2. El Presbítero
Florencio y el pan envenenado
Texto: San Gregorio
Magno, Diálogos II, 8:
“1…como
es costumbre de los malos envidiar en los demás el bien de la virtud que ellos
no se animan a desear, el presbítero de la iglesia vecina, llamado Florencio, y
que era el abuelo de nuestro subdiácono Florencio, incitado por la malicia del
antiguo enemigo, empezó a sentir celos del hombre santo, a difamar sus
costumbres y a apartar de su trato a cuantos le era posible. 2. Mas al ver que
ya no podía impedir sus progresos y que la fama de su vida seguía creciendo, y
que además por el prestigio de su reputación muchos se sentían atraídos de
continuo hacia una vida mejor, abrasado cada vez más por la llama de la
envidia, empeoraba cada día, porque pretendía tener la fama de virtud de
Benito, sin querer llevar su vida laudable. Obcecado por las tinieblas de la
envidia, llegó al punto de enviar al servidor del Señor omnipotente un pan
envenenado como si fuera pan bendito. El hombre de Dios lo aceptó con acción de
gracias, aunque no se le ocultó el mal escondido en el pan. 3. A la hora de la
comida solía llegar un cuervo de la selva vecina, para recibir el pan de su
mano. Cuando el cuervo llegó como de costumbre, el hombre de Dios le echó el
pan que el presbítero le había enviado, y le ordenó: “En el nombre del Señor
Jesucristo, toma este pan y arrójalo a un lugar donde nadie pueda encontrarlo”.
Entonces el cuervo, abriendo el pico y extendiendo las alas, empezó a
revolotear y a graznar alrededor del pan, como si dijera a las claras que sí
quería obedecer, pero no podía cumplir lo mandado. Mas el hombre de Dios le ordenaba
una y otra vez: “Llévalo, llévalo tranquilo, y arrójalo donde nadie pueda
encontrarlo”. Tras larga vacilación, al fin el cuervo lo agarró con el pico, lo
levantó y desapareció. Transcurrido un intervalo de tres horas, y después de
haber arrojado el pan, volvió y recibió de manos del hombre de Dios la ración
acostumbrada. 4. El venerable Padre, al ver que el ánimo del sacerdote se
enardecía contra su vida, se apenó más por él que por sí mismo. Por su parte el
mencionado Florencio, ya que no pudo matar el cuerpo del maestro, se encendió
en deseos de perder las almas de sus discípulos. Así, en el huerto del
monasterio en el que estaba Benito, introdujo ante sus ojos siete muchachas
desnudas, que trabándose las manos unas con otras, danzaron durante mucho
tiempo delante de ellos, con la intención de inflamar sus almas en la
perversidad de la lascivia. 5. El hombre santo, al verlo desde su celda, temió
por la caída de sus discípulos más débiles, y comprendiendo que él era la única
causa de esa persecución, cedió ante la envidia. Estableció prepósitos y grupos
de hermanos en todos los monasterios que había construido, luego él cambió de
residencia llevando consigo unos pocos monjes. 6. Mas en cuanto el hombre de
Dios se apartó humildemente del odio de Florencio, Dios omnipotente hirió a
éste de un modo terrible. En efecto, cuando el mencionado presbítero, al
haberse enterado de la partida de Benito se regocijaba desde la terraza, ésta
se derrumbó mientras que el resto de la casa permanecía intacto. Y así el enemigo
de Benito murió aplastado. 7. Mauro, el discípulo del hombre de Dios, estimó
que debía anunciárselo al instante al venerable Padre Benito que apenas se
había alejado diez millas de aquel lugar, y le dijo: “Vuelve, porque el
presbítero que te perseguía ha muerto”. Al oír esto, el hombre de Dios Benito
prorrumpió en fuertes sollozos, tanto porque había muerto su adversario, como
porque el discípulo se alegraba por la muerte del enemigo. Por este motivo impuso
al discípulo una penitencia, puesto que, al comunicarle tal noticia, se había
atrevido a alegrarse por la muerte del enemigo.
8.
Pedro: Lo que cuentas es admirable y totalmente asombroso. Pues el agua que
manó de la piedra, recuerda a Moisés, el hierro que volvió desde lo profundo
del agua, a Eliseo, el caminar sobre las aguas, a Pedro, la obediencia del
cuervo, a Elías, y el llanto por la muerte del enemigo, a David (cf. 2 S
1,11-12). Por lo que veo, este hombre estuvo lleno del espíritu de todos los
justos”[1].
Comentario del
P. Adalbert de Vogüé, osb.
“El siguiente episodio que vamos a
comentar es, por un lado, el broche de oro de la serie de prodigios bíblicos:
el cuervo obediente recuerda a Elías, mientras que la caridad de Benito con
respecto a su enemigo evoca a David. Pero, por otra parte, Gregorio retoma aquí
el hilo de los relatos de tentación...
