivias II
V, 20, p. 162).
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