Las
Cartas de Barsanufio y Juan a Dositeo
o acerca de él[1].
“255. Pregunta del mismo hermano al Gran Anciano: Me encuentro violentamente
perseguido por la lujuria y corro el riesgo de verme llevado a la
desesperación, no puedo incluso conservar la templanza debido a la flaqueza de
mi cuerpo. Ruega por mí al Señor y dime qué es lo que debo hacer.
Respuesta:
Hermano, llevado por la envidia, el demonio ha desencadenado una guerra
contra ti. Vela, pues, sobre tus ojos y no comas hasta saciarte. Toma un poco
de vino en consideración a la flaqueza que confiesas. Adquiere humildad porque
es por ella que se destruyen las redes del enemigo (Alfabética Antonio 7). En
cuanto a mí, el último de los hombres, haré todo lo posible para rogar a Dios
que te proteja de toda tentación y te guarde de todo mal.
No te dejes llevar, hermano, ni te entregues a la desesperación, porque
en eso consiste el gran triunfo del demonio. Ora sin descanso diciendo: “Señor Jesucristo sálvame de las pasiones
vergonzosas” y obtendrás la misericordia de Dios y recibirás así la
fortaleza por las oraciones de los santos. Amén.
256. El mismo hermano acosado por
la misma pasión de la lujuria suplicó al mismo Gran Anciano que rogara por él y
que le dijera cómo se distingue si la tentación proviene de nuestro propio deseo
o si proviene del enemigo.
Respuesta:
Hermano, sin trabajo arduo del corazón y sin contrición, nadie puede ser
curado de sus pasiones y agradar a Dios. Luego, cuando alguien es tentado por
su propia apetencia (Alfabética. Sisóes 44) es porque se ha descuidado y ha
permitido que su corazón vuelva sobre hechos del pasado y entonces, por sí
mismo, desata el impulso de su propio deseo; y poco a poco el espíritu cegado
comienza a mirar a aquél por quien siente atracción, o a hablarle, y busca
pretextos para hablarle o bien sentarse cerca suyo, y, por todos los medios
llegar a satisfacer su inclinación. Por consiguiente, si permitimos que nuestro
espíritu se entregue a esto, estamos alimentando la lucha hasta la caída, si no
del cuerpo, por lo menos del espíritu en el consentimiento y sería como un hombre
que enciende un fuego en el bosque. Por lo contrario, el hombre vigilante y
sensato, que quiere ser salvado, viendo de dónde proviene el daño, se cuida con
esmero de los malos pensamientos para no tener que enfrentarse con las pasiones
mismas, evita una mirada, una conversación y cualquier otro pretexto, por el
temor de encender el incendio en sí. Éste es el combate que se origina en la
propia apetencia, o en realidad, en la libre voluntad.
En cuanto a la lucha que proviene del demonio, es así como se presenta:
el corazón de aquel que quiere ser salvado teme recibir la semilla del enemigo
y por esa razón se cuida con esmero de los malos pensamientos para no tener
luego que combatir las pasiones y también lo hace con la mirada, las
conversaciones y los pretextos. Incluso si necesita tratar un asunto con aquél
por el cual siente apasionamiento, más vale que deje ese asunto para no perder
el alma. Sé vigilante, hermano, eres mortal y efímero. No consientas, por un
pequeño momento, perder tu alma. ¿Qué dejan la hediondez y la impureza del
pecado más que vergüenza, oprobio y escándalo? La templanza, al contrario, te
lleva a la victoria, la corona y la gloria. Refrena tu caballo por las riendas,
temiendo que, al mirar aquí y allá, no brinque de deseo hacia las mujeres y,
aún peor hacia los hombres, dando por tierra con jinete.
Ruega a Dios que aparte tus ojos
para que no vean toda vanidad (Sal
118,37) y así tu corazón, habiendo adquirido virilidad, conseguirá que las
luchas se alejen de ti. Sé áspero como el vino sobre la llaga y no dejarás
aproximar la podredumbre y la impureza. Vístete de duelo para que te sea ajena
la familiaridad que disipa las almas de quienes la ostentan. No eches jamás por
tierra al instrumento sin el cual la tierra no produce fruto. Ese instrumento
es la humildad que es puesta en acción por la grandeza de Dios y por la cual es
arrancada de raíz toda cizaña en el campo del maestro, otorgando la gracia a
aquél cuya vida es regida por ella. La humildad no decae, por el contrario,
levanta de su caída a aquéllos que la poseen. Abrázate en cuerpo y alma al
duelo, ya que está asociado a esta hermosa tarea. Esfuérzate por dominar tu
voluntad en todo, pues esto te será reconocido como sacrificio. Y es lo que
significa la palabra Por ti estamos todo
el día al borde de la muerte, somos mirados como corderos a punto de ser
inmolados (Sal 43,22) No te
distraigas en conversaciones vanas que no te permitirán progresar hacia Dios.
Atormenta violentamente tus sentidos, vista, oído, gusto, olfato y tacto y
progresarás por la gracia de Cristo. Porque sin tormento no hay martirio y como
dice el Señor: Es por vuestra resistencia
que salvaréis vuestras almas (Lc
21, 19). El Apóstol dice asimismo: Con
gran perseverancia en las tribulaciones, etc. (2 Co 6,4). Cuida de no exhibir a los Caldeos los tesoros de tu
casa, porque de otro modo ellos te llevarán cautivo ante Nabucodonosor, rey de
Babilonia (2 R 25). Pisotea las
pasiones, medita siempre esta carta, para que no seas pisoteado por ellas y te
opriman con su poder. Húyeles, como el cervatillo se aleja del lazo para no ser
desollado como un corderito. No temas a tus enemigos, no tienen fuerza. Nuestro
Señor Jesucristo les ha cortado los nervios y los ha hecho impotentes. Pero no
te duermas, sólo están medio muertos, no están inertes. No seas indolente
porque ellos no lo son. Tómate de la mano de tus Padres que quieren sacarte del
fango fétido. Recuerda que la oración
constante del justo puede obtener muchas cosas (St 5,16). No juzgues a nadie. No desprecies ni escandalices a
nadie. No imputes a alguien lo que tú ignoras. Porque todo esto redunda en la pérdida
de tu alma. Cuida de ti mismo y aguarda la muerte que viene. Repítete a ti
mismo las palabras del bienaventurado Arsenio: Arsenio ¿por qué has salido del mundo? (Alfabética Arsenio 40).
Toma conciencia de lo que has venido a buscar aquí. Corre hacia Jesús y
atrápalo. Si anhelas ser salvado, ten los pies ágiles para encontrarte en ese
coro bienaventurado de los santos Ancianos. Si quieres progresar trabaja. Busca
estar entre los santos, revestido de la gloria inefable y no entre los sucios
demonios, en el suplicio sin nombre. Aspira a estar en el reino de los cielos y
no en la gehena del fuego. Aspira a
oír: Venid benditos de mi Padre” (Mt 25,34) y: Está bien, servidor bueno y fiel (Mt 25, 21) en lugar de Aléjate
de mí, maldito servidor, malo y perezoso (Mt 25, 26 y 41). La gloria del Señor sea por los siglos Amén”.