Este cuarto ciclo de pruebas se asemeja
extrañamente al precedente. El acontecimiento que constituye la prueba es el
mismo: una tentativa de envenenamiento. Aunque la reacción virtuosa de Benito
no está presentada de la misma manera, como ya veremos, la tentación es
idéntica en lo esencial: la de un hombre enfrentado con el odio de sus
adversarios que quieren quitarle la vida. La turbación, la cólera, la venganza,
el hecho de devolver odio, todo eso que es tan natural que se agite en un caso
semejante, sale de la misma zona del alma. Hoy quizás hablaríamos de
agresividad. Los antiguos lo llamaban el irascible.
Vemos entonces al “irascible” de Benito
probado por segunda vez. En este punto, conviene echar una mirada retrospectiva
y abarcar el conjunto de las cuatro tentaciones. La primera, como recordaremos
era de vanagloria; la segunda de lujuria; la tercera, que se repite aquí, de
violencia defensiva. Esta tríada adquiere todo su sentido si recordamos que los
antiguos dividían al alma humana en tres regiones principales: en la cima, la
parte racional; debajo, los dos apetitos sensibles, el “concupiscible” -que es
el centro de los deseos como el de comer o el de procrear- y el “irascible”,
del que acabamos de hablar. La primera tentación que sufre Benito, la
vanagloria, ataca a la parte racional, mientras que la lujuria depende del
“concupiscible” y la violencia del “irascible”.
Por lo tanto Gregorio, en esta serie de
tentaciones atravesadas por Benito, pasa revista a los tres grandes sectores
del psiquismo y a los tres capítulos principales de la vida ascética…Pero ¿por
qué insistir tanto en la última tentación, la del irascible? Al repetirla.
Gregorio no solamente quiere subrayar su importancia, sino que también tiene
necesidad de esta repetición para poner en evidencia sus dos facetas distintas.
Efectivamente, como ya lo hemos dicho,
Benito no reacciona exactamente igual en los dos casos. Cuando descubre que sus
monjes lo quieren matar, inmediatamente sale a la luz su calma inalterable:
“rostro apacible, espíritu tranquilo”. En cuanto a los asesinos, se comporta
con ellos con una asombrosa mansedumbre, pero los deja sin preocuparse
aparentemente por su suerte. En este asunto los únicos rasgos que le interesan
a Gregorio son la ausencia de turbación, la perfecta posesión de sí, la
voluntad de “habitar consigo”. Estos rasgos son puramente ascéticos y se
refieren solamente al sujeto que los presenta; el prójimo sólo interviene para
hacerlos aparecer, por medio de su impotente malicia.
Por el contrario, cuando Benito se da
cuenta del atentado del sacerdote, su reacción íntima en el momento del
descubrimiento no está anotada. El episodio del cuervo, relatado por Gregorio
con una sonrisa, da a entender que esta reacción fue absolutamente apacible.
Pero esto no es lo que le importa al biógrafo. Lo que quiere mostrar esta vez
es la caridad de Benito. Ya no le interesa la no-violencia, la ausencia de
turbación ni el impecable control de las emociones, sino la bondad que se preocupa
por el otro, la piedad por el asesino, víctima de su crimen: “dolióse más del
sacerdote que de sí mismo”. Es una segunda victoria sobre la irascible,
complementaria de la anterior y que va más lejos. Cuando se es el blanco del odio,
es hermoso no odiar, pero mucho más hermoso todavía es amar.
En dos oportunidades en la continuación
del relato, se manifiesta esta orientación positiva hacia el otro. Al
principio, de una manera discreta, en las motivaciones de la partida. Benito,
igual que luego del primer atentado, se retira ante la persecución; pero en
lugar de hacerlo solamente para poner su paz a buen recaudo, esta vez es movido
por la preocupación de las almas que le han sido confiadas, decide desarmar al
mal sacerdote desapareciendo, porque teme, por sus discípulos, las maniobras
corruptoras de este último.
Pero esta señal de humilde caridad es
poca cosa al lado del dolor que estalla cuando Benito se entera de la muerte de
Florencio y de la alegría de Mauro. Reaparece aquí el amor al enemigo con toda
su fuerza. Esta respuesta del bien al mal, del amor al odio, subrayada por la
comparación con David, es la cumbre de la ascensión moral que Gregorio hace
llevar a cabo a su héroe…
Por lo tanto. Gregorio ha desdoblado la
tentación del irascible para analizarla a fondo. Nos encontramos aquí con un
procedimiento de exposición que ya habíamos visto antes. Benito, como
recordaremos, vivió dos períodos solitarios: el primero de absoluta renuncia
ascética y el segundo iluminado de claridades contemplativas. El abadiato
frustrado actuaba de separación entre los dos. Ahora, como vemos, Gregorio
trata el tema de una manera análoga, presentando sucesivamente los aspectos
ascético y caritativo de la lucha contra el irascible. Y, como vimos más arriba,
los separa con un entreacto que consiste en la serie de los cuatro milagros.
