María: vara de la raíz
de Jesé
Is
11, 1: “En aquel día, saldrá una rama del tronco de Jesé y un retoño brotará de
sus raíces”.
En alabanza de la Virgen
Madre II,
5… El mayor misterio de este grande milagro le explica Isaías diciendo: Saldrá
una vara de la raíz de Jesé, y de su raíz subirá una flor, entendiendo en la
vara a la Virgen y el parto de la Virgen en la flor.
6.
Pero, si te parece que el decir ahora que Cristo se entiende en la flor,
contradice a la sentencia que queda explicada más arriba, en que decíamos que
no en la flor, sino en el fruto de la flor, se designaba, sabe que en la misma
vara de Aarón (la cual no sólo floreció, sino que arrojó hojas y echó fruto) es
significado Cristo, no precisamente en la flor o en el fruto, sino también en
las hojas mismas, Sabe, igualmente, que fue demostrado por Moisés , no por el
fruto de la vara ni por la flor, sino por la misma vara; por aquella vara, sin
duda, a cuyo golpe ya se divide el agua para que el pueblo pase, ya brota de la
piedra para que beba. No hay, pues, inconveniente alguno en que sea figurado
Cristo en diversas cosas por diferentes causas; y que en la vara se entienda su
potencia, en la flor su fragancia, en el fruto la dulzura de su sabor, en las
hojas también su cuidadosa protección, con que no cesa de amparar bajo la
sombra de sus alas a los pequeñuelos que se refugian a él huyendo de los
carnales deseos y de los impíos que los persiguen. Buena y amable sombra la que
se halla bajo las alas del dulce Jesús, donde hay seguro refugio para los que
se retiran allí y refrigerio saludable para, los fatigados. Ten misericordia de
mí, Señor Jesús; ten misericordia de mí, porque en ti confía mi alma, y en la sombra
de tus alas esperaré hasta que pase la iniquidad. En este texto de Isaías debes
entender al Hijo en la flor y a la Madre en la vara; porque la vara floreció
sin renuevo, y la Virgen concibió sin obra de varón. Ni dañó al verdor de la
vara la salida de la flor, ni al pudor de la Virgen el parto sagrado.
11.
Pero mira si no explica clarísimamente también esta novedad de Jeremías el
profeta Isaías, el cual igualmente nos expuso las flores nuevas de Aarón, de
que hablamos más arriba. Mira, dice, que una virgen concebirá y dará a luz un
hijo. Ea, ya tienes la mujer., que es la Virgen. ¿Quieres oír también quién es
el varón? Y será llamado, añade, Manuel, esto es, Dios con nosotros. Así, la
mujer que circunda al varón es la Virgen, que concibe a Dios. ¿Ves qué bella y
concordemente cuadran entre sí los hechos maravillosos de los santos y sus
misteriosos dichos? ¿Ves qué estupendo es este solo milagro hecho con la Virgen
y en la Virgen, a que precedieron tantos prodigios y que prometieron tantos
oráculos? Sin duda era uno solo el espíritu de los profetas y, aunque en
diversas maneras, signos y tiempos, y, siendo ellos diversos también, pero no
con diverso espíritu, previeron y predijeron una misma cosa. Lo que se mostró a
Moisés en la zarza y en el fuego, a Aarón en la vara y en la flor, a Gedeón en
el vellocino y el rocío, eso mismo abiertamente predijo Salomón en la mujer
fuerte y en su precio; con más expresión lo cantó anticipadamente Jeremías de
una mujer y de un varón; clarísimamente lo anunció Isaías de una virgen y de
Dios; en fin, eso mismo lo mostró San Gabriel en la Virgen saludándola; porque
esta misma es de quien dice el evangelista ahora: fue enviado el ángel Gabriel
a una virgen desposada.
