miércoles, 6 de mayo de 2020

AÑO MARIANO NACIONAL: CONTEMPLANDO LA MATERNIDAD DE MARÍA EN LOS OJOS DEL “DULCE POETA” DE LA VIRGEN (VII)

  SUBSTRATO ASCÉTICO DE SU DEVOTIO/MÍSTICA MARIANA (II)



“A Bernardo de Claraval le fascina admirar y ‘contemplar dulcemente en el silencio’ (1,7; 2,17) el misterio de María. Y goza en alabarla… Y una alabanza digna implica reforma de la propia vida e imitación de las virtudes de María” (B. Olivera, p. 32).








Homilía I:

[Nuevo motivo de alabanza: la obediencia y la humildad del Verbo] 7. Con todo eso, hay en María otra cosa mayor de que te admires, que es la fecundidad junta con la virginidad. Jamás se oyó en los siglos (Jn 9,32) que una mujer fuese madre y virgen juntamente. O si también consideras de quién es madre, ¿adónde te llevará tu admiración sobre su admirable excelencia? ¿Acaso no te llevará hasta llegar a persuadirte que ni admirarlo puedes como merece? ¿Acaso a tu juicio o, más bien, al juicio de la verdad, no será digna de ser ensalzada sobre todos los coros de los ángeles la que tuvo a Dios por hijo suyo? ¿No es María la que confiadamente llama al Dios y Señor de los ángeles hijo suyo, diciéndole: Hijo, ¿cómo has hecho esto con nosotros? (Lc 2,48) ¿Quién de los ángeles se atrevería a esto? Es bastante para ellos y tienen por cosa grande que, siendo espíritus por su creación, han sido hechos y llamados ángeles por gracia, testificando David: El Señor es quien hace ángeles suyos a los espíritus (Sal 103,4; Heb 17). Pero María, reconociéndose madre de aquella Majestad a quien ellos sirven con reverencia, le llama confiadamente hijo suyo. Ni se desdeña Dios de ser llamado lo que se dignó ser; pues poco después añade el evangelista: Y estaba sujeto a ellos (Lc 2, 51). ¿Quién?, ¿a quiénes? Dios a los hombres. Dios, repito, a quien están sujetos los ángeles, a quien los principados y potestades obedecen (Col 2, 15), estaba obediente a María, ni sólo a María, sino a José por María. Maravíllate de estas dos cosas, y mira cuál es de mayor admiración, si la benignísima dignación del Hijo o la excelentísima dignidad de tal Madre. De ambas partes está el pasmo, de ambas el prodigio: que Dios obedezca a una mujer, humildad es sin ejemplo, y que una mujer tenga autoridad para mandar a Dios, es excelencia sin igual. En alabanza de las vírgenes se canta como cosa singular que siguen al Cordero a cualquiera parte que vaya (Ap 14,4). ¿Pues de qué alabanzas juzgarás digna a la que también va delante y el Cordero la sigue?

8. Aprende, hombre, a obedecer; aprende, tierra, a sujetarte; aprende, polvo, a observar la voluntad del superior. De tu Autor habla el evangelista y dice: Y estaba sujeto a ellos (Lc 2,51); sin duda a María y a José. Avergüénzate, soberbia ceniza: Dios se humilla, ¿y tú te ensalzas? Dios se sujeta a los hombres, ¿y tú, anhelando dominar a los hombres, te prefieres a tu Autor? Ojalá que a mí, si llego a tener tales pensamientos, se digne Dios responderme lo que respondió también a su apóstol reprendiéndole: Apártate detrás de mí, Satanás, porque no tienes gusto de las cosas que son de Dios (Mt 16,23). Puesto que, cuantas veces deseo mandar a los hombres, tantas pretendo ir delante de mí Dios; y entonces verdaderamente ni tengo gusto ni estimación de las cosas que son de Dios, porque del mismo se dijo: Y estaba sujeto a ellos (Lc 2,51). Si te desdeñas, hombre, de imitar el ejemplo de los hombres, a lo menos no puedes reputar por cosa indecorosa para ti el seguir a tu Autor. Si no puedes seguirle a todas partes adonde Él vaya, síguele al menos con gusto adonde por ti bajó. Quiero decir: si no puedes subir a la altura de la virginidad, sigue siquiera a tu Dios por el camino segurísimo de la humildad, de la cual, si las vírgenes mismas se apartan, ya no seguirán al Cordero en todos sus caminos. Sigue al Cordero el humilde que se manchó, le sigue el virgen soberbio también; pero ni el uno ni el otro a cualquiera parte que vaya; pues ni aquél puede subir a la limpieza del Cordero, que no tiene mancha, ni éste se digna bajar a la mansedumbre de quien enmudeció paciente, no delante de quien le esquilaba (Cf. Is 53,7), sino delante de quien le mataba. Sin embargo, más saludable modo de seguirle eligió el pecador en la humildad que el soberbio en la virginidad; pues purifica la humilde satisfacción de aquél su inmundicia, cuando mancha la castidad de éste su soberbia.



[María, plenitud de la humildad y cumbre de la virginidad] 9. Dichosa en todo María, a quien ni faltó la humildad ni la virginidad. Singular virginidad la suya, que no violó, sino que honró la fecundidad; no menos ilustre humildad, que no disminuyó, sino que engrandeció su fecunda virginidad; y enteramente incomparable fecundidad, que la virginidad y humildad juntas acompañan. ¿Cuál de estas cosas no es admirable? ¿Cuál no es incomparable? ¿Cuál no es singular? Maravilla será si, ponderándolas, no dudas cuál juzgarás más digna de tu admiración; es decir, si será más estupenda la fecundidad en una virgen o la integridad en una madre; su dignidad por el fruto de su castísimo seno o su humildad con dignidad tan grande; sino que ya, sin duda, a cada una de estas cosas se deben preferir todas juntas, y es incomparablemente más excelencia y más dicha haberlas tenido todas que precisamente algunas.

¿Y qué maravilla que Dios, a quien leemos y vemos admirable en sus santos (Sal 67,36), se haya mostrado más maravilloso en su Madre? Venerad, pues, los que os halláis en estado de matrimonio, la integridad y pureza del cuerpo en el cuerpo mortal (Cf. Gal 6,8); admirad también vosotras, vírgenes sagradas, la fecundidad de una virgen; imitad, hombres todos, la humildad de la Madre de Dios; honrad, ángeles santos, a la Madre de vuestro Rey, vosotros que adoráis al Hijo de nuestra Virgen, nuestro Rey y vuestro juntamente, reparador de nuestro linaje y restaurador de vuestra ciudad. A cuya dignidad, pues entre vosotros es tan sublime y tan humilde entre nosotros, sea dada, por vosotros igualmente que por nosotros, la reverencia que se le debe; y a su dignación, el honor y la gloria por todos los siglos (Rm 16,27). Amén.



[Bernardo nos hace] “…penetrar a partir de los signos externos en el misterio íntimo de nuestra vida en Dios. La virginidad y la pureza pueden ser signos de santidad, pero la humildad y la obediencia están más cerca de la esencia. La realidad más profunda de la vida moral y ascética es la participación por el amor en la obediencia y en la humildad total de Cristo” (T. Merton, p. 137).



Ejercicio: Continuar con la lectio divina.

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