SUBSTRATO
MONÁSTICO/RELIGIOSO DE SU DEVOTIO/MÍSTICA
MARIANA
Monasterio
como schola humilitatis.
Los
monjes que no han abandonado de corazón el mundo, sino de palabra.
“Nunca la separa de Cristo ni de
la Iglesia: como Madre de Dios, se ha convertido también en madre de todos los
hijos de Dios; le fue concebida la maternidad virginal para la salvación de
todo el género humano. Es la realización más perfecta del Israel de Dios, el
modelo y símbolo del pueblo elegido y rescatado, el ejemplo perfecto de
santidad a la que tendían la antigua y nueva Alianza, y que se cumple en la
Iglesia. Desde este punto de vista, la mariología de Bernardo, lo mismo que su
eclesiología, es monástica: las virtudes que admira y aconseja imita de la
Virgen son la humildad, la obediencia, el espíritu de silencio, el
recogimiento, la práctica de la oración personal y la búsqueda de la unión íntima
con Dios en el amor” (J. Leclercq, pp. 97-98).
Homilía
IV:
[María,
humildísima en la gloria, denuncia a los clérigos que se ensalzan] 9. He aquí, dice la Virgen, la esclava del
Señor; hágase en mí según tu palabra (Lc
1,38). Siempre suele ser familiar a la gracia la virtud de la humildad, pues Dios resiste a los soberbios y da su gracia
a las humildes (Prov 5,34; Sant 4,6; 1Pe 5,5). Responde, pues, humildemente, para preparar de este modo
conveniente trono a la divina gracia. He
aquí, dice, la esclava del Señor.
¿Qué humildad es ésta tan alta que no se deja vencer de las honras ni se
engrandece en la gloria? Es escogida por madre de Dios y se da el nombre de
esclava. Por cierto, no es pequeña muestra de su humildad no olvidarse de la
humildad en medio de tanta gloria como la ofrecen. No es cosa grande ser
humilde en el abatimiento, pero es muy grande y muy rara ser humilde en el
honor., Y sin embargo, a -vista de esto, yo, hombre miserable y de ningún
mérito, si me eleva la Iglesia, engañada de mis disimulos, a algún honor,
aunque no sea de los mayores, permitiéndolo Dios así o por mis pecados o por
los de mis súbditos, me olvido al momento de quien he sido (Cf. Sant 1,24) y me reputo tal en mi
interior cual me han reputado los demás hombres que no conocen el corazón (Cf. 1 Sam 16,7). Creo a la fama, no atiendo a la conciencia, y juzgando
no la virtud honor, sino el honor virtud, me tengo por más santo cuando me veo
más elevado.
Verás
a muchos en la Iglesia que, hechos nobles de innobles (1 Cor 1, 26-28; 4,10), de pobres ricos (Sal 48,17), se ensalzan repentinamente y se olvidan de su antigua
bajeza; aún se avergüenzan de su mismo linaje y se desdeñan de sus humildes
padres. Verás también hombres adinerados volar a cualesquiera honores
eclesiásticos, y luego aplaudirse a sí mismos de santidad precisamente por
haber mudado los vestidos y no las almas; y juzgarse merecedores de la dignidad
a que llegaron por la ambición, y lo que (si me atrevo a decirlo) alcanzaron
con el dinero, atribuirlo a su mérito. Paso en silencio a otros a quienes ciega
la ambición y el mismo honor les sirve de materia para su soberbia.
[Contra
los que relajan la observancia monástica] 10. Pero (RB 7 y 33) veo (no sin
mucho dolor) a algunos que, después de haber dejado la pompa del siglo,
aprenden a ser soberbios en la escuela de la humildad, y bajo ~ de las alas del
manso y humilde Maestro (Cf. Mt
11,29) muestran mayor altivez y se hacen más impacientes en el claustro que
hubieran sido en el siglo. Y, lo que es todavía más fuera de razón, muchos no
sufren ser despreciados en la casa de Dios (Sal
83,11), que no podrían ser sino despreciables en la suya, pretendiendo sin duda
así, ya que no pudieron tener lugar en donde los honores eran apetecidos de
todos, a lo menos parecer dignos de honor en donde por todos se menosprecian
los honores.
Veo
también a otros (lo cual no se puede ver sin sentimiento), después de haber
comenzado la milicia de Cristo, volverse otra vez a los negocios mundanos (2 Tim 2,4), sumergirse otra vez en los
deseos de la tierra; levantar con grande cuidado muros (Eclo 49,15) y descuidar las costumbres; con pretexto de la utilidad
común, vender sus adulaciones a los ricos y visitar a las mujeres poderosas;
aun también, contra lo mandado por el Emperador del cielo, codiciar lo ajeno y
querer reintegrarse en lo suyo con litigios; no atendiendo al Apóstol, que en
nombre del Rey levanta la voz: Es ya un pecado entre vosotros el tener pleitos
unos con otros; ¿por qué no toleráis antes el agravio? (1 Cor 6,7)
¿Pues
qué, de tal suerte han crucificado el mundo a sí mismos y a sí mismo al mundo (Gal 6,14) que los que antes en su lugar
o aldea apenas eran conocidos, ahora, rodeando las provincias y frecuentando
las cortes, han conseguido el conocimiento de los reyes y la familiaridad de
los príncipes?
¿Qué
diré del mismo hábito, en que ya no se busca el calor, sino el color, y se
cuida más del lustre de los vestidos que de las virtudes? ¡Vergüenza da el
decirlo! Queda muy atrás la viva afición a adornarse, propia de las mujeres del
siglo, cuando con tanto cuidado solicitan los monjes el precio en los vestidos,
no la necesidad; a lo menos dan a entender en esto que, despojándose de la
forma de religión, desean no ser armados, sino adornados los mismos que
hicieron profesión de soldados de Cristo (Cf.
2 Tim 2,3); los cuales, cuando debían
prevenirse para la batalla (2 Re
18,20; Joel 2,5) y poner delante,
contra las potestades del infierno (Cf.
Ef 2,2; 6,12), las insignias de la pobreza (que ciertamente ellas temen
mucho), mostrando más en la delicadeza de sus vestidos las señales de paz (Cf. Mt 11,8), voluntariamente se
entregan, sin haber recibido herida y desarmados, al enemigo. Ni tienen otra
causa semejantes males, sino que, desamparando aquella humildad con que
habíamos dejado el siglo, impelidos ya por esto mí sino a seguir los frívolos
cuidados de los hombres mundanos, nos hacemos semejantes a los animales, que
vuelven al vómito (Prov 26,11).
Ejercicio: Elegir para la lectio
divina un texto mariano del NT,
ni evangélico, ni paulino. (Hch
1,12-14; Ap 11, 19a; 12, 1-6a. 10ab; Ap 21, 1-5a…).
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