En la Octava de la
Asunción
8…Esta era, en fin, la que Isaías, más claramente que todos, ya la prometía
como vara que había de nacer de la raíz de Jesé, ya, más manifiestamente, corno
virgen que había de dar a luz. Con razón se escribe que este prodigio grande
había aparecido en el cielo, pues se sabe haber sido prometido tanto antes por
el cielo. El Señor dice: El mismo os dará un prodigio. Ved que concebirá una
virgen. Grande prodigio dio, a la verdad, porque también es grande el que le
dio. ¿En qué vista no reverbera con la mayor vehemencia el brillo resplandeciente
de esta prerrogativa? Ya, en haber sido saludada por el ángel tan reverente y
obsequiosamente, que podía parecer que la miraba ya ensalzada con el solio real
sobre todos los órdenes de los escuadrones celestiales y que casi iba a adora a
una mujer el que solía hasta entonces ser adorado gustosamente por los hombres,
se nos recomienda el excelentísimo mérito de nuestra Virgen y su gracia
singular.
Adviento II, 4: Me parece que
con esta expresión queda claro quién es esta vara que brota de la raíz de Jesé
y quién es la flor sobre la cual reposa el Espíritu Santo. La Virgen Madre de
Dios es la vara; su Hijo, la flor: Flor es el Hijo de la Virgen, flor blanca y
sonrosada, elegido entre mil; flor que los ángeles desean contemplar; flor a
cuyo perfume reviven los muertos; y, como él mismo testifica, es flor del
campo, no de jardín. El campo florece sin intervención humana. Nadie lo
siembra, nadie lo cava, nadie lo abona. De la misma manera floreció el seno de
la Virgen. Las entrañas de María, sin mancha, íntegras y puras, como prados de
eterno verdor, alumbraron esa flor, cuya hermosura no siente la corrupción, ni
su gloria se marchita para siempre.
¡Oh
Virgen, vara sublime!, en tu ápice enarbolas al santo. Hasta el que está
sentado en el trono, hasta el Señor de majestad. Nada extraño, porque las
raíces de la humildad se hunden en lo profundo. ¡oh planta auténticamente
celeste, más preciosa que cualquier otra, superior a todas en santidad! ¡Árbol
de vida, el único capaz de traer el fruto de salvación! Se han descubierto,
serpiente astuta, tus artimañas; tus engaños están a la vista de todos. Dos
cosas habías achacado al Creador, una doble infamia de mentira y de envidia. En
ambos casos has tenido que reconocerte mentirosa, pues desde el comienzo muere
aquel a quien dijiste: No moriréis en absoluto; la verdad del Señor dura por
siempre. Y ahora contesta, si puedes: ¿qué frutos de árbol podría provocar la
envidia en Dios, que ni siquiera negó al hombre esta vara elegida y su fruto
sublime? El que no escatimó a su propio Hijo, ¿cómo es posible que con él no
nos regale todo?
Sobre el Cantar 45, 9: También expresa
que su belleza es digna de toda admiración en las dos naturalezas de Cristo: en
una por su amor y en la otra por la gracia. ¡Qué hermoso eres para tus ángeles,
Señor Jesús, en tu condición divina, desde el día de tu nacimiento, entre esplendores
sagrados, antes de la aurora, reflejo de la gloria del Padre e impronta de su
ser, espejo sin mancilla de la majestad de Dios! ¡Qué hermoso eres, Señor mío,
para mí en esta situación nueva de tu belleza! Desde que te rebajaste,
despojándote de la irradiación natural de tu luz inagotable, resplandeció más
tu bondad, brilló más tu amor, refulgió más intensamente la gracia. ¡Con qué
claridad avanza la constelación de Jacob, qué bella es esa flor que brota del
tocón de Jesé, qué luz tan agradable nos ha visitado en las tinieblas, nacida
de lo alto! ¡Qué espectáculo tan sorprendente es tu concepción del Espíritu aún
para los Poderes celestiales, tu nacimiento de una Virgen, la inocencia de tu
vida, la profundidad de tu doctrina, la gloria de tus milagros, la revelación
de tus misterios! ¡Cómo emerges rutilante del corazón de la tierra después del
ocaso, Sol de justicia! ¡Qué hermoso eres, Rey de la gloria, cuando te retiras
a los más sublimes cielos vestido de gala! ¿Cómo no han de exclamar todos mis
huesos: Señor, ¿quién como tú?