De la parábola del Sembrador
Todos los terrenos de la
parábola,
Señor,
se encuentran en
nuestro corazón.
Superficiales,
acaparados por los
cuidados del día,
apegados a tantas
futilidades,
y así cedemos a la
vanidad;
por lo tanto,
Señor,
infatigable Sembrador,
Tú no ceses de retornar
en nuestro corazón
esta buena tierra que
permite esperar el fruto.
Entonces, libéranos
de todo lo que no es lo
que verdaderamente somos;
de todo aquello que no
eres Tú mismo,
y tendremos a bien
descubrir
que el fruto llevado en
la libertad
infatigablemente,
permanece…
[P. Talec,
Un grand désir, Paris, Centurion, 1971, p.179, Traducción P. Marcelo Maciel, osb]
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