Para concluir esta retrospectiva,
observemos que las dos tentaciones del irascible se articulan una con la otra,
exactamente como los ciclos de la prueba anterior. Los cuatro milagros
intermediarios hacen sin duda que esta conexión sea menos aparente; pero no por
eso es menos real. La victoria sobre la turbación y la cólera se resuelve, como
recordaremos en un afluir de vocaciones y en la fundación de doce monasterios.
Ahora es precisamente este éxito lo que le hace sombra al sacerdote Florencio y
provoca nuevas amenazas contra Benito. Al llevar como de costumbre, a una
irradiación sobre los hombres, este primer triunfo sobre el irascible ha engendrado
la ocasión del segundo.
Tentación, victoria, irradiación: el
ciclo habitual se repite aquí por cuarta vez. Pero con una variante, o más bien
con una aparente laguna…
La otra escena maravillosa que
completará a ésta, es el duelo de Benito por su perseguidor, reflejo de David
llorando a Saúl. Esta grandeza de alma de Benito está subrayada por un detalle
que merece ser puesto de relieve para terminar: así como Florencio “se alegró”
de su partida, Mauro, a su vez, “se alegra” por la desaparición de su enemigo.
Entre estas dos alegrías antagonistas, por y contra él, el varón de Dios
aparece como un justo que domina el tumulto del que es objeto. Las pasiones
humanas desencadenadas a propósito de él no lo alcanzan, e incluso no soporta
que uno de los suyos se deje llevar por ellas. David había castigado al joven
amalecita que le anunciaba la muerte de Saúl como una buena noticia. Asimismo
Benito impone una penitencia al discípulo que se atrevió, al enviarle semejante
mensaje, a alegrarse de la muerte de un enemigo.
Esta magnanimidad que recuerda a David,
es el último de los cinco milagros imitados de la Biblia que Gregorio -o más
bien el diácono Pedro- recapitula con admiración al final del texto. Pero ¿se
trata realmente de un milagro? Más bien es una maravilla moral, de orden puramente
espiritual. La repentina muerte de Florencio aparece como un castigo del cielo,
una manifestación fulminante de la justicia divina. Este milagro, si puede
llamárselo así, es el único que se produce. En cuanto a la reacción de Benito,
no es más que un rasgo de sublime virtud, en el que ciertamente se manifiesta
el Espíritu de Dios pero sin trastornar el mundo físico”[2].
Comentarios del
P. Anselm Grün, osb.
“Los animales representan el ámbito de
la vitalidad, de la sexualidad y de los instintos. En los cuentos, los animales
son a menudo compañeros de camino que prestan su ayuda. Para el que sepa
manejarse bien con su vitalidad y sus instintos, este ámbito le será de ayuda
cuando tenga dificultades. Espiritualidad no significa erguirse por encima de
lo terreno y cercenar en sí lo vital, sino integrarlo. Entonces,
experimentaremos precisamente de este ámbito ayuda en nuestro camino para
llegar a ser nosotros mismos y en nuestro camino hacia Dios…
Mauro transmite a Benito la feliz
noticia de la muerte de su contrincante. Pero como David, tampoco Benito puede
alegrarse de la muerte de su enemigo. No había hecho propia la enemistad. A
pesar de la hostilidad de fuera, sigue estando reconciliado consigo mismo y con
sus opositores. Benito lamenta la muerte del sacerdote. Lo entristece que un
ser humano pueda haberse encastillado de semejante modo de odio”[3],
“Al contrario se pone triste por la
muerte de Florencio y por el hecho de que su discípulo se alegre de ella.
Benito esta reconciliado consigo mismo y, por eso, no puede sentir odio ni
siquiera contra su enemigo. Frente al odio se retira porque intuye que ese odio
inspirará a este sacerdote muchas cosas más, hasta salir victorioso. También se
retira porque ve que el sacerdote quiere corromper a sus discípulos…
Benito está triste por la muerte de su
enemigo, pero, probablemente ya estaría triste anteriormente de que un hombre
pueda desarrollar tanto odio. No devuelve el odio, sino que lo neutraliza
primero, alejando el veneno. Después el mismo se aleja, para no echar leña al
fuego. Pero queda en paz consigo mismo y con su enemigo. No juzga, no condena a
su enemigo. Espera que éste deje de enfurecerse contra él y que vuelva a
encontrar la paz en su corazón”[4].
[1] San Gregorio Magno, Vida de San Benito, pp. 51-53.
[2] A. de Vogüé, “San Gregorio Magno, Libro II de los Diálogos. Vida y milagros
del Bienaventurado Abad Benito (III)”, pp. 151-155.
[3] A. Grün, Benito de Nursia, Espiritualidad enraizada
en la tierra, pp. 24-25.
[4] A. Grün, Hacia la plenitud, El camino de san Benito, abad, pp. 49-50.